El Centro de Medicina Tropical y Enfermedades Infecciosas Emergentes de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR analizó si la cuarentena está funcionando para reducir el número de contagios de coronavirus. Para ello utilizó un método estadístico llamado “curtosis” que consiste en medir cuán escarpada o achatada es la curva que surge a partir de la cantidad de nuevos casos y de la duración de la epidemia.

La curva de casos nuevos comienza por un valor mínimo con uno o dos iniciales, luego asciende cuando estos se van incrementando hasta que alcanza un pico y al escasear las personas sensibles a la infección, comienza a descender. Esta curva dibuja a lo largo de los días la silueta de una campana, la que será más o menos alta y más o menos ancha dependiendo de los datos que surjan.

Si los casos detectados aumentan muy rápidamente, la curva será muy empinada y en lugar de una campana dibujará un pico delgado y puntiagudo. “Esta es la curva que tratamos de evitar porque llevará al colapso al sistema de salud. Por eso todas las medidas de distanciamiento social y cuarentena tienen por objeto aplanarla”, explica el director del Centro, doctor Antonio Montero.

El objetivo es lograr que el número de nuevos casos detectados diariamente dibuje una curva muy baja, similar a una campana aplastada, con extremos alargados y valores que suban lentamente. “Esto reflejaría la existencia de sólo unos pocos casos diarios, o mejor ninguno, de modo de no someter el sistema de salud a una demanda que no podrá satisfacer”, afirma el infectólogo.

El Centro de la UNR realizó un cálculo correspondiente a cada día desde el comienzo de la epidemia y obtuvo un gráfico de barras. El mismo muestra que al inicio los valores fueron muy variables debido al bajo número de casos diarios. Luego se aprecia cómo el grado de empinamiento de la curva aumenta hasta un momento en que comienza a reducirse a valores cada vez más negativos. “Este cambio de signo de la curtosis coincide con el inicio de la cuarentena forzosa y es consecuencia de ello”, sostiene Montero.

Para el investigador estos resultados constituyen una buena noticia desde el punto de vista de la salud y muestran que la cuarentena está funcionando bien, evitando nuevos contagios y salvando miles de vidas. “Es un resultado concluyente y desprovisto de ideología. Los números no mienten ni tienen opinión. Son lo que son. La curtosis habla y nos dice que la cuarentena está cumpliendo con su cometido”.

El médico destaca la intervención temprana que realizó nuestro país con esta medida de aislamiento social, la misma que adoptaron los países del sudeste asiático durante 77 días para detener la circulación del virus. “El secreto de esta epidemia es que es silenciosa y contagia mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas”, afirma. Allí radica la importancia de evitar el contacto social.

Enfermedades emergentes

¿Qué ocasiona la aparición de nuevas epidemias o la reaparición de enfermedades ya controladas? Montero lo atribuye a la destrucción de ecosistemas y a la exposición creciente de los hombres a nuevos hábitats. Esto da lugar a enfermedades emergentes que son las que aparecen en una población a la que antes no afectaban y las reemergentes que son aquellas que ya existían, pero que aumentan rápidamente en incidencia y distribución geográfica.

Así, el síndrome pulmonar por hantavirus, la hepatitis C y el síndrome urémico hemolítico por escherichia coli enteropatógena son ejemplos recientes de enfermedades emergentes, y la tuberculosis, el dengue, el cólera, la fiebre amarilla o la leptospirosis son ejemplos de enfermedades que están reapareciendo después de haber sido controladas durante mucho tiempo. En un sentido amplio de la palabra, la aparición de cepas hospitalarias multirresistentes constituye también un ejemplo de enfermedad emergente, según explica el investigador.

El Centro que dirige Montero estudia este tipo de enfermedades infecciosas y también las llamadas “tropicales”. Esta designación tuvo en sus orígenes una connotación colonialista e incluso peyorativa, por cuanto evocaba enfermedades exóticas, propias de las latitudes tropicales, que prevalecían en las zonas remotas y empobrecidas de las posesiones europeas de ultramar.

Además de su interés científico, la medicina tropical tenía también claros intereses militares y estratégicos. Durante la guerra de Cuba, por ejemplo, la fiebre amarilla causó más bajas entre las tropas norteamericanas que las balas del ejército español.

A fines del siglo XX se llegó a considerar la medicina tropical y la infectología en general como un área fósil de la medicina, ante la creencia de que las enfermedades transmisibles serían erradicadas o fácilmente controladas mediante el uso de antibióticos.

La aparición de la epidemia del sida a fines de la década del setenta, marcó un punto de inflexión. “El surgimiento de esta enfermedad, seguida de la aparición de epidemias como las de Sars, Nipah, Hendra, Ébola, Chikungunya y Marburgo, así como la reemergencia del dengue y la fiebre amarilla en los países subdesarrollados y la extensión del chagas como problema sanitario de los países desarrollados, demostraron la vigencia de la infectología y de la medicina tropical”, detalla el especialista.

En la actualidad constituye un área de especialización multidisciplinaria dedicada al estudio de las enfermedades transmisibles de las regiones tropicales o que proliferan por la falta de medidas sanitarias. Lo que el doctor Montero define como “la medicina de la pobreza”.