La muerte siempre le había solucionado, a Nemesio, mucho de sus problemas y este caso no era la excepción; lo único que lo molestaba era que el suicidio de Ernestina daría que hablar en el ambiente y él, por ser su marido, quedaría implicado. Las noches siguientes al velorio, se soñó yendo al bar del pueblo, (como hacía cada semana por los asuntos de la soja), donde era interpelado por las incómodas preguntas de sus amigos Algunas veces se despertó sobresaltado….

Nemesio era lo que se dice un hombre práctico. Se había casado con Ernestina por su posición pero los hechos contradijeron su creencia de que no debía pagar por ninguno de sus proyectos. Esa creencia se debía al hecho de que había heredado de su abuelo el derecho de mayorazgo que delineaba la línea sucesoria. Era hijo del mayor de ocho hermanos y se había criado con su abuelo, un terrateniente que había ganado en una partida de truco a una aborigen, que convirtió en su mujer. Nemesio mencionaba a menudo a su abuela, como una excentricidad que lo distinguía; íntimamente derivaba de esa relación la convicción de poseer un poder oscuro. Recordaba una tarde en que descubrió a su abuela, rogando ante Ulungansum por la muerte de su marido, quien falleció dos días después a causa de un infarto. Fascinado por el hecho, Nemesio entró a pensar si él no poseía el mismo poder y seducido por esa idea, decidió acercarse a su abuela, quien, vaya a saber por qué, no lo rechazó como había hecho siempre con los otros.

Durante un tiempo se sintió condicionado por un deseo temeroso; comprobar si Ulungansum respondería ante sus pedidos como respondió ante su abuela. En principio, el temor de que así fuese pudo más, pero una pelea ocasional que lo dejó mal parado, lo instó a rogar por la muerte de su adversario, que murió al cabo de una semana, víctima de gatillo fácil. Eran tiempos difíciles. Nemesio obvió el hecho de que colaboraba con la policía a partir de ser descubierto vendiendo el producto de pequeños hurtos que realizaba con sus compañeros. Esa connivencia lo adiestró en algunos manejos fraudulentos pero fue un hermano de su padre quien lo entrenó en el manejo de las estrategias del poder, con la recomendación prioritaria de colectar inescrupulosos y falsarios para alimentar una red de alternancia entre los hechos y la información. “Hay mucha gente que prefiere el engaño y podes atraerla, por lo demás, nada debe importarte más que vos, nada…”, repetía. Tal vez se arrepintió de esa afirmación extrema el día en que cayó de una barcaza de contrabando y se ahogó clamando ayuda, ante los ojos atemorizados de su sobrino, que no lo socorrió.

A partir del setenta, Nemesio no sólo cobró notoriedad por su posición social y su dinero, sino por las relaciones con los políticos locales y con las fuerzas de seguridad. Su casamiento con Ernestina aumentó sus bienes y su notoriedad, dado que la familia de ella se prodigaba en sucesos divulgados por las revistas y los programas locales. Aprovechar las circunstancias favorables era una de sus destrezas y la publicidad lo favorecía, así que no tardó en alcanzar un lugar privilegiado en las relaciones de poder y determinar mucha de las decisiones del gobierno de turno. Pese a todo, Nemesio no era precisamente un hombre lúcido, pero se mostraba como un hombre de carácter; jamás había vacilado en aplicar la severidad con sus hijos. En una oportunidad en que Fernando, su hijo menor, le robó unas monedas que guardaba en su escritorio, lo azotó diciendo: “El poder se obtiene con violencia y con robo. Te castigo no porque hayas robado, sino porque debés hacerlo bien”. Por supuesto, su predicación no siempre era efectiva; Fernando soñó con el rostro de su padre muerto, lleno de pústulas entre cenizas y al despertar supo que en algún momento se marcharía para siempre. Nemesio intuyó que Pucho sería su sucesor. Por lo demás, no dejaba de extender su poder que solicitaba nuevas relaciones; no sólo quería presentarse como el propietario de oprimidos campos cultivados, sino que aspiraba a algún ministerio. Para adquirirlo debió cumplir una tarea que lo excedía; recibió el encargo inesperado de matar a un hombre, “que se quedó con un vuelto” en una transacción por drogas. Cuando tuvo lugar el procedimiento, que creyó de fácil ejecución, descubrió con horror que era uno de sus cuñados, quien le rogó por su vida. Después de unos segundos de vacilación le disparó a la frente; sus adláteres quedaron satisfechos. Nemesio no tuvo ningún remordimiento ni una imagen reprobable al mirarse en el espejo. Tampoco advirtió el odio en la mirada de su hermana que algo sospechaba o intuía ante su meticulosa reserva frente al tema y sus conocidos delitos…

Los años posteriores fueron de bonanza y progresivamente Nemesio fue consiguiendo lo que se proponía. Primero fue un club de fútbol local que presidió hasta sacarlo campeón, después la legislatura municipal y más tarde un ministerio en la provincia. A medida que progresaba se hacía a la idea de que su proceder espurio podía ser borrado si obraba convenientemente. Su cura confesor estimuló esa creencia impulsándolo a tomar bajo su protección al hijo de su cuñado que parecía responder más a sus expectativas que sus hijos. Primero, le encargó, trabajos administrativos, después algunos de mayor envergadura, finalmente Marcos pasó a ser su principal asistente y consejero…

Puede afirmarse que hacia fines de los cincuenta, uno de los suburbios rosarinos se extendía desde Pellegrini hacia el sur, hacia Uriburu o Lucero, oprimiendo la extensión de Ayolas hasta el Saladillo. En ese aparte se ubicaba Villa Manuelita, el último bastión de la resistencia peronista en el cincuenta y cinco, que lideró Emiliano Pérez. Nemesio decidió que era provechoso para su carrera instalarse en Pellegrini del lado de la primera. Tenía plena conciencia de que esa calle oficiaba como un límite que le brindaba la posibilidad de navegar en dos aguas. Su prosperidad aumentaba su omnipotencia y creía que podía comandar las seccionales de cada distrito. Para lograr lo que se proponía retomó el hábito de concurrir a los cafés, al Uría de Alem y 9 de Julio donde logró cierta primacía y al “Nuevo Piave” del Saladillo, frente al cine Diana y la estatua de Evita, donde lo toleraron con recelo… Se había enterado de que su hijo Fernando, a quien no veían desde hacía unos años, rondaba por allí. Probablemente ese hecho alteró su habitual proceder ya que cometió algunos errores que dejaban al descubierto el verdadero proyecto de sus adláteres.

 

No sabemos cómo ocurrieron los hechos, pero lo cierto es que la historia personal de Nemesio se detuvo allí. Lo habían citado, según Marcos, que esa noche no lo acompañó, al callejón lateral del Piave. Le descerrajaron un balazo en la frente y le colgaron un papel con letras recortadas de un diario, “esta deuda se saldó“.  Sus correligionarios con la aprobación familiar decidieron borrar las huellas del ominoso final; la radio y un matutino local difundieron la noticia de que Nemesio Peña, virtuoso líder político regional, murió víctima de un infarto, que lamenta el fervor de una discreta cantidad de partidarios.