1.

Me gustan las puestas en abismo de las cocteleras locas del verano. Todo un mundo de sintagmas, en pleno nivel paradigmático, que embiste con sus espumas rotas la pregunta envejecedora. Es para una entrevista sobre literatura erótica. Como si no lo fuera toda la literatura. Al señor se le ocurre que sólo hay una clase de palabras eróticas. Y yo ahí, muda, muda, muda. ¿Hace falta que las chicas estén desnudas, que los muchachos muestren sus falos para que sean eróticos? No, dice el hombre, y me mira con poca simpatía. Bueno, le digo, con las palabras pasa lo mismo.

2.

Un beso largo, una mosca aplastada, una intensidad de tres días con René-Isidore Panmuplhe, una lámina de palabras mudas que en el otro lado del sueño despiertan con cara de haber trabajado una semana a medio sueldo. Una furia de seda, una escena viviente, carne mortal la tuya, una especie de poeta que escribe como sueña, y sueña como escribe. Su historia dice que después de seis años de nacida cumplió seis años, después cumplió otros, muchos, muchos, todos anclados en los seis, trescientos sesenta y cinco días por cada año, día por día, etcétera, por etcétera, hasta que volvió a los seis para cerrar la puerta. Una paloma blanca, en el interior de una situación real, ardió en un día que era noche. La paloma miró, con sus ojos fijos de paloma, la escena viviente, luego tomó uno por uno los seis años, los trescientos sesenta y cinco días de cada año, y se los perdonó para siempre. ¿Qué hacemos con las palomas y con las niñas? No sé, no sé, no sé explicarlo, pero puedo escribirlo como puedo soñarlo.

3.

Sobre todo deseo epítomes, mirtos de sombras coloreadas en la parte alta, cuando los dientes de amor mastican sus ejercicios de paciencia. Y me pregunta, el señor, qué es lo que más me gusta leer. Las letras de las patentes de los autos. Ah, ¿es eso, entonces? Sí, señor, y recetas, y manuales de uso, y los latidos del corazón, los paradigmas verbales, los latidos del mármol, las fe de erratas, los latidos de la noche, y la inmensa lengua profética que lame los cielos. ¿Y libros? Sí, sí, señor, también libros. La lengua de los libros, la vulva de los libros, la próstata de los libros. ¿Y diarios? Usted escribe en un diario, ¿lo lee? Sí, sí. Me gusta cuando dice “Si llegaste hasta acá, es porque te interesa…” me encanta que el diario me vosee.

4.

Ando con los ojos de René-Isidore Panmuplhe y pestañeo. Miro todo sin seleccionar. Si me descuido, sus ojos pueden quedarse en mis ojos para siempre. No veo una mejora posible con los ojos de René-Isidore Panmuplhe. Traeme los ojos de un poeta más desconocido, que tenga conciencia de los sueños que lo escriben. Sí, sí, Miri, nadie está mejor colocado que yo para hacerlo. Te traeré los ojos concéntricos, envueltos en la música de una gramática transexual que dé amor y se consuma. Sí, sí, traeme los ojos hipérbaton, las pupilas oxímoron, los iris aporías, mucha gramática transexual, que ya sabés, es lo que más me inspira.

5.

La vida sexual de las palabras. ¿Asume los riesgos? Sí, señor, los asumo. Dice usted que sí, tan graciosamente… Tiene un don natural para meter la cabeza en la boca del lobo. No, señor, no es un don, es un plan y un farol. Y esa luz, ¿qué hace con el mundo? Está en el mundo como un vigilante nocturno de circunvoluciones dhármicas, señor. Usted que conoce la vida sexual de las palabras, dígame, cuando una palabra no dice lo que el diccionario impone, ¿qué dice? ¿Que está dispuesta a todo? ¿Que se nos entrega? Es un vacío de presencia: “Un farol que reluce como un seno mentido”. A esto póngalo entre comillas, por favor, porque estas palabras son de otro.

6.

“Un farol que reluce como un seno mentido”, aquí el adjetivo produce un gesto, deja polvo en los labios, toda vez que intento leerlo y desleerlo, se mezcla el círculo mágico de su aureola con el iris de los ojos que me trajiste. Nunca había visto y desvisto así, saliendo del fondo de estos ojos nuevos que me trajiste. Veo a dos hombres hablar del seno mentido y lo señalan con el dedo, no luna, aunque vean en los cielos una noche brillando. De senos mentidos estamos hasta el cuello, dicen, tal vez labios auras y esfínteres almuerzos. Somos, verdaderamente, los únicos aunque estas seis letras de peces verdaderos no sean más que un secreto, dicen. Y por supuesto, yo escribo como sueño.

7.

 

La realidad de las palabras. Es casi intolerable pensar en que las palabras tengan más realidad que la experiencia, más vida sexual que un cuerpo, más libertad que una anarquía. La palabra primero es un huevo, luego se rompe, nace la palabra oruga, hermética, usted habrá oído hablar de la poesía hermética, bueno es la oruga dentro del tequila. A medida que se bebe o se lee, a la poesía le salen unas patitas muy frágiles, y con justeza uno piensa que no va a poder caminar, que la poesía oruga estará condenada a morir pero después la cáscara cae y aparecen las alas transparentes, y sale en busca de los esfínteres abiertos, de las consciencia abiertas, de los sexos abiertos, de las páginas abiertas, señor.