Faltan cuatro semanas para que comience el juicio contra Higui. Analía De Jesús, argentina, 45 años, nacida en Haedo el 7 de junio de 1974, está procesada por defenderse de una violación correctiva por ser lesbiana. El Día de la Madre de 2016 (16 de octubre), Higui fue a visitar a su hermana Mariana en el barrio Lomas de Mariló. Aquel día, un grupo de hombres que ya la habían atacado en otras oportunidades por “chonga” (lesbiana masculina), la rodearon cuando salía de un pasillo. La tiraron al piso de una trompada. Uno de ellos le bajó los pantalones y le rompió el bóxer. Higui se defendió clavándole al violador un cuchillo que llevaba entre las ropas para defenderse. Los demás hombres comenzaron a asestarle patadas, mientras ella protegía su cuerpo menudo enrollada como si fuera una bolita, cubriendo la cabeza con los brazos. La patearon muy fuerte en la zona de brazos y hombros, riñones, genitales y perineo. Mientras la golpeaban, Higui perdió la conciencia. Horas después, la despertaron la linterna y el griterío de los policías. Nadie quiso escuchar que Analía De Jesús se defendió de una violación. “¿Quién te va a querer violar a vos, negra, gorda?”, se burlaban los policías. “Yo no entendía nada”, recuerda Higui. De un momento a otro estaba aturdida de dolor, y despojada de toda dignidad, en un calabozo de Bella Vista. Acusada de homicidio. Aunque ni siquiera se lo habían informado. No sabía que el agresor estaba muerto. Higui espera en libertad el juicio que se llevará a cabo entre el 17 y el 20 de febrero en el Tribunal Nº7 de San Martín. Hay un pedido de la defensa de postergar el debate hasta abril, pero el tribunal aún no respondió.

LA VIOLACIÓN COMO UN MODO DE LIQUIDAR LESBIANAS

Su abogada, Gabriela Conder (Gremial de Abogados), dice “sabía que existían las violaciones correctivas hacia las lesbianas. Pero no que son tantas, tantas, las chicas que las sufrieron. Recién a partir de lo que le ocurrió a Higui, y conversando con las que se acercan a la Campaña por la Absolución, me voy enterando de la dimensión social de esto”. La violación correctiva es un crimen de odio específico hacia las lesbianas. La violación es parte de la cadena de disciplinamientos para que la lesbiana “se arrepienta, se cure” y sea heterosexual. No es algo aleatorio, que puede suceder o no, como a las mujeres heterosexuales. La manera de evitar este correctivo extremo es simular no ser lesbiana, enclosetarse, inventarse un noviazgo con un varón, escapar de la familia, la escuela, el barrio, mudarse a sitios donde las lesbianas no sean molestadas. Parte de la sociedad argentina se va modificando y abriendo hacia la diversidad, pero la historia de Higui muestra que por ahora esa transformación es muy superficial.

LA ESPERA

Tarde de verano. Zona Oeste del Gran Buenos Aires. 38 grados de sensación térmica. Bajo la sombra de un árbol y con el tereré de jugo de naranja que pasa de mano en mano, el calor no se siente. Gatites y perris juegan y aprovechan la sombra. La perra más grande se llama Machona, porque levanta la pata “para hacer pichí”. La abogada de Higui se entretiene con la más cachorra, una medio-pitbull bebé. Una niña nos presenta a tres gatites que recién abrieron los ojos. Higui esperó que baje un poco el sol, para almorzar en la mesa del patio. “Estoy intentando dejar las harinas. Bajé 10 kilos. Pero estaba desesperada por comer fideos”. Hay que respetar los antojos.

Al ingresar al terreno donde hay varias construcciones, nos muestra la primera casita de madera que construyó con sus manos. Muy completa, con baño dentro. “Se la voy a dejar a mi sobrino. Yo ya tengo una de material”. Uno de los sueños de Higui es aprender carpintería “en serio”.

¿Cómo te mantenes? ¿De qué vivís? 

Vivo del recicle. Nunca me dieron un trabajo fijo porque soy chonga. Empecé con un carrito juntando cosas y cortando pasto con el machete. Por ahí encuentro una silla rota, la arreglo y la vendo. El otro día encontré una cocina tirada en la calle, le saqué los quemadores, las partes de bronce que sirven, y me hice 300 pesos. Desde los 15 años me arreglo sola.

