Ojalá que no, pero Elizabeth Moss parece estar volviéndose experta en hacer ese tipo películas mediocres —y siempre solemnes— donde el o la protagonista “descolla” y, por ese motivo, algo que podría ser totalmente olvidable se convierte en “rescatable”. No se me ocurre nada más triste que esa noción de disfrutar las películas a medias, a pesar de, obligadxs por una de esas performances esforzadas donde la actriz o actor de turno parece el violinista del Titanic, tratando de distraer a la audiencia del desastre alrededor. Y, lo que es peor, tanto en El hombre invisible, que protagonizó en los últimos meses, como en Shirley, se trata de películas que dialogan de distintos modos con la agenda feminista: en ambos casos, es la locura femenina ligada a la opresión doméstica y patriarcal lo que se trata de poner en escena de un modo, convengamos, bastante grueso, pero a pesar de eso suficiente como para que las películas se consideren discutibles o importantes.

En Shirley, la película de Josephine Decker basada en una novela de Susan Scarf Merrell, Moss interpreta no a Shirley Jackson, la autora, sino a Shirley Jackson el personaje de Merrell. Vaya a saber por qué la película pasa por biopic para muchxs espectadores cuando en realidad se trata de una ficción inspirada no en la vida de Jackson sino en sus novelas, como Hangsaman, donde un personaje femenino oscila entre la razón y la locura. Aquí la Shirley Jackson ficcional, conflictuada por el éxito de sus cuentos y especialmente por la celebridad que le produjo la publicación de La lotería, intenta escribir una novela, a pesar de que su marido profesor universitario le señala una y otra vez que no está para eso. Alcohólica, resentida, destructiva, incluso bruja, la escritora tiene el contrapunto perfecto en otro personaje femenino, Rose Nemser, que se instala a vivir en su casa. Rose llega joven y embarazada, candorosa pero también caliente y con un lado oscuro que se explicita desde el comienzo, acompañando a su marido académico, y ambos conviven con Shirley y su marido a cambio de trabajo.

La manera en que se muestra el erotismo, ¿desviado?, ¿perverso?, de Rose es la siguiente: en la primera escena, mientras viaja en tren junto a su marido, termina de leer La lotería y se excita repitiendo en voz alta ese final donde una mujer va a ser lapidada por sus vecinos y familia, le mete la mano en la entrepierna al marido y a continuación cogen en un baño del tren. Pronto las dos mujeres se dan cuenta, como ya nos han arrostrado a lxs espectadores, de que hay algo en la otra que las vincula. Entre otras cosas, y además de tener una relación más honesta con la propia oscuridad, ellas son las que se quedan en la casa mientras los maridos están en el mundo, circulan, tienen amantes. El encierro doméstico asociado a la locura aparece en la obra de Shirley Jackson y es también el sustento de esta historia. Poco a poco, la obsesión de Shirley con el caso de una estudiante desaparecida que está usando para su nueva novela las acerca; Rose entiende por qué una chica querría desaparecer, y unx también lo entiende en el despliegue casi terrorífico del universo femenino que opera la película.

Terrorífico y estereotipado, porque a la joven futura madre Rose, fértil y confundida, se le opone la más bien masculina Shirley, que es a la vez la loca de las ficciones góticas, una bruja de cuentos de hadas y la artista torturadx de cualquier película. El personaje, un verdadero pastiche, tiene una forma poco sutil de demostrar la maldad y la película tiene modos poco interesantes de representar la locura, los límites entre ficción y realidad, el juego de espejos entre Rose, Shirley y la protagonista de la ficción en la que trabaja con movimientos bruscos de cámara, imágenes fuera de foco, planos detalles de un pollo crudo o escenas donde alguien se tira al piso, se embarra la cara, en fin, “hace la loca”. Que esto pase por una propuesta interesante sobre la opresión de las mujeres o los procesos creativos es un misterio, que quizás se explique en parte por el prestigio (infundado, desde ya) del que viene revestida de por sí cualquier película que se base en un texto literario.