Pandemia mediante, el día del periodista 2020 pone en valor que la comunicación social Argentina nace como interés comunitario. El 7 de junio de 1810 se fundó la "Gazeta de Buenos Ayres". Por decreto. Su lectura fue declarada obligatoria y dada la cantidad de analfabetos, los curas la leían a sus feligreses. Mariano Moreno explicaba la urgencia. Hoy, la sintetizaría en la imperiosa necesidad de publicitar los actos de gobierno, garantizar la libertad de expresión y la pluralidad federal.

Desde entonces, se asume que los periodistas comunican temas de interés público. En 1821, Bernardino Rivadavia, adepto al voto calificado y responsable del primer gran endeudamiento; sustituyó la Gazeta por el Registro Oficial. Fue coherente. También, abandonó a los ejércitos de San Martin y Güemes y “premió” a los Granaderos sobrevivientes de la Campaña Libertadora con la disolución del regimiento.

El relato construye o destruye la memoria. Invita a la reflexión o al olvido. Ni Rivadavia ni Moreno son el pasado.

Para actualizarlos en clave periodística alcanza con distinguir entre la angustia de French y Belgrano y la de quienes elegían la dependencia para preservar sus negocios. Los hechos, materia prima del trabajo periodístico, se convierten en datos. Cuando son silenciados, se repiten. Sin respeto estricto a los datos y conciencia de la propia subjetividad, no existe objetividad posible.

Tampoco la suma de datos significa mayor conciencia de “la realidad”. Aún menos de la realidad única y abstracta que apenas existe en la imaginación de ignorantes y manipuladores. Lo cierto es que las condiciones incuestionables del buen periodismo son siempre veracidad de los datos, memoria activa y escucha permanente. El resto es 10 % de talento y 90% de transpiración. El problema son los datos.

Byung-Chul Han dice que hablar hoy de soberanía significa tener control sobre los datos. No es posible tener control y certeza de los datos sin tecnología propia. Los monopolios mediáticos internacionales y los grandes proveedores de tecnología transnacional son dueños de los navegadores, plataformas y redes sociales. Jamás habrían logrado el desarrollo de tecnología de punta sin apoyo de Estados que reconocen, con hechos, la importancia estratégica de la comunicación, la ciencia y la tecnología.

Hoy esos países pueden comunicarse directamente con todos los ciudadanos del mundo y consideran legítimo ejercer control estratégico, político y económico global.

No solo medios independientes, cooperativas o periodistas no pueden competir con transnacionales mediáticas y tecnológicas. Tampoco nuestros oligopolios. Las transnacionales necesitarán cada vez menos de los medios locales amigos. Quizás les reserven tareas menores como distribuidores de publicidad y ejecutores de operaciones políticas locales.

“Mirada corta” -diría José Ber Gelbard- la de aquellos empresarios que creen defender sus propios intereses, mientras quedan fuera de la arena de los negocios globales.

De todos modos, no se trata del problema de un sector. Es un problema nacional.

Quizás en este extraño día del periodista, el aislamiento ayude a comprender,en profundidad, por qué ningún ser humano se salva solo y garantizar el derecho a la libertad de expresión, la privacidad de datos y la pluralidad de voces nos beneficia a todos.

Un proyecto nacional de comunicación no solo involucra a los comunicadores pero urge reorganizar a los trabajadores de la palabra para debatir los temas que nos preocupan.

Reflexionar juntos acerca de las carencias estructurales y las políticas de comunicación permitirá exponer mejor a nuestros compatriotas por qué sin auténtica libertad de expresión renunciamos a todos nuestros demás derechos.

*Marta Riskin es antropóloga.