Sép7imo Día es y no es un espectáculo del Cirque du Soleil. También y por obvias razones, es y no es un espectáculo de Soda Stereo. Abundan las dificultades: en un show musicalizado con canciones firmemente impregnadas en la memoria emotiva de todo un pueblo, no es sencillo relacionarse con la propuesta estética o el mero entretenimiento. A (casi) todo el mundo Soda le mueve algo. Y no es un detalle precisamente menor que el hombre que hizo posible ese universo ya no esté en esta tierra. En el arranque, cuando del impecable sonido que llega de los cuatro costados del Luna Park brota la voz de Gustavo Cerati con ese “Oooooodio este domingo híbrido de siempre...”, no hay alma que se resista a erizarse.

Pero una vez que se supera esa barrera emocional, ese componente emotivo, queda la impresión de que hay algo que no funciona. Está claro que este es un espectáculo diferente a la propuesta habitual del Cirque, pero aún así se extraña la poderosa descarga de adrenalina, el viaje al borde del asiento que siempre producen los números circenses del grupo: en ese rubro, la oferta es floja para sus propios estándares. Solo las frenéticas acrobacias del final enlazan a este Cirque con el de Quidam, Corteo o Varekai; cuesta reconocer la excelencia de los canadienses en pasajes en los que todo se limita a que suene una canción y dos actores paseen por el escenario. Comparado con la “Rueda de la Muerte” de Kooza, el número de acrobacia en las “ruedas de bicicleta” parece una prueba de casting. Se extraña al maestro de ceremonias dándole continuidad a cada número, se nota una excesiva literalidad en las referencias de cada canción. Sí, allí está el llamativo vestuario, las sutilezas de iluminación, la belleza estética, la escenografía impactante, pero quienes han visitado la carpa en otras ocasiones no pueden sino advertir la diferencia. 

Eso no quita, claro, los momentos destacados del show, allí donde la magnificencia de la música de Soda Stereo encuentra el correlato adecuado. Curiosamente, son pasajes en los que la esencia del Cirque está más diluida, donde nada hay de acrobacia o espíritu circense: la bella sencillez de los fogones en “Té para tres” y la secuencia del dibujo en la mesa de arena –con un actor evolucionando al ras del escenario y sobreimpreso en ese dibujo– tienen un efecto poderoso, hipnótico. Quienes ocupan el campo, que interactúan con lo que sucede, seguramente se llevan una impresión más intensa; pero ahí hay un componente que tiene más que ver con los caminos abiertos por De La Guarda y FuerzaBruta (y antecedentes aún más lejanos como La Organización Negra y Ar Detroy) que por el Cirque. 

Como sea, el fan de Soda sabrá disfrutarlo. Aun con la presencia de un tema divertido y eléctrico pero menor en el corpus de la banda como “Mi novia tiene biceps”, aun con la discutible decisión de que una canción enorme como “Fue” suene en modo instrumental, despojada de ese diamante eterno que es la voz e interpretación de Gustavo, la emoción de “He llegado hasta el fin, con los brazos cansados...” Ante lo inevitable, la imposibilidad de volver a vivir la experiencia del grupo en concierto, Sép7imo Día es lo que es, un sucedáneo, un potente ejercicio de nostalgia que, aun con sus falencias, viene a recordar por qué el nombre Soda Stereo estará asociado por siempre al status de leyenda. Es por eso, también, que se le exige tanto a todo lo que lleve su nombre.