¿Y antes?

Cuando sos pobre, te hacen creer que te merecés eso. Antes laburaba de 8 a 18, limpiando casas, siendo albañil, plomera, pegando azulejos, poniendo membranas, pagándoles las cuentas a los que me ofrecían esas changas, lavándoles los autos, todo por la misma plata. Te hacen limpiar la cámara séptica y te dan 100 pesos. Y yo me iba contenta porque llevaba plata a mi casa para comer.

¿Cómo se vive la espera del juicio?

Es una tortura esperar el juicio. Me acuerdo del juicio y me pongo nerviosa porque se acerca el día. Antes no me daba cuenta de mis estados de ánimo, era re chonga, tenía un escudo para mostrar que era fuerte. Pensaba que saliendo de ese caparazón, de esa cara de bulldog, quedaba desprotegida. No conocía a otras lesbianas. Desde que conocí a muchas otras pibas, supe que no tenía por qué ser así. Pude empezar a aflojarme y a reír. Las pibas me hicieron abrir la cabeza. Soy una persona y tengo derechos. A mí me habían metido en la cabeza que no tenía derecho a nada, que siempre era la negra que sacaba todo lo pesado y la basura del jardín de otros por unos pesos. Hasta tuve un patrón que me clavaba un dedo en la frente y lo apretaba como si fuera un botón cuando me ‘explicaba’ cada trabajo que tenía que hacerle en la casa.

CHESTER ICE

Al costado de la casilla de madera está la pelota. Higui la lleva hacia el jardín de adelante haciendo jueguitos en sandalias de goma. El apodo lo ganó por su posición de arquera en la cancha. Su especialidad era la atajada escorpión a lo René Higuita (quien se comunicó con Higui para brindarle su solidaridad no bien se conoció el caso). El clásico de Bella Vista era contra el equipo de Rocío Oliva. “Con mi hermana Mariana jugábamos todos los amistosos para el club Barrufaldi. Esos los ganaba siempre el equipo de Rocío. Pero los partidos por puntos los ganábamos nosotras. Una vez la Mariana le hizo tragar el tejido a Rocío”. Higui también jugó fútbol tenis. “Ahora la cancha está medio abandonadita”.

 ¿Y esta guitarra?

Estoy entusiasmada con la música. Me compré un teclado. No sé nada, pero estoy aprendiendo. Tengo esta guitarra pero me llevo mejor con el teclado. Estoy escuchando música clásica y ópera. Es lo que me gustaría hacer con el teclado. Esa música no tendría por qué ser exclusiva de algunos. Es como el color amarillo. Yo lo uso en mi camiseta de Boca. No importa que se lo haya querido apropiar el Gato. Me interesan las letras de la vida misma, cómo te reprimen, los derechos que tenés y no te quieren reconocer.

¿Y estos cuadernos? ¿Escribís canciones? ¿Estás estudiando?

Empecé de nuevo la escuela primaria. Ya voy por el tercer ciclo. Tengo que repetirla porque se perdieron los papeles de las escuelas adonde fui. Y después me quemaron la casa donde tenía los boletines y los papeles míos”. (El incendio de su casa fue la advertencia de que la próxima reprimenda iba a terminar con el asesinato de Higui, si no se iba del barrio. Ocurrió en Lomas de Mariló antes del intento de violación correctiva. Los agresores fueron los mismos). En la escuela me empezó a gustar la Historia. Estuvimos con el Martín Fierro y me sentí muy identificada, porque él lucha contra la injusticia. La última vez que hablé con vos fue para mi cumpleaños. Me preguntaste qué perfume usaba y te dije Blue Blazer. Ahora cambié”.

Higui alcanza el frasco de su nuevo perfume para que lo probemos todes. Chester Ice. Súper fresco, súper chongo.

PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS: MI VIDA

La finalidad de la reunión es hablar no solamente sobre el juicio que se avecina sino conocer la historia de Higui por boca de ella misma. Las lesbianas mayores de 40 suelen ser esquivas en dar a conocer sus historias, porque no les cae bien mostrar sus costados vulnerables. Han construido un muro de parquedad que las defiende de los ataques de odio. Pero Higui aprendió a hablar. Al tomar contacto con el activismo lgbtnbiq+ y feminista, creció en autoconciencia reflexiva y se anima a contar su historia sin aquellas antiguas defensas.

