El día 19 de enero los portales informativos nos traían la noticia del asesinato de Fernando Báez Sosa a manos de una patota de varones, integrada casi en su totalidad por practicantes de rugby. Con el correr de las horas y los días nos fuimos enterando de la atrocidad del caso. La ferocidad, la saña y la violencia con la que fue perpetrado el ataque: un grupo de jóvenes fornidos ataca en grupo y por la espalda a un muchacho que solo atina a defenderse. Lo golpean en el piso. Se vanaglorian. Lo filman. Lo matan. El asesinato de Fernando se volvió un suceso mediático y nacional. Todas y todos nos vimos implicados en tomar posición y alinearnos en algún tipo de reflexión para intentar explicar las causas de esa violencia, si esa violencia forma parte de una ontología salvaje o todo lo contrario, tiene un orden significativo hacia dentro de determinados grupos sociales.

Por lo tanto, fue indefectible al interior del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias, en los pasillos, en los almuerzos, en las oficinas, de manera formal e informal, que se aborde el caso, su problemática leída en clave de género, de la construcción y los dispositivos de las masculinidades ¿Es Fernando también víctima del patriarcado? ¿Era Fernando un varón “débil”? ¿Estaba fuera de los parámetros de la masculinidad hegemónica impuesta?

La muerte de Fernando nos interpelaba además porque el Programa Las Víctimas Contra Las Violencias, trabaja desde los tres últimos años con clubes de fútbol e instituciones deportivas (e insistimos en la importancia de extender este trabajo a la mayor cantidad de clubes posibles) , entre otras, con el fin de poder ayudar a pensar a las y los jóvenes deportistas, sobre ciertas prácticas naturalizadas, ciertas formas de ser y habitar el mundo que portamos sin siquiera detenernos a pensarlas y cuestionarlas. Prácticas, expresiones lingüísticas que acarreamos y que nos atraviesan. Sobre todo en ámbitos donde las formaciones sobre la masculinidad (y la femeneidad) tienen un arraigo histórico fuertemente hegemónico.

El proyecto modernizador, el nacimiento de los estados nación y la maquinaria cultural- institucional que éste despliega pone de relieve la importancia de los clubes sociales como formadores de sujetos. Entramos, como sostiene Foucault, en la etapa de la ortopedia social. Hombres, mujeres, niñas y niños son moldeados de determinada manera, se adiestran comportamientos, deseos, formas de decir y de estar. Se estima una trayectoria. Y dentro del proyecto de la modernidad también el cuerpo es objeto y blanco de poder. Un cuerpo que es explorado, desarticulado y recompuesto, asistimos al nacimiento de la anatomo- política, del cuerpo-máquina. El cuerpo, entonces, como un arma. Cuerpos entrenados para la fuerza, para el ejercicio de la violencia, para extender sus potencias, de ejercicio y resistencias.

Asimismo también nos preguntamos en cómo leer la violencia ejercida por esos cuerpos: ¿es una violencia irracional? ¿Animal, pulsional, desbocada? ¿Sin sentido? ¿O por el contrario la violencia ejercida ante ese otro es un capital simbólico que se enlaza con lógicas de aguante, poder y un orden taxonómico “entre machos? ¿Los rugbiers le pegan a otros rugbiers? ¿Le pegan a cualquiera? ¿Hay componentes de clases? ¿Xenófobos? ¿Homofóbicos? ¿Se extendieron los límites para ejercer la violencia contra otro?

Decir que el problema es el rugby, además de ser un reduccionismo es una hipótesis falaz, puesto que no todos los grupos de rugbiers salen a asesinar y golpear chicos por la calle. El rugby también es un amalgamador social: por caso tenemos el ejemplo de “Los espartanos”. Aun así no podemos desentendernos de los casos en los que se repiten hechos violentos donde los protagonistas vinculados son justamente grupos de rugby. No de futbol, no de natación, hockey o karate. Es decir el campo del rugby tiene en su interior particularidades: dominantes-dominados, practicas legitimadas, sancionadas, cuestionadas, códigos, lenguajes, conductas consolidadas etcétera. Y a ellas debemos atender ¿Y entonces, qué es lo que pasa en el rugby? ¿Qué tipos de masculinidades propone? Y qué tipo de femeneidad? ¿Cómo se construye la otredad? ¿Quién es el otro? ¿Ese otro es vital para una afirmación identitaria propia?

¿Por dónde comenzamos a cartografiar estas manifestaciones violentas, complejas y multicausales sin caer en la tentadora y nimia justificación de decir: es cultural?

El camino a seguir parece ser el de deconstruir este tipo de masculinidades propuestas y arraigadas desde añares. Poder cuestionar a partir de distintas disciplinas la conjunción de prácticas formadoras que hacen de la construcción del “macho” un sujeto peligroso. Hacer nuestro mayor esfuerzo posible para efectuar, parafraseando a Bourdieu, una vigilancia ontológica permanente. Atendiendo a todas esas variables deconstructivas que hoy notamos, y siendo receptivos para llevar como estandarte un sentido crítico que nos permita incorporar todas aquellas que solo serán producto del devenir de una militancia cuestionadora y activa.

En esas charlas de entre pasillo que mencionábamos anteriormente, Eva Giberti intervino: “Los asesinos de un joven sorprendido de espaldas convocan a la víctima sacrificial que el patriarcado les ofrece para su placer. La satisfacción que obtuvieron les permite disfrutar del trofeo que los viriliza como grupo y los consagra como campeones de la crueldad.”

Estas son algunas de las reflexiones y lineamientos que abren el camino para pensar al interior del Programa en las victimas más allá de nuestra especificidad: mujeres niñas, niños y adolescentes. Por la resonancia del caso, y sobre todo por la brutalidad y el modo en que se produjo la victimización. Con sadismo y por placer. 

*Este artículo fue escrito por los responsables de Prensa del Programa Las Victimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación (El Programa sólo se ocupa de mujeres,niñas,niños y ancianas)