El golpecito en la espalda, los apretones de manos, el hombro con hombro, el caminar de la mano. Los besos al llegar y al despedirse. Los encuentros familiares. La amistad y sus momentos compartidos. En un país como el nuestro, acostumbrado a las demostraciones de afecto a través del contacto, ¿qué pasa con la falta de ese cuerpo a cuerpo? Especialistas hablan de “hambre de piel” para referirse a eso de lo que hay mucho por estos días de confinamiento preventivo. “Puede producir síntomas psicosomáticos de todo tipo, especialmente en las personas más inclinadas a esta modalidad de interacción, tal como los niños, las mujeres, les adolescentes, la gente mayor”, dice la doctora en psicología clínica y psicoanalista Mabel Burin, que en esta entrevista profundiza sobre las consecuencias de la falta de contacto y las posibilidades de revertir el impacto.

Mabel Burin es directora del Programa de Estudios de Género y Subjetividad, y del Programa Postdoctoral en Estudios de Género, en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Doctora honoris causa por el Instituto de Psicoterapia y Psicoanálisis, de la Sociedad Psicoanalítica de México (SPM). Docente invitada en universidades argentinas y del exterior. Autora de varios libros y de numerosos artículos y capítulos de libros sobre su especialidad.

--En estos días los especialistas han hablado del hambre de piel”, de las posibles consecuencias psicológicas de la falta de abrazos, besos, intimidad... ¿Existe esto? ¿Qué consecuencias puede tener en un país como el nuestro, acostumbrado a las demostraciones de afecto?

--El “hambre de piel” existe en las personas desde el momento mismo en que nacemos, y aunque puede mitigarse a lo largo de nuestras vidas --porque aprendemos a tener otros tipos de contactos, más variados y diversos-- persiste toda vez que atravesamos por situaciones críticas, o excepcionales, tanto en el sentido negativo (enfermedades, migraciones difíciles, accidentes) como en el sentido positivo (lograr un trabajo anhelado, aprobar un examen difícil, etc.): es muy probable que en todas esas circunstancias necesitemos un abrazo, una mano que estrechar, que alguien nos dé una palmada en la espalda. La gente de raíz latina somos muy afectos a este tipo de contactos, mientras que otras personas, por ejemplo las anglosajonas, suelen mantener más distancia física, tratando de preservar un espacio vital más individual y reservado. Creo que vernos privados de nuestro modo habitual de acercarnos, de compartir experiencias y de expresar nuestras emociones, nos va a implicar una restricción comunicacional difícil de sobrellevar, y que puede producir síntomas psicosomáticos de todo tipo, especialmente en las personas más inclinadas a esta modalidad de interacción, tal como los niños, las mujeres, les adolescentes, la gente mayor. Bajo esas circunstancias, los síntomas psicosomáticos más probables pueden expresarse como alergias de todo tipo, manifestaciones respiratorias, así como estados de ansiedad que lleven a agitación psicomotriz, insomnio, aumento de los vínculos violentos, etc.

--¿Hay diferencias de género en esto? ¿Y en las distintas edades, cómo influye?

--Hasta ahora hemos considerado que las diferencias de género aparecían estereotipadas según las personas fueran “típicamente femeninas” o “típicamente masculinos”. En tanto las mujeres acentuaban en sus vínculos el contacto piel a piel con los otros --en particular, debido a la práctica histórico-social de las mujeres en la crianza cuerpo a cuerpo de las madres con sus hijos--, se encontraba en los varones con estilos genéricos tradicionales que procuraban mantener distancia física con los otros, pues eso contribuía a afirmar su masculinidad. Sin embargo, en las nuevas subjetividades construidas sobre parámetros comunicacionales no tan rígidamente binarios ni dicotómicos, los términos del contacto piel a piel y cuerpo a cuerpo también se han flexibilizado para los varones, en tanto que las mujeres muy modernizadas relativizan un poco más su entrega emocional cercana y su disposición para entablar vínculos piel a piel y cuerpo a cuerpo. En cuanto a las edades, creo que en las edades más vulnerables y propensas a situaciones críticas, tales como la infancia, la adolescencia y la vejez, la necesidad del contacto personal corporal es más intensa, pues se ven expuestos a situaciones de fragilidad subjetiva para lo cual necesitan la presencia activa y dedicada de otra persona que les ofrezca contención, resguardo, seguridad.