“Nací en el Hospital de Haedo. Somos 8 hermanxs. De las tres mayores, soy la más chica (Tati 48 años, Mariana 46 son las que llevan el apellido De Jesús). Siempre que nacía un bebé, me tenía que ocupar yo de cuidarlx, porque mi mamá salía a trabajar. Estábamos todo el tiempo solas, mi mamá ni nos hacía el mate cocido. Los maridos de ella eran re violines. Cada vez que iba a tener familia, yo sabía que iban a aprovechar para violarme. Mi padre ya se había ido. Nos dio el apellido a las tres primeras. Trabajaba en una metalúrgica, usaba zapatos con punta de acero y le pegaba patadas a mi mamá. Yo no me escapé a ningún lado. Seguí viviendo ahí. Mi escapatoria era la cancha de fútbol. Odiaba lavar los platos. Mi mamá me castigaba cuando volvía de trabajar porque yo había pasado el día en la canchita y no había lavado los platos. Me hice pis en la cama hasta los 13 años. La primera vez que me violó uno de los maridos de mi mamá, también la agarró a la Tati. Mi mamá se enteró y lo corrió con un cuchillo. Después se arregló con él. Siempre terminaba arreglándose con ellos. Pero gracias a mi mamá, nunca nos faltó nada”.

“La primaria la terminé de noche. Repetí segundo y sexto grado. La directora le dijo a mi mamá: ‘Analía tiene otra mentalidad. Tiene que ir al colegio de noche. No sé qué quiso decir la directora. Creían que yo era re pilla, pero era más buena que Lassie”.

“Solamente en la época de Alfonsín me acuerdo que pasamos hambre”. Fue durante la hiperinflación de 1989. La inflación llegó casi al 200% mensual. Los supermercados cerraban tres veces al día para remarcar los precios. Los kiosqueros vendían los cigarrillos por unidad, porque si lo hacían por paquete, se fundían.

“Cuando empezaron los saqueos en 1989, salí con una bolsa de papas vacía. Cargué todos los fideos, arroz y polenta que pude. Así pudimos comer dos meses. Había un tipo que disparaba desde el techo del supermercado. Pero a mí no me importaba, porque pensaba en mis hermanitas que lloraban de hambre”.

“Después de eso empezamos a jugar a la pelota debajo de los cables de alta tensión de Mariló. Ahí conocí a una pibita. Mi mamá tenía 33 años y salía con un muchacho de 18 años. Y ya sabés qué quiso hacer él. Cuando el chabón se quiso pasar, me fui corriendo a la casa de mi hermana Mariana, que se había hecho una casa con palos de árbol y bolsas de nylon”.

“EL TERROR LÉSBICO”

Lo traumático de todas aquellas violaciones que irrumpen, lo está trabajando con su psicóloga Raquel Disenfeld, explica la abogada Gabriela Conder. “Yo no quería crecer. Sentía que la gente grande hace maldad. Por eso me iba a jugar”. Higui cambia de tema: “En la época que tendría que haber hecho la secundaria, intenté entrar al colegio militar. Quería ser policía o militar porque sabía que a esos los respetaban. Pero no pude entrar por la estatura (Higui debe andar por el metro cincuenta/cincuenta y cinco) y porque tenía dos dientes picados”.

A los 15 años se fue a vivir con su hermana Tati y a los 18, con un grupo de amigas que jugaban al fútbol. Después con una amiga sola. “Me ganaba la vida paseando perros en Palermo. Había un perro policía viejito que jugaba con ramas que le bajaba de los árboles. Estaba la Sweety, una cocker que se embarraba toda. Yo la dejaba. La bañaba y los dueños ni se enteraban de que se había ensuciado toda. Ahora tengo una amoladora y una agujereadora y me voy a comprar una hidrolavadora. Me encantaría ir con mis herramientas a ayudar a los refugios de animales. También me gustaría trabajar en las cárceles con Ni Una Menos. No me olvido del maltrato, de los traslados. Igual la pasé mejor en el penal de Magdalena que en el Destacamento de San Martín. En el destacamento, ni el cielo veía. Una vez se tapó la cámara séptica (por las tangas que tiraban) y me ofrecí a destaparla, solo para poder ver de nuevo el cielo”.

