La vida es un OVNI

En extensión, la expresión "hay gato para rato", con la que Mauricio Macri se despide de cuatro años destructivos en la presidencia de Argentina, es la que acecha a la región, que es la propia de lo desaparecido.

Cada cosa en el contexto regional está tocada por este aspecto de lo desaparecido, esa partícula que es el más allá del Principio de Nirvana, y lo que vuelve muerto del más allá.
Y el OVNI es justamente la partícula que permite inscribir lo inesperado de la irrupción de la vida.

La vida es un OVNI porque su aparición tiene la misma estructura que amenaza a la lógica concentracionaria del capitalismo: es el cuerpo que retorna de la vampirización, de la sequía, del consumo, para irrumpir, sin exactitud científica previa, inesperadamente colectivizado en lo que es: la expresión viva de un poder gregario que empuja una política que siempre es libidinal. El agua vuelve al cántaro, al cuerpo agujereado de los territorios erógenos, del oasis viviente en el desierto de la depresión, la enfermedad y el sometimiento. Si hay un más allá incomprensible para ese gato “para rato”, es el más allá del individuo: un cuerpo cuya superficie recorre más de un individuo, más allá de espacios y de tiempos. Un cuerpo, desde la óptica del individuo, en el que se enciende la chispa de lo trans-dimensional.

No es ese tipo de chispa prefigurada y formateada con la que seducía la multinacional Coca Cola. Es lo incierto e inesperado de la vida, esa que nos ubica en una correlación más allá de nuestros padres, en una vertiente que tenderíamos a nombrar como propia de un recorrido pulsional, más precisamente ADN pulsional, es decir, de la información que se “acelera” transferencialmente desde ese cuerpo acorralado, el “reaparecido” como el que irrumpía en los síntomas histéricos con los que Freud comenzó este recorrido que nos trae hasta aquí, hoy, y que Lacan sitúa en las partículas de materialidad significante a las que denominó letra.

Edipo, por si alguien todavía no lo leyó, significa, en Freud, pero formalmente en Lacan, que nunca se es hijo solamente de sus padres. La vida “se arranca” de tus padres porque la vida es OVNI.

¿Será por eso que aparece en el lenguaje aristocrático de la primera dama chilena tal referencia a lo “alienígena” frente a la irrupción de ese “corpus” colectivo que nadie previó, el del pueblo chileno?

Y esto es lo que revela el psicoanálisis en su trabajo de indagación clínica, indagación que es necesariamente transferencial, tejido vivo e irrupción. Entre la construcción de la vida y un soplo divino, eso que perfectamente podríamos nombrar por su condición de poética.

La novedad, en eso que decimos, es que al decir “la vida es OVNI” ya no hay nada para rato, eternamente, salvo en las ilusiones del Amo o del Imperio. En lo que concierne a la vida no hay nada para rato, no hay gato para rato.

Un apelativo a una esperanza, en el orden del porvenir de una ilusión propuesto por Freud, con el ascenso de la espiritualidad. En vez de arengar las exequias hagamos un canto a la alegría, proponiendo no esa invocación a la alegría superyoica, a esa versión de obediencia debida que sumerge al sujeto en la imbecilidad de su vida normativizada por los estándares de felicidad, la alegría sonsa de los agoreros de las redes y los gobiernos neoliberales.

Se trata de otra postulación de alegría, particularmente ligada a la experiencia intermitente del objeto “a”, en los modos de interrogarlo y de rodearlo.

Hamlet y la neurosis obsesiva

Podríamos decir que toda la experiencia de Occidente, y más allá del Consenso de Washington que rubrica esta última etapa brutal y neoliberal, es Hamlet, es la exaltación de la neurosis obsesiva y sus variantes, que ha tenido que ver directamente con el control incipiente, categorial, religioso, de la vida privada, de la sexualidad, y obviamente en la ciencia y en el desarrollo industrial.

Esto alcanza también a las estructuras de gobierno y la reversión de un dominio del pueblo, allí donde se facilita --entendido como “vía facilitada” de la formación de síntoma-- y se enmarca la pulsión de dominio como arte solipsista del gobierno autoerótico de los cuerpos. Ese dominio, que parece pertenecerle al común y al ciudadano, es en realidad una retroacción por la vía institucional de una determinada consigna, por la cual se han encarnado las plutocracias mundiales en el entramado de los imaginarios democráticos a nivel mundial en Occidente.

