Hace unos cuantos años leí un cuento que me impresionó mucho, y esta semana volvió a mi memoria; volvieron las imágenes imborrables que el cuentista norteamericano Stephen Dobyns selló en mi cabeza, mediante una peripecia patética, que hacía salir a la superficie nuestra idea del éxito y sus devastadoras consecuencias.

Dobyns, en su ficción, cuenta la historia de un poeta célebre, unánimamente aclamado en todo el mundo, ganador de premios, narcisista igual que toda su familia, que cree ser depositaria de los mismos atributos que el ganador de premios, Jason W. Plover. “Existen en la vida peligros tan turbadores que necesitamos mantenernos en estado de alerta y permanentemente preparados para manifestar nuestra conmoción o nuestra incredulidad”, comienza diciendo el narrador. Y lo dice porque acaba de leer una noticia de último momento: Jason W. Plover “resultó muerto en Harvard Square cuando un cerdo cayó del cielo y lo aplastó mientras cruzaba la avenida de Massachusetts con el semáforo en rojo”.

El cerdo pesaba doscientos kilos y estaba destinado a aparecer en una película sobre el asalto a un banco. Un helicóptero lo transportaba desde una granja de Lexington a lo largo los márgenes del río Charles, donde en una locación esperaban una actriz muy taquillera y un camión blindado que la producción había alquilado por una tarde. Era una escena importante de la película. Cuando los ladrones intentaban escapar con el botín, el cerdo se interponía en su camino. El cerdo, mientras tanto, viajaba sedado. Pero la mediación terminó su efecto antes de lo previsto, y el cerdo ya despierto rompió las sogas que lo ataban y sus movimientos frenéticos desestabilizaron el helicóptero. Los productores no pudieron impedir que cayera al vacío, y que comenzara un trayecto descendente que al cabo de doscientos metros lo hizo chocar contra el poeta célebre. El cerdo sobrevivió.

Plover cruzaba con el semáforo en rojo porque estaba apurado, llegando tarde a un almuerzo con su editora. El semáforo no tuvo nada que ver con su muerte pero agregó morbo a la noticia y al brutal desangelamiento del poeta célebre, que se había pasado la mitad de su vida pensando cómo sería recordado, que tipo de adjetivos acompañarían la noticia de su muerte, de qué homenajes póstumos sería objeto y cómo esa posteridad lustrosa sería parte del legado que dejaría a su familia.

La cuestión es que fue recordado como el poeta célebre al que un cerdo que cayó del cielo aplastó mientras él cruzaba la calle con el semáforo en rojo.

La contingencia arrasó con todos sus planes, forjados prolija y burocráticamente congreso tras conferencia, honoris causa tras homenaje. Las ridículas circunstancias de su muerte se convirtieron en objeto de burla, no de lamento. Sus libros desaparecieron pronto de las librerías. Su familia quedó inmersa en el bochorno, y pronto lamentó más las circunstancias de la pérdida que la pérdida de Plover.

Esta es la diferencia entre la narrativa y la realidad. Es necesaria. Es saludable mentalmente reconocer entre ficción y realidad. La narrativa existe para compensar lo que la realidad oculta pero que se percibe, para crear secuencias de hechos que quizá en la realidad se den aislados pero que juntos permiten ver de cerca la trama del tejido de los hechos y su correspondencia con emociones inexplicables. La ficción dice la verdad de una manera que la realidad no puede.

Obviamente el cuento de Dobyns volvió a mi memoria a raíz que ese veraneante rico de Punta del Este que tiró a un cerdo (o un cordero, o lo que fuere) desde un helicóptero a una pileta de natación. No leí detalladamente la noticia. No me interesa si fue uno o el otro. Lo que veo es a un puñado de personas riéndose de la muerte.

 

No es casual este tipo de diversión tan pegada, tan unida al sadismo, en un mundo en el que los ricos creen que “en realidad” el mundo es suyo. Las narrativas populares son muchas, porque siempre intentan, desde las derrotas históricas sucesivas, demostrar que hay valores y épicas de las que sólo son capaces quienes pelean juntos y para el bien de todos. La narrativa del poder de los ricos es una sola: de distintas maneras, siempre dice que todo les pertenece y que cualquier puja será aplastada mediante la peripecia necesaria, por más ruin o sádica que sea, esto es: por más vidas humanas o animales que cueste. Mientras el mundo se convierte en un nuevo circo romano que mata cristianos o esclavos o leones (pobres, mujeres, inmigrantes, animales, bosques, océanos, etc.) en un paraje caro y lleno de gente que cree que es superior a otra, tirar un cerdo desde un helicóptero es divertido. Es el tipo de diversión que le corresponde a la crueldad.