Papel máquina es una revista sobre filosofía, literatura y saberes latinoamericanos publicada en Chile desde 2008. Acaba de salir el número 13, que como varios anteriores está destinado íntegramente a releer y reflexionar sobre un autor. El de este año está dedicado por completo a Horacio González y la edición está a al cuidado de María Pía López, que hace algunos años publicó su propio libro sobre el ensayista, titulado Yo ya no. En la revista, López se encarga del prólogo y desde el vamos dice que González es “una disposición vital e intelectual”. Esa forma de ser, con su gracia y su don, se refleja en la de escribir y la de conversar y hace del ensayo el fenómeno central de la obra de González.

El número está dedicado a pensar la relación de González con la política y con el ensayismo como método: la forma para reflexionar escribiendo las condiciones del propio pensar. Está bien organizado en dos secciones. por un lado, la de la política, donde las cuestiones del peronismo, el plebeyismo y el feminismo se ponen en foco, con textos de Matías Rodeiro, Eduardo Rinesi y Alejandro Kaufman. Por el otro, la cuestión de la escritura y de sus prácticas críticas, donde aparece pensado profundamente Restos Pampeanos, en sendos estudios de Gisela Catanzaro y Susana Romano; mientras que Diego Tatián se encarga de relacionar las herencias (a veces extrañezas) con las que González inspira la vida intelectual de aires libertarios. Además, la propia López, junto a Guillermo Korn, entrevistan a González para hablar sobre sus maneras de leer. Es finalmente el protagonista el que deja su marca, con un extenso ensayo de lectura de uno de los libros a los que vuelve, como un territorio siempre en estado de habla: El príncipe, de Maquiavelo.

 

La revista se cierra con una joyita traducida por Rinesi que complementa adrede todo el número, un texto del crítico inglés Peter Stallybrass sobre la relación de Marx con la vida popular más allá de la teoría clásica de la sociedad de clases. Este ensayo había sido publicado en la revista El ojo mocho en el año 2000. De alguna manera, la relación se sostiene y vive. Es que González fundó junto a sus alumnos y compañeros de cátedra esa publicación en 1991 y López fue una de las editoras. La revista continúa bajo su segunda época y acaba de salir con la misma entonación de siempre, aunque con otros responsables. Es como si el número nuevo viniese a integrar todo lo que se dijo de su fundador en la publicación chilena, y todo lo que se puede pensar hoy, para empezar por algún lado toda una época que se revierte. La revista se titula, entonces, “Una nación para el desierto”: para indagar lo que se funda con palabras y con materialidades, para traer acá el título de un libro de Halperin Donghi, para volver al siglo XIX y para desempolvar de nuevo lo que siempre está, las deudas con los muertos y las promesas sociales.