En la casa del "Mari" Daniel, todos los canarios eran amarillos. Don Paco, su abuelo materno, prestigioso criador de aves de la zona, también lo había criado a mi amigo desde su más tierna edad, usando los únicos métodos que conocía, a los ponchazos... cintazos y varillazos. La letra que entra con sangre suele formar frases que corren como coágulos por el torrente sanguíneo, "siempre fue así", "como debe ser", "como dios manda". El criado prefería soportar palizas debido a sus sucesivas tardanzas antes que disimular el martirio en dosis diarias del maltrato de un hombre resentido. Sin electrodomésticos, el anciano se comunicaba con el exterior a través de su Spika y con su pasado, mediante cuadros ovalados en donde lucía uniforme del ejército franquista. Era ley sin almanaque, levantarse con las aves, esperar el sol despierto, limpiar las jaulas, recoger los huevos del gallinero, preparar el mate cocido y leer la biblia. La escuela, para Daniel, era como una embajada en su exilio cotidiano, después pasaba parte del día callejeando, leyendo libros en la biblioteca, haciendo mandados para vecinos o en mi casa, escuchando música, mirando televisión. En las encendidas tardes de verano era común verlo parado en alguna esquina con una rama verde levantada sobre su cabeza, duro como una estatua, esperando alguna señal de nuestro amor imposible, Lucía, un deseo hecho mariposa. Difícil olvidar el desafío contra la barra de Avenida Francia, partido que perdimos por un gol, en donde, jugando de arquero, miró de reojo entrar la pelota mansamente en el arco, absorto y feliz, con un lepidóptero posado en su frente. El insecto, antes de continuar su vuelo, le dejó tatuado su apodo para siempre. El Mari parecía flotar en la periferia de las conversaciones. Al no saber mentir, hablaba poco, evitaba conflictos, los adultos lo comparaban con el pan salvado para medir el grado de su bondad. Su don de imitar lo usaba para parodiar a locutores radiales y para hacer declaraciones amorosas telefónicas con nombres y voces de las víctimas imitadas. En ocasiones rompía silencios pensando en voz alta, "¿Por qué entre los siete pecados capitales no se encuentra la crueldad? ¿O será el resultado de la suma de los siete?". Nunca pude ayudarlo en las respuestas, tal vez tampoco esperaba eso de mí, de todas formas, contaba con un diccionario aliado para dilucidar términos que nos resultaban extraños. Fanático de las series El Zorro y Batman, al finalizar los capítulos le gustaba bucear en las profundidades de los símbolos, los significados y la historia. "Comisionado: [ persona] Que se encarga de realizar una comisión o misión determinada por elección o designación de la autoridad competente", recuerdo haberle buscado una vez en el Sopena, para calmar su enojo al reconocer en un capítulo del enmascarado de a caballo al mismo actor que representaba al intendente de ciudad gótica. "Entiendo la misión de los actores, es colosal, interpretar personajes, darles vida propia, hacernos creer que existen, pero se olvidaron de la parte nuestra, dejarnos engañar, completar el juego. ¡No puede el comisionado Fierro aparecer en la casa de Diego de la Vega como si nada, es una falta de respeto al espectador!". Enojado con Disney, comenzó a mirar El Chavo. Gracias a sus pacientes explicaciones, no sólo vencí mi primer rechazo hacia la comedia de Gómez Bolaños, también aprendí a valorar la riqueza del idioma castellano. En uno de sus programas el protagonista se encuentra en la esquina de la vecindad vendiendo empanadas al son de su pregón, "¡caliente la empanada… caliente la empanada!", un actor de los denominados extras, compra la mercadería, la muerde y exclama, "¡pero esta empanada está fría!", el vendedor responde: "y que le estoy diciendo señor... que la