Mauricio Macri no se molesta con el choque de intereses que se produce cuando Sociedades Macri, Sideco, MacAir o cualquier otra empresa familiar coloniza un área del Estado y tuerce una política pública. 

Su problema no es el choque sino que el choque se note.

Pero es difícil que no se note. 

Ni el Presidente se desvinculó de los intereses del grupo madre –o padre– ni se privó de llenar casilleros con ejecutivos de confianza como Raffaele Sardella, el presidente de Aguas Bonaerenses Sociedad Anónima con la gestión de María Eugenia Vidal. 

El pasado, entonces, sigue allí, presente. Como en un viejo cuento soviético.

Para mejorar las atracciones de Moscú, el Partido Comunista de la capital rusa decide abrir un cabaret. 

–¿Vamos a ser decadentes como París con el Lido?  –se enoja un ortodoxo. 

–La URSS es el faro de la humanidad y ese faro debe brillar  –contesta otro–. Además, ¿en el Tropicana de Cuba las chicas no bailan casi desnudas?

Montan el cabaret y lo incluyen en las guías de turismo de Moscú. Mausoleo de Lenin, Kremlin, Plaza Roja, San Basilio, cabaret. Pero pasa un año y nada. Un fracaso. El comité del Partido en Moscú convoca a una conferencia especial de crítica y autocrítica.

–Comencemos por la luz  –ordena el camarada secretario.

–La mejor iluminación del mundo. Sugerente. Decadente. Burguesa.

–Perfecto. ¿La música?

 –La KGB envió un equipo a París. No solo investigó al Lido. También al Moulin Rouge. Los grabó. Tres orquestas ensayaron las partituras hasta dominarlas como si fuera el Himno del Ejército Rojo.

–¿Qué me dicen de la comida?

–No incluimos varenikes porque los turistas los compran en Nueva York o Buenos Aires. Hay vodka del mejor. Caviar rojo y negro. Todo con canilla libre. También el caviar.

–Envidiable. ¿Las butacas? 

–Pusimos sillones donde uno hasta podría hacer el amor. Con el debido respeto, si nuestro primer secretario el camarada Leonid Brezhnev tuviera sillones como ésos saldría en todas las fotos sonriendo.

–No te pases, Boris. Bien, hablemos sobre lo que se ve en el escenario. ¿Las chicas?

–Las más bellas. Altas. Esbeltas. Todas se entrenaron como gimnastas para las guerras olímpicas con el imperialismo norteamericano, conocen su misión internacionalista y, si me permite, mueven el culo mejor que las strippers tejanas y aprendieron a mirar al público como putas. 

–Todo parece estar en orden. Supongo que está de más lo que voy a preguntar, pero háblenme de la vedette. 

–¿La camarada Tania? Camarada secretario, el Partido puede estar seguro con ella en el cabaret. Es una compañera probada. Jamás fracasó en las tareas que le encomendamos. Y ya van 65 años... 

Con todo respeto por la camarada Tania, el Estado argentino reproduce la misma lógica. Las camaradas Tania responden a sus mandos de siempre y son parte de un entramado que nadie liquida. Quizás porque el pasado es tan contundente que, para liquidarlo, Macri debería reinventar la rueda. ¿Puede? ¿Quiere? Más allá de estas preguntas algo es seguro: le está costando estimular el crudo mundo de los negocios y al mismo tiempo ponerlo detrás de un velo. 

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