Me acompaña hasta la puerta y apoya su mano en mi espalda.

--Todo va a estar bien -dice.

Intento sonreir y, antes de salir, me da un papel.

--Una al día.

Una vez al día. Una caja dura una semana. Tengo que comprar. Dicen que hacen bien, como venir acá, pero siempre terminamos en lo mismo: con sed y preguntas que no me gustan. Como hace un rato cuando me preguntó:

--¿Compró los muebles?

--No.

--¿Por qué?

--Porque los van a traer de vuelta.

Anotó algo en su libreta. No pude ver qué.

--¿Qué anotó? -pregunté.

No me contestó. Solo esperó que le diga algo. Me hizo más preguntas pero no se las respondí.

--Tengo sed - dije

--¿Dejamos acá?

Me levanté de la silla y él hizo lo mismo. Estiró la mano y yo hice lo mismo. Si nos hubiese visto diría que estaba ensayado, que todo fue un montaje. Ojalá lo hubiese sido. Cada día me cuesta más. Venir, responder, levantarme y darle la mano. Una y otra vez lo mismo. Una vez por semana, todas las semanas. Me pesa. Todo me pesa.

Ahora me dice que nos vemos la semana que viene y quisiera decir que no pero me sale decirle que si. Salgo y escucho que la puerta se cierra detrás mío, camino hasta el hall que funciona como sala de espera. Trago saliva, tengo la boca seca. Miro alrededor y le pregunto a una chica que parece ser la recepcionista donde esta el baño.

-Está allá, Alberto - me contesta como si ya me lo hubiese dicho antes. Como si me conociera.

La miro. Es joven. Debe tener la edad de Julieta si es que recuerdo bien su edad ¿Veintitrés? ¿Veinticinco? Ella es del 76, de eso estoy seguro pero no recuerdo bien...

--¿Está bien, Alberto?

--Sí... sí. Gracias.

Voy hasta el baño y cierro la puerta con traba. El baño no tiene ventanas así que está todo oscuro. Tanteo las paredes y prendo la luz. Me miro al espejo. En este último año debo haber envejecido como diez años. No me gusta lo que veo. Tengo una especie de sarpullido rojo en el cachete que no pica pero me lo rasco igual y la piel empezó a escamarse. Abro la canilla. Tomo agua. Tengo mucha sed. Todo el día tengo sed. Las pastillas me dan sed. Me siento en el inodoro y me tomo la rodilla. Me duele hace un tiempo. Los rayos no funcionan por ahora pero van a funcionar. Lo decía el folleto. Me levanto y voy hasta la puerta. Empiezo a forcejearla pero está cerrada. Alguien me encerró. Hago más fuerza pero no, no se abre. Me falta el aire.

--¡Ayuda! ¡Ayuda! - grito.

Del otro lado escucho unos pasos apurados que vienen a la puerta.

--La traba, Alberto. Arriba a la derecha.

Reconozco la voz.

--¿Julieta?

Llevo la mano hasta donde me dijo y encuentro la traba. La abro y salgo.

--Siempre lo mismo - dice.

No es Julieta. Me sonríe y me lleva hasta la salida. Se acerca y me da un beso en el cachete. En el sarpullido rojo que no se va. Siento su piel sobre la mía. Es parecida a la de Norma.

--Es para el otro lado, Alberto - dice pero yo ya sé para dónde es.

Espero a que cierre la puerta y vuelvo a ir para el otro lado. No quiero volver a casa. Desde que Fernando me dijo que compre los muebles o no volvía me cuesta mucho volver. Él no lo sabe pero lo extraño. No sé cómo decírselo. Cuando intento decirle algo le veo la cara. No es la cara que tenía cuando le enseñaba a pasar diapositivas o cuando lo llevaba al cine. Es la cara que me puso el otro día cuando fuimos a comer a ese restaurant que no recuerdo y me dijo eso de que se quería poner un aro.

--No, nada de aros - dije.

Me miró como me viene mirando. Me hace sentir...

--¡Fijate por donde caminás, pelotudo! -grita alguien desde un auto.

--Pelotudo vos.

