de que más me importa

el tiempo en el que aún no sé

el nombre de las cosas.

Natalia Romero

Venía pensando en ello pero no quería caer en la tarea vacía de convertirlo en una hipótesis, en una teoría. Cuando se le cayó el botón del saquito que había comprado a 15 pesos diez años atrás en la Feria del Boulevar, recordó el texto que había escrito con Nati. Todo había empezado con un botón, una partícula mínima: un detalle. La cadena asociativa siguió por un rato sin rumbo fijo, como las cosas que hacen a los días. Se detuvo en un refrán: “Para muestra basta un botón”, repetía el novio de su amiga.

Un botón, una parte mínima de un todo, había sido el punto de partida de la amistad entre Nati y ella. Una amistad sin cuerpos, sin voces por teléfono, sin abrazos reales. Aún así, una amistad real. El botón las había unido como lo hace en una blusa o en una camisa: de manera segura, certera, sin opciones. El botón había surgido de una unión sagrada, como se repitió varias veces esa noche. Ella había ido al casamiento de la hermana de una amiga. La hermana de la novia tenía puesto un vestido retro que había comprado estando de feria en el Sur. Un vestido que simulaba los colores de una jirafa filtrada por los cristales rotos de una botella. Pero no era eso lo que lo hacía llamativo. Su encanto no estaba ni en el color, ni en el entramado de la tela, ni en el modelo retro, sino en los botones que cerraban la parte alta de la espalda: siete botones negros forrados. Ella no pudo despegar los ojos de ese detalle. Al otro día lo escribió y se lo mandó a Nati:

La hermana de la novia. Tenía puesto un pequeño vestido corto en amarillo huevo y negro. Un cinturón ancho de raso cortaba su cuerpo en dos a la altura de la cintura. La falda era apenas acampanada y terminaba tres dedos arriba de la rodilla. Cerraba la espalda una hilera de botones prolijamente espaciados que parecían las cabezas de una fila de hormigas negras. No pude evitar acercarme y tocarlos. Eran suaves como las sabanitas de los recién nacidos. Cada uno de ellos había sido reforzado por otros hilos que se mezclaban y casi escondían las costuras originales. Los botones haciendo equilibrio entre cuerdas de hilos gastados, sujetos a una tela que habían vestido otras mujeres. El novio de la hermana de la novia se acercó y mientras hablábamos le acarició la espalda. Subió desde la cintura, pasando sus dedos uno por uno por los botones, como si verificara que estuvieran ahí, que el cuerpo de su novia los seguía sosteniendo. Después los tocó como quien se acerca de a poco a algo que ve por primera vez. Los botones como una señal de la belleza que se encuentra en pequeñas cosas de segunda mano.

Nati continúo el texto recurriendo a retazos de tela. No tuvieron que decirse qué escribir. Se habían encontrado ahí: en la mirada demorada en los detalles. El texto fue una excusa para que la amistad se hiciese cada vez más cercana. La escritura sobre lo mínimo le daba a cada una la certeza de estar creyendo en un vínculo cierto. Y así fue que llenaron de retazos, botones, tules, emociones, flores y frutos muchas páginas que nunca publicaron.

El detalle no era sólo materia de escritura sino de la vida misma. Un detalle podía ser un regalo. Así lo definía su abuela Pepa. ¿Cómo podía ser que un regalo, algo tan importante, tan pensado, tan único, fuera un detalle? Algo minúsculo para alguien especial en su día. Por momentos le parecía que el detalle y el regalo guardaban cierta contradicción. Hasta que un día saliendo del kiosco de la mujer de pelo violeta ceniza que quedaba en Avellaneda y Pasco se animó y le preguntó a su abuela:

-¿Por qué si Yoli es tan amiga tuya le compramos una pavadita para su cumple?

-Le compramos un detalle, no una pavada como vos creés.

No como vos creés, pavadas. Un detalle es algo pensado, elegido. Por eso, nosotras cuando veníamos de Clelia le compramos detalles: un cancán bueno, pañuelos bordados o jabones lindos para el cajón de las bombachas. Todos los detalles deben ser para la persona homenajeada, nada de comprar cosas al tuntún o para la casa. Eso es de mal gusto.

Recordó a su abuela, buscó la etimología de la palabra detalle y le mandó un audio a Nati. “Detalle del francés détailer. Significado: cortar en pedacitos. Una epifanía tardía pero real. Como los chicos que descubren que su mamá tiene un nombre y que su nombre no es mamá; ella llegaba ahora a la demora como modo de ver el detalle. Demorarse como modo de ver con nitidez: el parpadeo de quien duerme al lado, cómo va naciendo la sonrisa, el sol que se oculta siempre diferente por todas partes de la ciudad, el peque que busca la mano de un grande cuando sale de la escuela, la espuma del mate que se apaga mientras se pasa de una mano a la otra, el movimiento lento de las hojas del diario en los bares, la caricia de quien acompaña a un abuelo, la lentitud con la que se marca un párrafo que nos conmueve. Los detalles como los materiales de nuestro mundo, nuestros días, nuestra pequeña vida. ¿Y si en vez de ser historias como decía Galeano, fuésemos detalles? Una cadena infinita y continua de detalles.

 

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