En esta furia mediática propia del coronavirus, en este tiempo histórico único y pandémico que nos toca vivir, en esta cuarentena sanitaria y por decreto, empecé a leer Huesos desnudos, de Eric Domergue, Editorial Colihue, 2012. Tenía el libro desde hace tres meses y no podía empezarlo porque cada vez que trataba, el llanto me lo impedía, en parte porque yo tenía 10 años cuando tiraron esos muertos por mi pueblo, y, como pasa en los pueblos, todos nos enteramos de todo, rápido y efectivamente; en parte porque “nos vamos poniendo viejos y la piel se nos pone más finita”, como diría una amiga, y ya no soportamos algunas cosas.

Más que los huesos desnudos de su hermano Yves, Eric desnuda a lo largo del libro el esqueleto funcional del sistema represivo en la Argentina en los años negros. Si bien el golpe fue el 24 de marzo de 1976, durante el gobierno de Isabel, muchas voces, entre las cuales me incluyo, sostienen que ese fue el cierre (el principio del fin) del golpe del 16 de setiembre de 1955, la mal llamada “Revolución Libertadora”, golpe antiperonista y anticomunista, hijo de los bombardeos a plaza de mayo en junio de 1955 (el golpe que no fue) y el origen del terrorismo de estado que gobernó al país desde 1974 (ya que Isabel Martínez presidía pero no gobernaba) hasta 1983.

Con información concienzuda y documentación pertinente y exacta, propia del periodismo de investigación, Eric Domergue sostiene que las cabezas principales de los escuadrones de la muerte franceses fueron los instructores y miembros permanentes de la guerra antisubversiva en el proceso militar exportando así la metodología de la guerra antiguerrillas utilizada en Indochina y Argelia. “Así, la figura del desaparecido hizo su presentación en el norte de África mucho antes que en Latinoamérica” (relato de militares franceses de cómo ponían los pies de los condenados en cemento y los tiraban desde helicópteros a la bahía de Argel, lo que acá se llamó “los vuelos de la muerte”).

En 1959 se firmó un convenio entre los ejércitos argentino y francés para crear una misión militar francesa permanente integrada por veteranos de Argelia (la batalla de Argel fue en 1957). El secuestro, la tortura, la infiltración en las células guerrilleras, fábricas o universidades como población civil, la desaparición de los “interrogados” de los centros de detención clandestina, todo eso vino, en principio importado de Francia (aunque sea un francés el que escribe el libro), luego, con la Escuela de Panamá en 1968 ya se aggiornaron nuestros militares en los métodos implementados por la CIA en guerra antiguerrillas… Si bien el golpe de estado fue cívico-eclesiástico y militar, mucho tuvo que ver la inteligencia de la CIA que fue, de hecho la que armó el golpe contra Salvador Allende en Chile en setiembre de 1973, la que ideó el Plan Cóndor, y que hizo, de hecho, que todos los gobiernos de una posible izquierda fueran reemplazados por gobiernos militares serviles y autóctonos propios de la derecha, derecha que todavía hoy toda Latinoamérica padece.

Los avatares de las familias Domergue y Cialceta-Marull en la búsqueda de sus hijos-hermanos desaparecidos fueron infructuosos y estériles. La familia Domergue vuelve a Francia en 1974, Yves desaparece en setiembre de 1976. Desde Francia y Europa recurren a todo medio de prensa u organismo de derechos humanos que tienen a su alcance. En tanto ciudadanos extranjeros tanto Yves como Cristina (ciudadana mejicana, asesinada junto con su compañero, encontrados ambos en un campo cerca de Carreras) exceptuaban la regla del desaparecido habitual. Así y todo, ningún consulado ni ministro ni juez ni diplomático hizo demasiado en buscarlos. Tres pedidos de hábeas corpus presentó la familia Domergue y fueron rechazados, como era usual, en esa época.

Recién en mayo de 2010 los cuerpos de Yves Domergue y Cristina Cialceta fueron identificados. Estaban enterrados como NN en el cementerio de Melincué, celosamente cuidados por su comunidad, en cuyo tribunal un empleado del poder judicial, apodado “el loco del expediente”, resguardó el expediente tantos años, en donde un grupo de alumnos de 5° Año de la escuela secundaria Pablo A. Pizzurno hizo un trabajo de investigación sobre “el derecho a la identidad”, dirigidos por la Profesora de ética, justamente de ética, Juliana Cagrandi, quien de puño y letra reabrió la causa para que pudieran identificar los restos.

“Veo tus huesos desnudos /huesos perforados, delicadamente ordenados en una mesada” escribe Eric en su poema de despedida leído en la Iglesia de la Santa Cruz, “No quiero que tomes frío/ entonces te arropo”, “Te arropo con la mano amiga de quienes te encontraron”.

En este 24 de marzo extraño, sin marcha posible, en memoria de los que murieron y por los que sobrevivieron, sin olvidar, sin perdonar, sin reconciliar, con juicios justos para todos los culpables, tanto civiles como militares, con una construcción de la memoria colectiva que antes que nada, tiene que ser educativa, con un trabajo encomiable tanto de madres como de abuelas de la Plaza, con un trabajo de denuncia, de todo aquel que sepa algo, tal como dijo Eric Domergue “partamos en busca de más huesos desnudos que quedan tantos por hallar”.

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