La lectora del Hospital Ferroviario, la niña de 7 años con una extraña anemia que leía en voz alta para los otros chicos que padecían polio y estaban internados junto a ella, no imaginó entonces el espacio que ocuparía. Mirar a la poeta, performer y maestra Margarita Roncarolo con esa forma de ser y estar tan arrolladora, con esa voz cavernosa y envolvente, era una maravilla imposible de olvidar. Cuando interpretaba un poema, ponía el cuerpo, la mirada y los gestos al servicio de la palabra. Su pelo pintado de rosa añadía un pliegue de magnetismo a esa poeta que era la más joven y audaz de todas. “Marga”, como la llaman sus alumnas y alumnos que tanto la quieren y extrañan, murió el pasado 10 de julio a los 70 años. El corazón no se acostumbra aún a conjugar la intensidad de su vida en pasado. Como si la llama de su jovialidad invocara el conjuro de la eternidad.

Ser poeta de un solo libro no es equivalente al one hit wonder (cantante o grupo de un solo éxito). Margarita publicó su primer y único libro Rosa o muerte (Santos Locos) en 2019. Pero sus poemas circulaban mucho antes en plaquetas, revistas, blogs y en ciclos de lectura. Su militancia en múltiples frentes como la docencia durante 27 años en el Instituto Vocacional de Arte Lavardén (IVA) o en los talleres que brindaba en su casa en el barrio de Chacarita fue postergando la edición de su libro. “Consideración a todos los que me gritan por la calle ‘Mamarracho’ porque a los 60 años llevo el pelo pintado de rosa” es uno de esos poemas que generaba ovaciones, como sucedió en mayo de 2018 cuando participó del ciclo “La poesía no se ajusta”, coordinado por la poeta Patricia González López, en el stand del Grupo Octubre en la Feria del Libro.

“Porque lo mío no es el arte por el arte/ El color rosa en el pelo es/ una declaración de guerra/ una guerra suave sin sangre”, empieza ese emblemático poema en el que se dirige al “cerdo capitalista/ burgués explotador” hacia el final: “Exijo una jornada laboral de duración normal, y la exijo sin apelar a tu corazón, ya que en asuntos de dinero la benevolencia está totalmente de más. Bien puedes ser un ciudadano modelo, miembro tal vez de la Sociedad Protectora de Animales y por añadidura vivir en olor de santidad, pero a la cosa que ante mí representas no le late un corazón en el pecho. Lo que parece palpitar en ella no es más que los latidos de mi propio corazón. Exijo la jornada normal de trabajo porque exijo el valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor. ¡Rosa o muerte!”.

Margarita había nacido el 28 de febrero de 1950 en Córdoba. A principios de la década del 70 se instaló en Buenos Aires. Participó en los talleres de Abelardo Castillo y Liliana Heker; creó la editorial Guacha Editora, investigó formatos alternativos en Atrasamos Mil Años (kamishibai) y coordinó grupos de adolescentes y pacientes del Hospital Neurosiquiátrico Borda en “El Taller de la L”. “Leer en voz alta es ocupar el espacio con la palabra. Y ocupar el espacio con la palabra es poder”, dijo la poeta en Alternativas, un programa de entrevistas de Casa Sofía conducido por Nina Pablo. “El maestro puede prometer algo ligado a la belleza y la verdad”, reflexionaba sobre lo que significaba para ella la docencia. Nunca perdió la curiosidad por el mundo. Sembró palabras, animó a escribir y fue tan generosa, que su mejor legado podría condensarse en una convicción colectiva que nos interpela: “O inventamos o estamos perdidos”.