Y Hamlet podría resumirse en esa frase, ese parlamento en el cual señala lo imposible acontecido, lo inasimilable de la constitución del poder por la vía del parricidio y sus variantes, el que ha perpetrado su tío Claudio sobre el padre de Hamlet, casándose asimismo con su madre: “con exequias en danza y bodas en lamento”. Fórmula que signa la exaltación de una vida sufrida, en el preciso instante en que se consuma ese fraticidio --ya que Claudio es el hermano del rey asesinado--. Y tal como señala Gérard Haddad --reconsiderando las variantes del complejo de Edipo--, cuando se consuma el complejo fraticida, el Abel y Caín universal y constituyente (1). Como vemos, el complejo fraticida es uno de los elementos constituyentes del parricidio.

Pero, ¿constituyente de qué horror? Un horror que subyace no sólo a Hamlet sino al sujeto contemporáneo sobre la amenaza de desaparición.

Si el orden universal está subvertido por la vía del crimen parricida --eso que avala la existencia de una horda--, entonces la vida misma colapsa. Esos son los fantasmas estructurales de Hamlet, más allá de cualquier consideración clínica. Este personaje entiende que de este modo lo que corre peligro mortal, lo que circunda los bordes de lo irreversible, es la vida misma: el país, su época, el amor, aquellos dones recibidos, incluso los recuerdos dolorosos de los que han partido o muerto.
Ese presente pestífero --“algo está podrido en Dinamarca”-- no cesa, se vuelve real. Presente pestífero que hiede real. Como en aquella hermosa fábula cinematográfica “La historia sin fin” (2), cuyo universo comienza a desaparecer en las narices del niño protagonista y su dragón, el “hay gato para rato” resuena como esa maldición del nunca jamás precursor de toda desaparición, de toda partícula desaparecida, volviéndose maquinaria de lo desaparecido y de desaparición. Este es el verdadero oscurantismo espiritual que propone la época, agazapada sobre toda Latinoamérica, arrasando poblaciones enteras a la invisibilización primero, y luego a su desaparición. Este mecanismo no es sin un método, un método racional, tal como la presencia incesante de los EEUU en la región han validado y posibilitado logísticamente cada uno de los golpes, caídas, persecuciones y desapariciones de los gobiernos populares en la región. En síntesis, en las trazas de una frase del español colonial que aún hoy resuena en la cotidianeidad sometida, lo que “cuesta un Perú”, como símbolo de una existencia sufrida y meritocrática, hay que transformarlo: de lo que hay que deshacerse es del “Perú” como significante de la explotación colonial. El corralito de la representación tiene por único fin el de crear un campo de dominio sobre el que ejercer un poder despótico. El asesinato del padre lo funda como tal, pero es asesinato a nivel simbólico, en el plano de las representaciones edípicas que Freud nombró como “complejo de castración”, no aniquilación, vaporización radiactiva efecto del intento absolutista y de retorno a lo Real del mito, figurado en ese mono indiferente y prepotente que ni siquiera registra al otro como tal, radicalmente otro. Hamlet es la fundación de la subjetividad moderna, y el anuncio de un intento de transformar un asesinato en una aniquilación, en un borramiento, en la desaparición de toda huella humana.

Depende de qué gato

El gato de Cheshire --el famoso gato en “Alicia en el país de las maravillas”, la historia de Lewis Carroll--, es un gato que no se impone a la realidad, porque esta aparece deslocalizada, es decir, fuera del lugar en el que la realidad se instituye como algo externo que viene a decirnos cómo es. Ese es el gato para rato. El de Cheshire, es el que deja la sonrisa en el aire mientras el gato ha desaparecido. Y en verdad, eso es lo que nos queda. Más que “gato para rato” lo que nos ha dejado es una sonrisa suspendida en el aire de la ironía. Hay un gran error en decir que esto es un error, porque el gato que se nos presenta ante nosotros ya no está, salvo su sonrisa, que no necesariamente podría pertenecerle al gato. El problema es que la física cuántica postula que es posible separar un objeto de sus propiedades físicas, tal como Alicia exclama, respecto del gato que se desvanece en el aire dejando su sonrisa: “he visto a menudo un gato sin sonrisa, pero no una sonrisa sin gato”. Exactamente. ¿Estamos viviendo en la realidad sociopolítica del capitalismo avanzado --financiero-- esta evidencia? ¿Hemos llegado al “país de las maravillas” de Alicia? En todo caso, serán maravillas que dejan a millones fascinados frente al espejo mientras unos pocos logran atravesarlo, para acceder a la cuestión de que “el mundo” --ese mismo del que el discurso neoliberal hace la panacea-- suspende en el aire su sonrisa irónica mientras --por ejemplo-- el resto trabaja “gratis” llenando de contenido las redes sociales con las que otros pocos hacen miles de millones. Paradojas que son delicias como para que ese gato, que no necesita de ningún modo ser “para rato”, siga con su sonrisa.

