“…y me arrastré y te arañé, y me agarré de tus cabellos, de tu pecho, tu pijama, de tus pies, al pie de la cama…”. Letra de “Atrás de la Puerta”, Chico Buarque

Ella sabía que después de aquella discusión, de aquel rechazo, la noche iba a ser larga. Estuvo despierta casi todo el tiempo, y aunque cerrara los ojos, la cabeza le daba mil vueltas por una bruma pesada, pegajosa, sin ofrecerle paz. Maldecía por lo bajo las sábanas coloridas que había puesto ese día. A quién se le ocurre, en medio de una crisis matrimonial, cambiar las sábanas y poner otras con tulipanes violetas, perdidos entre aleteos de mariposas anaranjadas sobre un fondo imposible de amarillas flores de camomila. Además eran calurosas, seguro que un porcentaje alto de poliéster menoscaba su origen, de por sí humilde. Las había comprado en un intento ahorrativo, enfrentada al costo desbordado de las de cuatrocientos hilos. O peor aún, las de hilo egipcio.

Intentó, en uno de los tantos giros a que la sometió su insomnio, acercarse a él, abrazarlo por la cintura. Intentar la cucharita que era el sello distintivo de la cama que compartían desde hace años. Pero él se desprendió.

Ella se daba cuenta que él estaba durmiendo dándole su espalda, y tan al borde de la cama que un soplo podía hacerlo caer. Ella hubiera soplado, no por su bronca o su odio, claro, sino como broma. Como había pasado, antes, en alguna noche lúdica, tal vez apasionada.

Se daba cuenta, no era ingenua, de que él no quería su cercanía. Rechazaba su abrazo, su caricia, su cuerpo. Se contentó con poner su nariz lo más cerca de su espalda, de su cabeza. Sin tocarlo. Lo tocaría con su olfato, sin que él se diera cuenta. Su pelo, oliendo a limpio, a agua y champú recién usados. El champú de flores de centaura que ella le había comprado hacía unos días. El mejor producto para cuidar sus canas incipientes. Le había resultado carísimo pero con él sí que no escatimaba en gastos. Ese cuidado era parte de su amor desde siempre, su precisa función en esa unión, en esa vida, que ella había elegido no modificar desde el principio.

Sabía que él lo valoraba y lo necesitaba, que no iba a poder prescindir de ella así nomás. Que la discusión de la noche había sido una más, como todas las otras, las anteriores, las de todos los años que habían pasado juntos.

Por unos minutos entrecerró los ojos y un sueño imprevisto la asaltó. Imágenes, como secuencias en negativo de una película, saltando una detrás de otra, con él de espaldas, caminando, alejándose, y rodeado de sombras femeninas, sombras de cuerpos hermosos moviéndose a su lado. Se despertó de golpe, sin aliento, con la angustia doliendo en el pecho, con las lágrimas agolpadas, sin avisar, por el costado de su ojo derecho, empezando a correr por la sien hasta la entrada de su cabello, dejando una sensación de frío y humedad en la raíz del pelo. Pero para qué darle importancia, un sueño más, de aquellos, esos que la perseguían desde siempre. Tenía claro que eran la continuación nocturna de los celos que la habían perseguido toda la vida. No era tan raro soñar otra vez, después de una discusión como la de esa noche.

De a poco el sol se fue filtrando por las aberturas de las persianas que no cerraban bien. Aunque lo negara, ya estaban viejas. La madera reseca por los años de uso, dejaba pequeños agujeros que el sol aprovechaba para entrar y adelantarse al despertador. Hoy mismo llamo para que las cambien, se dijo, y se inclinó para buscar las pantuflas y apurarse para hacerle el mejor desayuno en mucho tiempo. Con todo lo que él prefería, y más. Sin embargo él estuvo antes parado junto a la cama. Sus ojos la estaban mirando, midiendo tal vez, pero como vacíos. Siempre habían sido verdes pero esa mañana ella los veía grises. Sus ojos no eran sus ojos. Eran los de otro hombre. Ella se asustó, intuía que esa mirada helada traía alguna desgracia.

-Esta vez va en serio. No voy a volver. No me llames. No aguanto más.

(Qué hago tirada en el piso, qué hago sin poder hablar, qué hago arrastrándome si puedo pararme. No, es que sin él mis piernas no sirven, mi voz no tiene sentido fuera de mí. No voy a dejar que se vaya, me colgaré de su cuerpo, rodearé su pecho, le tiraré del pelo. Voy a insultarlo, a maldecir su vida que se cruzó con la mía, a gritarle, a reclamarle. Después de todo lo que le di, después de haberme dado, toda, a cualquier precio. Voy a colgarme de sus pies, a arañar sus piernas, a engancharme de su pijama. Este pijama que le compré yo misma, después de tanto buscar uno que podía imaginar que le gustara. Este pantalón del pijama que ahora, al tocarlo, siento que ya está muy gastado. Sus rombos azules están descoloridos, su fondo gris arratonado. El dobladillo ya está casi deshecho. Este pijama está imposible, no es digno de él. Hoy mismo, ahora, después del desayuno salgo a comprar uno nuevo, como debe ser. Así no puede dormir un día más).

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