--Leí que algunos psicólogos en España recomendaban "tocarse con palabras". ¿Las palabras pueden reemplazar al contacto físico?

--Es fácil reconocer la existencia de palabras que hieren, y que potencialmente pueden lastimar, en particular debido al modo de utilizarlas: la entonación con que se las expresa, el contexto situacional en que se pronuncian, son factores que contribuyen a que las palabras nos lleguen de modos singulares. Asimismo, hay palabras cariñosas, que expresan ternura, compasión, acompañamiento, comprensión, configurando un conjunto de emociones muy útiles a la hora de sostener vínculos afectuosos. No es que las palabras reemplacen el contacto físico, sólo son un complemento de los abrazos y de la cercanía corporal, pero pueden expresar amorosidad, comprensión y contención en momentos difíciles, y también contribuir a que lo que pensamos se alivie si son pensamientos traumáticos, como puede suceder en situaciones de pandemia como las que estamos viviendo.

--¿Cuán grave puede ser la falta del afecto físico?

--La gravedad de la falta de contacto físico depende de varios factores: hay cuestiones que tienen que ver con la edad, tal como lo planteé anteriormente, y también con condiciones de salud, de falta de comunicación por otras vías, y otras, que pueden volver más grave esta falta. Las personas enfermas con cualquier tipo de dolencia que les debilita física y psíquicamente, las que están en edad de dependencia (niñes, ancianes), la gente que vive en condiciones de aislamiento extremo, son quienes más van a padecer trastornos debido a la fortaleza y seguridad que puede ofrecer el contacto cuerpo a cuerpo con otras personas.

--Las consecuencias, ¿cómo se revierten?

--No tenemos experiencia anterior para saber cómo se transita por una situación de aislamiento social como la que estamos padeciendo actualmente, de modo que es difícil aventurar hipótesis de cómo revertir sus consecuencias. Podemos guiarnos, siempre en términos hipotéticos, de cómo han transitado y revertido algunas situaciones traumáticas la gente que ha padecido otro tipo de catástrofes, por ejemplo, quienes han vivido en campos de concentración y han relatado su experiencia, y con qué recursos han contado para atravesar y recuperarse de la situación traumática. Los recursos pueden ser variados, y dependerá de la intensidad del padecimiento vivido, de los recursos con que haya contado previamente --materiales y simbólicos-- y del contexto familiar y social que contenga y estimule, para pronosticar si puede revertirse, y bajo qué condiciones.

--¿Recomendaciones para llevar mejor la falta de contacto?

--Las recomendaciones para sobrellevar mejor esta situación son múltiples, y depende de las preferencias de cada sujeto, de su historia personal y de los recursos con que haya contado a lo largo de su vida, así como también si tiene vínculos interpersonales sólidos que le permitan sostener estos tiempos con mejor disposición. Un recurso clave suele ser el humor, mantener una disposición moderadamente optimista respecto del futuro, evocar los buenos momentos vividos para proyectar repetirlos, aunque con variantes, en momentos ulteriores, así como afianzarse en el contacto activo con pares, con familiares, vecinos e incluso animarse a conocer gente nueva con los nuevos recursos tecnológicos existentes. Alguna gente prefiere también refugiarse en experiencias artísticas, o en la palabra escrita, o en actividades gimnásticas con el cuerpo, con el sentido de mantener cierto dominio de sí, de sus habilidades y de sus gustos. Para este grupo de personas, su consigna es no claudicar ante las situaciones difíciles como la pandemia, y sostener la vitalidad necesaria para que el entusiasmo por vivir no decaiga.