Un eureka musical: así llamó Ed O’Brien al momento en el sambódromo de Río en que finalmente supo qué tipo de disco quería hacer. Agotado con todo lo que tuviera que ver con Radiohead, unos meses antes de esa epifanía había decidido cambiar de aires y desconectarse por un tiempo: “Si van a crear algo nuevo, durante un año no cuenten conmigo”, les había dicho a sus compañeros de banda tras una gira mundial en 2012, y entonces se mudó junto a su mujer, su hija de 6 y su hijo de 8 a una casa sin Internet ni señal de teléfono en Ubatuba, un municipio costero ubicado entre bosques tropicales en el sudeste de Brasil. Durante ese año comenzó a escribir y grabar una serie de canciones que continuó a su regreso a Inglaterra hasta que las terminó encajonando. A mediados de 2017 las retomó: “Tenía la mitad del disco grabado con colaboraciones de muchos amigos”, contó en una entrevista reciente. “Me dije: ‘Qué idiota, ¿vas a desperdiciar el trabajo de tanta gente?’, así que me propuse terminarlo a como diera lugar. Cuando me preguntaban de qué iría el disco, medio en broma respondía ‘Es un disco de psicodelia bailable existencial’. Primero se iba a llamar Pale blue dot (Punto azul pálido), como el libro de Carl Sagan. Pero había una película a punto de estrenarse que se llamaría así, y como la idea era hacer un disco de canciones directas que no se escondieran detrás de nada misterioso, dejé de lado la metáfora y simplemente lo titulé Earth (Tierra)”.

Producido por Flood (con quien trabó amistad tras conocerlo en el colegio donde ambos llevan a sus hijos), mezclado por Alan Moulder y con un dream team de colaboradores entre quienes se encuentran Nathan East y Omar Hakim (base rítmica de Random Access Memories de Daft Punk), Dave Okumu (The Invisible), Glenn Kotche (Wilco), Adrian Utley (Portishead), la cantautora Laura Marling y su amigo (y compañero de habitación durante las giras de Radiohead) Colin Greenwood, Earth cruza los terrenos de la psicodelia, el pop y el folk en canciones que remiten tanto a Radiohead (“Banksters”) como a Nick Drake (“Long Time Coming”) o al Achtung Baby de U2 (“Olympik”), dando como resultado el más accesible por lejos entre todos los discos que editaron sus compañeros de banda como solistas. Pero esto no sorprende: allá por 1999, cuando los Radiohead atravesaban la confusión de pensar de qué manera continuar luego de la revolución generada por OK Computer, Ed había propuesto salir del laberinto por arriba con un disco de canciones de tres minutos. En esa época también escribió un diario de grabación que subía de manera periódica al sitio de Internet de la banda, con la intención de, en sus palabras, “desmitificar el proceso de grabación” del por entonces esperado disco que resultaría en el experimental Kid A. “No queríamos agradar a la gente, queríamos agradar a John Peel”, bromeó alguna vez el guitarrista haciendo referencia al ya fallecido conductor de radio de la BBC, quien rara vez hizo sonar a Radiohead en su programa y nunca los invitó a una sesión en vivo: “Una vez los vi en un programa en la radio y me llamó la atención cómo contrastaba la angustia de su música con el día soleado que hacía afuera. No es que no me gusten, pero mientras más me dicen que son la banda más grande menos ganas me dan de pasarlos”, confesó Peel alguna vez. Lo cierto es que, aun en los discos más complejos de Radiohead, Ed siempre asomó como el tipo sencillo de la banda, un caballero amable de dos metros de altura muy a gusto en su rol de segunda guitarra, segunda voz, sintes o percusiones ocasionales. “Tuve que dar un paso grande para este disco”, contó recientemente. “Mi seteo original desde siempre estuvo en el rol de acompañante, los ambientes colectivos son donde más cómodo me siento. A veces me preguntaba, ‘¿Qué pensarán los de la banda?’. Pero terminé dejando eso de lado, al fin y al cabo había cosas que claramente no les iban a gustar”.

Hace aproximadamente un mes, Ed anunció que había contraído todos los síntomas del coronavirus, por lo que se aisló en una casa en Gales junto a un amigo que atravesaba lo mismo: “No fue nada grave, ya estoy bien”, contó en sus redes luego de terminar esa cuarentena y regresar con su familia. Nacido en Oxford en 1968, sus padres se separaron cuando tenía 10 años y desde entonces vivió con su padre, de quien heredó su amor por la música: “Es un gran conocedor”, contó Ed hace años a la revista NME. “Le gustan cosas contemporáneas como Primal Scream, siempre lee las críticas de la banda y se burlaba de los primeros videos de Radiohead. ‘Pop Is Dead’ era su favorito, decía: '¿Qué pasa acá? ¿Esto es un video? ¿Para qué la lagartija?'". En esa misma entrevista contó que su lugar en la banda siempre fue el de una especie de madre que creaba espacios de contención cuando asomaban tensiones o inseguridades, pero eso no evitó que a fines de los noventa cayera él mismo en una espiral de drogas, alcohol y depresión que lo paralizó creativamente durante la grabación de Kid A. Un viaje a Brasil junto a su mujer en el año 2000 lo ayudó a recuperarse, y esa fue la razón por la que decidieron mudarse allí una década después, cuando las ansiedades comenzaban a ganarle nuevamente la pulseada.

“Nos instalamos en una casa de adobe al borde del bosque, los chicos fueron a un colegio de la zona y aprendieron portugués con sus compañeros”, contó. Todo allí era muy diferente a lo que estaban acostumbrados: no tenían señal de ningún tipo y una vez por semana iba hasta el centro para buscar el correo. Por las mañanas intentaba hacer algo de música electrónica, pero continuaba bajo el influjo del carnaval carioca y nada le terminaba de cerrar, hasta que un día puso el disco Screamadelica, de Primal Scream: “Hacía años que no lo escuchaba, y ni bien comenzó a sonar ‘Movin’ on Up’ me di cuenta de que ahí estaba el espíritu de lo que quería. Baile, conexión, esperanza, el pasaje de la oscuridad a la luz: todo eso legitimaba exactamente cómo me sentía”. En ese caldo de inspiraciones también confluyeron el realismo mágico y la escena de graffitis de San Pablo: “Estaba fascinado con García Márquez y con lo que hacían artistas como Kobra, con esos murales que vibran en su alegría y que encontraba conectados con la escena bailable de Manchester”, contó. “Fue difícil, no hacía un disco así de directo desde The Bends. Pero con Flood nos unía nuestro amor por las canciones de todas las épocas y estilos, y de todo eso resultó la idea del disco: mezclar realidad con psicodelia entre momentos de calma y alegría para lograr algo directo. Directo y pop”.