De los laberintos se sale por arriba, y San Expedito con la consigna “Hodie” –¡hoy!– en la cruz es el indicado para dar la mano y saltar la serie de muros del encierro, cualquiera sea. Causas urgentes abre sin preámbulos: choque del tren Sarmiento en la estación Haedo. Hugo está en el vagón afectado con cuarenta y tres muertos cuando recibe un wasap: "vení es urgente". Es de su esposa, Marta, preguntándole dónde está, que lo busca la policía. El tiempo se detiene en el aire y en un instante eterno cae en sus manos la estampita del Santo romano. Hugo entiende en ese momento, entre el fárrago de cuerpos y fierros, que no puede estar en mejor coartada. El desorden del accidente le va a permitir escaparse casi sin dejar rastros. Entonces, en el Oeste bonaerense las cosas tal como estaban, estallan. Y la televisión, testigo y parte, está ahí para mostrar todo y montar la verdad. Hugo es cerrajero, vive en Ituzaingó con Marta y Evelyn, la hija adolescente de ambos; también es el principal sospechoso de un asesinato. Domínguez, un detective departamental intachable a cargo de la investigación, lo va a buscar a su casa esa misma noche y no lo encuentra. Hugo estaba en ese tren que acaba de chocar y es noticia. El destino le acaba de dar la mejor carta: es un muerto que vive.

Mientras Hugo se escabulle en la invisibilidad, en menos de una hora Marta y Evelyn arman bolsos, tren a Retiro, micro a Colón a la casa de la hermana. Evelyn es hija única, la abuela paga el colegio parroquial. Suspira con Romeo Santos que la mira con la camisa abierta hasta la mitad del pecho desde sus carpetas. También está loca por Martín, y no tiene celular para estar en el grupo de las amigas y que le pasen fotos. Vulnerable desigualdad de clase. En el plan de huidas es la que más lejos llega. Como si de cajas chinas se tratara, en la ciudad de Colón a kilómetros de sus amigos, desconectada, metida en el cuarto de la casa de su tía, Evelyn despliega el poder que le da ser adolescente y se encierra en su propio viaje iniciático. Burbuja. En términos narrativos, ella construye un hilo potente. Delgado y por momentos casi imperceptible pero basal para pensar lo que importa. El transcurrir de Evelyn está en el centro de todo, como la plomada a la que es inevitable volver, el remolino del cual no se puede huir. La novela corre en tercera persona con la distancia justa, pero cuando aparece ella, la narración se nos acerca y parece que nos hablara al oído, como una primera persona indirecta y pegada al personaje. Una adolescente que dialoga en el silencio y sostiene la metáfora que teje el relato, lo invisible que sin perder su condición deja huella.

En su primer novela, Paula Rodríguez –periodista, autora del libro testimonial Ni una menos y co-autora junto a Ingrid Beck de Guía (inútil) para madres primerizas-- logra condensar drama y urgencia, y a la vez explayarse en lo importante mediante pequeños desvíos y hasta digresiones que aportan información, reflexión y perspectiva. Todo lo que permite la novela como género para pensar a los sujetos en su tiempo y espacio. Morón, Haedo, Ituzaigó, marcan el territorio donde se desarrolla la acción. Este conurbano como paisaje social que no derrapa en estereotipos. Los personajes, el modo en el que se relacionan, el lenguaje y el vocabulario tampoco caen en las redes fáciles del sentido común o el imaginario mal delineado. Cada uno se planta en la novela de modo inequívoco, con algún objeto fetiche, modo de vestir, o el dibujo del deseo íntimo que lleve en la mano. Todos cuentan con su pedazo de mapa que guarda medias verdades, como todas las verdades. ­Cada cual tiene su recorrido marcado, con el aliento en el cuello y el afán de encontrar una salida segura, que pareciera ser siempre la misma muerte, o derivados de esta. El ritmo es arduo y se mantiene, la escritura tiene un tono atento a esa necesidad narrativa, con todos los recursos sobre el papel, como la incorporación de los diálogos por WhatsApp de los personajes, que dinamizan la acción, pero también muestra cómo la ficción puede absorber usos del ámbito de lo cotidiano sin que suene disonante.

El narrador es certero y sabe poner el acento para hacerle saber al lector cómo es esa mujer que trabaja en el casino cuando pisa la alfombra bordó de arabescos dorados, el dolor en el estómago de la adolescente cuando cruza límites, la urgencia de la abuela al abrir la puerta sin ser vista. Con igual claridad están trabajados los vínculos, los grados de distancia y conflicto que manejan. Con más sutileza en el linaje que arman las mujeres de la misma familia: el silencio entre madre e hija mientras cruzan el puente de Zárate. Tensiones, juegos de cercanía y complicidad entre hermanas o la inevitable instancia de repelerse a la mínima presencia de la voz en el teléfono de la madre que las une.

Atractiva y con la escucha afilada a las profundidades viscosas de un río de curso contaminado, Causas urgentes es una novela contemporánea en tiempo presente, con temas de agenda, tráfico menor de cosas ilegales, de otras que deberían legalizarse. Tiene todos los componentes del género balanceados: sangre, sexo, secretos; huidas, huellas, herencias; deseos, descensos y desasosiegos. Un policial que apuesta a la libertad de no ceñirse al caso. El enigma –aunque la trama sí encierra un núcleo y maneja el factor sorpresa—no organiza la narración, si no como escenario que deja a la vista falsas moralinas o lo desguarecido que se está frente al poder, lleve el nombre que lleve. Hay un muerto, un detective, uno que huye. A nadie le importa quién es el culpable. ¿Acaso hay solo uno? La mirada está puesta en los que huyen y buscan a la vez, la paradoja de la televisión mostrando lo que se cree es todo, poniendo en primer plano de un tirón a los personajes periféricos y marcando el paso de las urgencias. Pero las verdades tienen corrientes subterráneas y de eso también se ocupa el texto.

En más de una entrevista la autora cuenta que escribió la novela sin un plan previo, como si el devenir mismo se le fuera imponiendo. Hay quienes afirman que cuando algo se tiene para decir, lo que está a la mano es la escritura. Y para escribir aquello que se ve, palpita o siente, se precisa pulso y oficio. ¿Cuál es la línea que separa la escritura puesta al servicio del periodismo, o la que necesita la novela como género? La conducta de la pluma, la urgencia y largura del aliento, podría ser una primera respuesta.