caliente". Esta ocurrencia supimos usarla como clave secreta durante mucho tiempo, ante variadas circunstancias y con distintas connotaciones. Entre todas las cosas que teníamos en común, primaba el amor por Lucía. Nunca me molestó compartir el mismo sentimiento, es más, no podía entender cómo el resto de los mortales no caía rendido ante sus encantos. Una tarde golpeó la puerta de mi casa con un long play recién comprado debajo del brazo y una frase contundente, "el catalán nos regaló un himno". Escuchamos el segundo surco del lado B del álbum Mediterráneo hasta el cansancio. Tal vez porque sólo pude cantar la primera frase de la estrofa "no hay nada más bello que lo que nunca he tenido/ nada más amado que lo que perdí...", gasté mi tiempo buscando un ideal de mujer que nunca existió, de quien sólo guardo un nombre. Vestido de colimba, conocí la peor cara del Mari. En aquellos años tuve la sensación de que los cuadros colgados en las paredes de su casa habían tomado vida. Soporté sus anécdotas de viveza criolla entre sus pares, la persecución al débil, al distinto, pero me terminé de alejar cuando tomó partido por la necesidad y virtudes de un gobierno de mano dura. Las cuerdas vocales no se oxidan en el río de Heráclito. Lo reconocí por su voz, después de toda una vida, mientras formaba fila para sacar fotocopias en un bar que funciona en el sótano de un distrito municipal. "¿La empanada la prefiere dulce o salada, señora... quiere que se la caliente?". No dudé en intervenir en el diálogo con su clienta, "que le estoy diciendo señor...que la caliente". Hay abrazos que incluyen el alma. Atizamos recuerdos sentados en un banco de la plaza, sin mujeres en los ojos. Eligió abrir las puertas de la nostalgia imitando la voz del Gordo Troilo, "alguien dijo que me fui de mi barrio, pero ¿cuándo? ¿cuándo? ¡si siempre estoy volviendo!", después, una sonrisa amplia le devolvió su mirada de niño y me contó "mi hijo mayor se llama Ciro. ¡Y eso porque no me dejaron ponerle Echesortu!" Me alegró que siguiera sintiendo al fútbol como un estado de ánimo, "¿A ver, decime Flaco, cuándo pagamos para ver a un director técnico? A nosotros siempre nos convocaron los jugadores, ¿o me equivoco? ¡Y qué jugadores, Papá!". Sedientos de caños, sombreros y rabonas, no dudamos en encontrar al culpable sentado entre los suplentes. Nos sentimos víctimas de la venganza de los troncos, de muchos entrenadores de fútbol que nunca fueron cracks mientras jugaron y en la actualidad adquieren protagonismo como verdaderos comisionados en alejarnos de la creación intuitiva de una gambeta. También convenimos en que Vivaldi, Gardel, Lennon y Atahualpa están en el futuro, nunca en el pasado de ninguna generación, el arte nada sabe de cronología, de lo contrario estaríamos afirmando que el reggaetón es una música de excelencia. Aprovechando un silencio, mi amigo me demostró que sigue tan punzante como siempre en sus testimonios. "No hace mucho tiempo que dejé de odiar a mi abuelo, aprendí a perdonarlo y a perdonarme, me reencontré conmigo mismo, recuperé mi vocación de servicio, hoy me siento feliz atendiendo el boliche. Lo pude lograr cuando conocí el mar. Los que vivimos a la vera de un río, sólo sabemos lagrimear. Para llorar de verdad hay que llegarse hasta la orilla del ser salado que roe piedras y añejos rencores. Aprendí a quedarme sólo con lo bueno, el viejo me enseñó a adorar los amaneceres, es lo único cierto, lo que estuvo siempre, lo que nos sobrevivirá, todo lo demás es pasajero, tan breve como un sueño". Lejos del mediodía, un aletear nervioso y anaranjado cortó el sonido de nuestras palabras durante un segundo. Miramos con disimulo la maravilla. Poesía triste y cruel cierto silencio, que agita la memoria de un deseo perdido.

[email protected]