Nació en Rosario en 1928 y pronto se mudó a Mercedes –a 96 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires–. La localidad sirvió de cuna y escenario principal para un apasionado por los fósiles, un fanático desde el principio y hasta el final. Bonaparte elaboró catálogos enteros con hallazgos que protagonizó a lo largo de su vida de manera descollante. Según reconocen quienes le siguieron el paso de cerca “era una máquina que nunca cesaba de picar y palear rocas”.

A pesar de que originalmente no pertenecía al ámbito académico –no cursó ninguna carrera ni jamás ingresó al sistema universitario formal– de joven, sus trabajos se destacaban tanto que las instituciones científicas comenzaron a abrirle las puertas de par en par. En los 50’s fue convocado por el biólogo Osvaldo Reig –otro prócer– para formar parte del staff de la Fundación Miguel Lillo en Tucumán. Primero se desempeñó como técnico, más tarde participó de investigaciones, hasta que en un momento –casi sin advertirlo– comenzó a liderarlas. Ingresó en el mundillo paleontológico hasta que lo dominó por completo. Tozudo, disciplinado, talentoso, dueño de un carácter fuerte que muchas veces le trajo complicaciones con sus colegas. Todo eso por separado y todo eso junto fue José Bonaparte, el hombre que siguió el rastro de los fósiles con perspicacia detectivesca.

Su presencia marcó un antes y un después para la paleontología. Y, aunque a veces sea justo desconfiar de los relatos fundacionales, lo de Bonaparte –a todas luces– implicó un punto de inflexión para la ciencia que estudia el pasado de la vida en la Tierra a través de fósiles. “Los dinosaurios descubiertos en Argentina son noticia en todo el mundo. Puedo asegurarte que ello no sería así si José no hubiese existido. Fue el pionero y gestor principal de la paleontología. Tradicionalmente, la disciplina estaba dominada por antecedentes de mamíferos; la información disponible sobre los dinosaurios era casi nula. Durante los 70’s y los 80’s realizó grandes descubrimientos sobre muchas especies que habitaron Sudamérica”, señala Diego Pol, uno de sus tantos discípulos e investigador Principal de Conicet en el Museo Egidio Feruglio.

“Sin lugar a dudas fue el gran paleontólogo del Mesozoico de América del Sur, la edad de oro de los reptiles; el equivalente de lo que significó Ameghino para el Cenozoico y el esplendor de los mamíferos en la región. Sus descubrimientos e interpretaciones han tenido un impacto en la comprensión de la evolución de los vertebrados. Sus trabajos tuvieron una verdadera trascendencia internacional; muchos de los conceptos que creó todavía son operativos y siguen vigentes”, apunta Fernando Novas, doctor en Ciencias Naturales e investigador Principal del Conicet. Sus hallazgos no solo marcaron un hito a nivel doméstico sino también se destacaron en todo el hemisferio sur. “Si bien la comunidad científica tenía buena información sobre lo que había acontecido a nivel mundial, Bonaparte fue el responsable de colocar en el mapa lo que había sucedido en esta parte del mundo. Así evidenció que la historia en el sur había sido muy diferente respecto de lo que había pasado con estos grandes reptiles en el norte”, plantea Pol. Previo a sus aportes, las contribuciones habían sido minúsculas por estas geografías. No había prácticamente datos sobre el derrotero que habían tenido estas bestias gigantes en continentes enteros como el americano. Y eso, por supuesto, dejaba a la vista un vacío enorme. “Realizó un intenso trabajo en el escritorio pero sobre todo en el campo. Era un tractor, tenía una capacidad asombrosa. Supo rodearse de gente muy trabajadora, primero en Tucumán desde donde realizó sus primeros pasos en los 50’s, así como también en Buenos Aires”, dice Novas.

Desde este punto de vista, Bonaparte operó como una muestra del modo en que pueden articularse ciencia y soberanía. En concreto, a partir de sus experiencias y sus resultados en las campañas fue posible afirmar que “nosotros, los sudamericanos, también tenemos nuestros dinosaurios, tenemos nuestra historia”, expresa Pol y continúa: “Muchos de los que descubrió eran grupos directamente desconocidos, únicos de esta región. Inauguró un concepto biogeográfico al apuntar que la fauna del sur era muy diferente de la del norte, que tenía sus propias características, sus peculiaridades”. De esta forma ya no fue posible –ni recomendable– extrapolar los modelos de estudio que imperaban en las naciones centrales; pues, el aislamiento que existió entre ambos hemisferios fue muy temprano y, producto de ello, las faunas de uno y otro escenario continuaron caminos evolutivos muy diferentes a partir de la separación de Pangea en Laurasia y Gondwana.

En sus decenas y decenas de campañas realizó innumerables bautismos. Sin embargo, en la vitrina de sus principales hallazgos se ubican el Carnotaurus, el Amargasaurus y el Argentinosaurus, íconos que representan linajes completamente diferentes a los que hasta ese momento se habían develado y, por lo tanto, sentaron auténticos precedentes. “Fueron emblemáticos porque tenían características únicas: durante muchos años el Carnotaurus fue el único carnívoro con cuernos hallado; el Amargasaurus, saurópodo, un herbívoro de grandes espinas en el lomo que fue vinculado, rápidamente, a una especie conocida de África y permitió trazar nuevos paralelismos entre los ejemplares de diferentes continentes que en el pasado conformaban Gondwana. Y el Argentinosaurus fue el primer gigante que se encontró e inauguró esa característica de gigantismo que luego destacaría a la Patagonia de hace unos 100 millones de años”, describe Pol.

Además de un trabajo descollante en el campo, se encargó de formar a una gran cantidad de discípulos. De hecho, los grandes paleontólogos actuales crecieron en sus carreras con Bonaparte como guía. Diego Pol era voluntario, apenas un joven de 18 años, cuando dio sus primeros pasos en la disciplina y conoció al maestro. “Gran parte de los especialistas en reptiles que hoy tiene el país pasaron por Bonaparte. Lo conocí cuando era todavía estudiante de colegio secundario. Era voluntario en el Museo Argentino de Ciencias Naturales (CABA) y él era el jefe del área de Paleontología de vertebrados. Inicié mis pasos en la investigación y preparé mis primeros fósiles. Sin dudas, ha tenido una influencia muy grande en relación a la cantidad de gente que, aunque provenía desde diferentes ámbitos, vinculó a la temática. Era muy abierto a que participasen todos los que estaban verdaderamente interesados”, detalla Pol.

Y esta situación se conecta de modo directo con su historia: Bonaparte ejerció como autodidacta durante toda su vida. No cursó ninguna carrera y, sin embargo, llegó a ser reconocido con el título de doctor honoris causa por la Universidad Nacional del Comahue en 2011. “Su legado es enorme”, comenta Novas y remata: “Hay instituciones enteras que crecieron gracias a sus aportes, como el Instituto Miguel Lillo que cuenta con una colección impresionante de fósiles. Muchos fueron preparados por sus propias manos, ya que actuó como técnico. No diré que la paleontología argentina ha perdido con su fallecimiento sino todo lo contrario: ha ganado con la vida de un tipo realmente apasionado por lo que hacía”.

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