“El primer lugar donde estuve detenida fue la comisaría de Bella Vista. Pasé días sin poder ir al baño. Cuando pude, me salía sangre. No me hicieron ver por un médico. Los que me atacaron, me rajaron los dientes de adelante y me hicieron saltar una muela. En la comisaría me hicieron desnudar. Tenía el pantalón todo roto y el bóxer también. No me dejaron entrar un colchón, me obligaban a dormir sobre una cama de cemento. Un policía entró y me hizo firmar un papel que no sé qué era. Otro día trajeron al calabozo a un pibita menor de edad. Cayó presa porque el novio había robado un auto. La acusaban de ser cómplice y nada que ver. Los policías se le reían en la cara y la amenazaron: ‘Te vamos a meter con la lesbiana’. Le hacían creer que yo la iba a violar. A la pibita sí le permitieron entrar un colchón. Dormimos juntas. Le aconsejé que si el pibito la quería realmente, iba a buscar lo bueno en lugar de robar. En mi vida lo único que robé fue una gallina y un ganso. Tenía hambre. Que me perdonen las veganas”.

LA LEY DE LA CÁRCEL

Higui estuvo nueve meses presa en el Destacamento de San Martín. No apelaremos a la metáfora del embarazo porque no hubo ningún nacimiento sino aprendizaje en una violencia desconocida, para mantenerse viva. “La ley de la cárcel es aprovecharse del más débil”, conceptualiza Higui.Desde que tiene uso de razón, Higui aprendió a luchar por sobrevivir. 

En San Martín aprendió lo básico. La primera regla es no mirar a nadie a los ojos, porque se considera una actitud desafiante. “Había tres pibas que me trataban mal. Querían ir al penal porque allá iban a tener droga y celular. Inventaron que yo estaba presa porque había querido abusar a una pibita y decían que me había lastimado tratando de saltar un muro. Un día me vino a visitar la Negra Amalia, la primera jugadora argentina que vendieron al fútbol italiano. Ese día viene una piba y me trae una frazada envuelta en el antebrazo. No dijo nada. Ahí aprendí que eso quiere decir que tengas cuidado, que vienen a atacarte con una faca. La frazada es para defenderse. Me querían punzar. Me gritaban ‘tocá reja’. Una policía me saca y me lleva a ‘los tubos’, un calabozo chiquito, con portón doble chapa blindado, sin aire (apenas entraba un poco por debajo de la puerta) y un colchoncito. Después de eso, me llevaron al ‘refugio’, donde estás a salvo de las que te quieren matar”.

“Cuando me trasladaron a Magdalena, no lo podía creer. Estaban esperándome la psicóloga y la dentista. La psicóloga me preguntó qué me gustaba. Había actividades y patio con césped. ¡Lo que fue cuando toqué el césped! Me tocó el pabellón 12. El doce es mi número, porque soy de Boca (la 12 es el nombre que lleva la barra de Boca). Y salí de Magdalena un lunes 12. Capaz que un 12 me caso”.

Ya no quiere hablar más de la vida en prisión. “Vos no lo vas a creer, pero también tuve novio. No solamente novias. A los 15 se dio mi primera relación con un pibe ‘normal’. Aunque para mí que era gay”. Se ríe. “Me gusta más la piel y el olor de las chicas. Cuando estaba con los chongos no disfrutaba. Y cuando estaba con una mina me sentía culpable, por todas esas cosas que te enseña la iglesia: la Biblia, que la mujer tiene que estar con un hombre…”. Pero la culpa ya se le pasó. En una convocatoria de Feministas del Abya Yala tomó el micrófono y contó que al fin pudo tener su primer orgasmo sin culpa.

La luz ya es más tenue. Al fotógrafo de Soy, Sebastián Freire, le gusta la textura de la casita de madera para hacer fotos. En el jardín de adelante hay un árbol de Navidad de madera que construyó Higui, con frases feministas. Higui no espera sola el juicio. La acompañan los feminismos, los movimientos lgbtnbiq+, movimientos sociales, partidos políticos. Higui fue presa por defenderse, no merece otra vez la cárcel.