Si se fuera aproximadamente sensato se podría coincidir en que el tema de las libertades públicas y el de la libertad individual rimó en la Argentina, a partir de 1983, con los vaivenes de la democracia de baja intensidad parida por el neoliberalismo. ¿Ha sido un tema tremendo? Las tremendidades, en todo caso, alzaron temperatura en el tramo final del tobogán de la Alianza. Y –ya con la brutalidad y la muerte tornando francamente a escena– en el reinado del institucionalismo vocinglero que, apenas instalado en el poder en 2015, trabajó para darle la razón a Giorgio Agamben en aquello del estado de excepción. Recordemos los palos jubilatorios de diciembre de 2017, las emboscadas patagónicas amarillo-sangre, las redadas poli-judiciales y las causas armadas para hablar solo de ecos que no se apagan con el correr de los días y el rodar de los virus.

Pero es la banda menesterosa que dejó pasar esas sangrías la que anda preocupada por las limitaciones a la libertad y a la democracia. El operativo es grosero para que entre sin lubricación: consiste en vincular las restricciones de la cuarentena con la libre circulación consagrada en la Constitución y, de paso, meter en la misma bolsa a la libertad de opinión, de expresión, de reunión.

A esa camisa de fuerza se le notan las costuras porque, en verdad, restringir (libertades) no es un verbo que se conjugue en el diccionario vigente. Y, fundamentalmente, no tiene nada que ver con el actual oficialismo encorbatado. ¿Qué se dice entonces cuando se menta el miedo al “autoritarismo”, al “totalitarismo”? Hay sin duda un enmascaramiento.

Cuando se acude al par “libertad-peronismo” se citan los manchones de los '40 - '50. O la corte isabelina, donde la derecha metió mano y dejó a una Triple A –mucho más que residual– servida para uso del videlismo que decía haberla desarmado.

La palabra enmascarada es, qué duda cabe, poder. Eso sí que teme perderse. O sea: los libertadores sospechan que desde el núcleo neblinoso y elusivo del peronismo se arrincone a la política entendida como economía concentrada. El testarudo pedido para que el Presidente exhiba el “plan económico” carga con la misma ansiedad. Por suerte, el reflejo gubernamental viene con tradición barrial: “Mirá que te voy a mostrar las cartas, justo a vos”.

Puede que, cual paladines, los libertadores padezcan abstinencia porque sus reflejos mosqueteros se oxidan. Si necesitan desfogarlos tienen ante sus narices la posibilidad de emular al mismísimo José de San Martín. Miren: crucen la Cordillera de los Andes y ejerzan su pasión. Ahí se van a encontrar con un régimen que usa la cuarentena para amputar libertades políticas hasta llegar al toque de queda y que recibe aún denuncias de legisladores por persecución y ensañamiento con excusas sanitarias. Si con energía libertadora esgrimen sus palabras-espada, ellos se van a sorprender más que los realistas en la Cuesta de Chacabuco.