Me salió una voz rara. Tengo sed de nuevo. Mucha sed. Una por día. Meto la mano en el bolsillo y saco un papel. Lo miro. Es la receta del médico. Hace un mes que me duele la rodilla y los rayos aún no hicieron efecto pero lo van a hacer. Eso decía el folleto. Una señora pasa caminando con un perro. Nunca tuvimos perro, si una tortuga: Manuelita. La regalamos porque cagaba adentro. Si hubiésemos tenido un perro Norma no se hubiese ido con los chicos. Ahora si no compro los muebles Fernando no vuelve. Perros, no tortugas. Me acerco a la señora.

--¿Qué raza es? - pregunto.

--¿Cómo? - responde con una cara parecida a la de Fernando.

Y será que el perro no me importa que le pregunto.

--La Farmacia... ¿sabe dónde está la farmacia?

--Dos cuadras para allá - contesta mientras se aleja.

Camino en la dirección que la señora me acaba de indicar. La rodilla me sigue doliendo. Dos cuadras dijo. Es acá nomás. España... ¿Ayacucho? No, presidente Roca. Dos cuadras nomás. Los rayos ya van a hacer efecto. Lo decía el folleto. Llego a la farmacia. Entro y otra chica joven me atiende.

--¿Qué anda necesitando?

--Si, Julieta, ando buscando una caja de... no me acuerdo el nombre.

--¿Tiene la receta?

Estiro mi mano y le doy la receta. La mira y se va al fondo. Norma también se fue, se fue con los chicos. Ellos me dicen que no van a volver si no compro los muebles. Pero yo sé que los van a traer de vuelta. Cuanta sed que tengo. Me duele la rodilla. En casa tengo más pastillas pero me dan sed. Me paso la mano por la cara, estoy transpirado y me pica el cachete. Tengo que ir a buscar a Fernando, dentro de poco sale del profesor de matemáticas. Está por entrar en la secundaria. Necesito agua. En el fondo veo una heladera con gaseosas. Me acerco y la abro. Saco una Coca y me la tomo tan de golpe que se me cae por los costados. Sigo teniendo sed. Saco una Sprite y hago lo mismo. Una fanta, una paso de los toros, otra coca cola, otra fanta, otra sprite.

--¡Señor! ¡Señor! -me grita un empleado- ¡Señor!

Me toma del hombro, me doy vuelta y lo miro. Detrás suyo está la empleada. Intento abrir la billetera pero se me cae.

--Vayasé de acá.

Salgo. Quisiera pedirles disculpas, decirles que no era mi intención pero tengo mucha sed y Fernando sale dentro de poco del profesor de matemáticas. Era por acá. Camino unos metros. Ahí está, Presidente Roca 1123. Toco timbre. Una señora abre la puerta.

--Vengo a buscar a Fernando ¿Ya terminó la clase?

--No hay más clases acá.

--Pero Fernando sale a esta hora.

La señora me mira como me miraba mamá. Mamá se murió hace mucho. La extraño.

--Tengo mucha sed - le digo.

La señora abre la puerta y me invita a pasar. Me señala el living y me siento. Paso las manos por el tapizado, es suave. Vuelve con un vaso de agua.

--¿Cómo se llama? - pregunta.

--Rodrigo. Rodrigo Alvarez.

--¿Quiere que llame a alguien, Rodrigo?

--Sí, llame a mi mujer. Se llama Norma. Tenemos que ir a comprar muebles hoy. Si no compramos los muebles, Fernando no va a volver.

La señora me sonríe y yo intento lo mismo. Le doy el número de Norma. Lo anota y se va. En el fondo escucho una voz masculina. Suena a Fernando. Sí, es él. Seguro. Volvió porque compré los muebles. Este sillón suave. Esta mesita ratona y esas dos sillas. Las compré recién y le dije. El se puso contento porque va a poder tener un perro, no una tortuga. El perro va a dormir en el piso. En el sillón no. El sillón es muy suave y lo va a arruinar. Voy a cerrar un poco los ojos. Un ratito nomás hasta que Fernando vuelva. Un ratito. Después me tomo el agua. Eso me va a calmar la sed. Seguro. Todo va a estar bien.