No nos estamos dando cuenta de que ya no vivimos en la realidad disciplinaria y “externa” en la que un enemigo era claro y estaba siempre “afuera”, y sus propiedades eran indisolublemente asociadas a su poseedor. Entramos a un régimen material en el que las partículas de la realidad son mucho más “finas” y “sutiles” en sus movimientos, y en la complejidad con la que tales movimientos constituyen la realidad sobre la que hay que actuar e intervenir. Toda posibilidad real de transformación dependerá de este diagnóstico.

Dar vida

Ese mismo tipo de goce sufriente, sobre eso real inclasificable, desbordando sobre los registros del mundo y sobre la experiencia subjetiva, como un magma crudo que hace desaparecer --ya que un síntoma es una antesala y una oportunidad de lectura y transposición, pero asimismo es el último escalón que anuncia, como en el caso de la oportunidad que es calva-- que, o se escucha o se borrará irreversiblemente, tal vez sin aviso de retorno.

“Quién quiera oír que oiga” --así decía el hermoso tema de Litto Nebbia--, pero habría que señalar que es a condición de un determinado campo de experiencia, ya que allí no alcanzará ni con el autoanálisis, ni con la meditación, ni con el pensamiento, no será tampoco por la vía del solipsismo, ni como salida individual. Ya que esta subversión de la posición del sujeto es inevitablemente una experiencia al menos entre dos, y por extensión una experiencia de validación comunitaria, instalada y desarrollada en el lazo social.

Esa posición en la que vienen los analizantes, aquejados de algún sufrimiento, y por la cual también uno podría decir hay una posibilidad de salida, de trabajo --con eso que es la cosa freudiana, la piedra de la castración--, de emancipación, porque justamente se presenta como comienzo y no como punto de cierre, de conclusión.

En esta etapa que parece tan ensimismada políticamente, tan oscura para la región y para el mundo, hiperconcentrada, tan asfixiante, esta contemporaneidad que parece ser y se diagnosticó en algún momento como el “fin de la historia”, a partir de la caída del Muro de Berlín y de la caída de la Unión Soviética fundamentalmente, en realidad habría que tomarlo como un comienzo de análisis.

El tema es qué se pone a trabajar allí en un análisis, en una cura psicoanalítica. No es hacer solamente una construcción de lo que sería pensamiento crítico, sino lo que fundamentalmente supone un acto psicoanalítico, y en ese sentido uno podría decir: ¿qué sería dar vida acá?, donde está absolutamente todo muerto y cosificado, donde las clases política y económicamente dominantes intentan imponer un principio de exclusión, propio de una vida inmanente, donde todo se mueve para que nada cambie, donde se trabaja políticamente para que el orden de esas permutaciones culturales mantengan un status quo ligado a la inmovilidad, más propia del registro caracterial que del deseo.

¿Qué sería dar vida acá?, donde se ha diagnosticado lo contemporáneo de este modo, como fin de la historia, o también podríamos decir como el fin de la experiencia humana. El señalamiento de Alicia continúa en pie: “he visto a menudo un gato sin sonrisa, pero no una sonrisa sin gato”. Alicia, la niña que no renuncia a señalar las fallas y las dislocaciones en el tejido espacio temporal de esa extraña tierra en la que acontecen sus aventuras y con las que construye una experiencia. Ante eso, no retrocede. Si entendemos por experiencia lo que irrumpe inesperado, como efecto de una ética deseante, espontánea, poética, como ciencia de lo real / realidad, tal como propone el psicoanálisis, y siempre como efecto del lazo social.

José Luis Juresa y Cristian Rodríguez son miembros de Espacio Psicoanalítico Contemporáneo (EPC) y de Le Institute Gérard Haddad, Paris (L’IGH).

1. Le complexe de Caïn. Terrorisme, haine de l’autre et rivalité fraternelle. Gérard Haddad. Premier Paralléle. 2016

2. Sobre novela del escritor alemán Michael Ende, La historia interminable (Die unendliche Geschichte), publicada por primera vez en alemán en 1979.