El pasado no puede permanecer oculto bajo las ruinas del Tercer Reich. La periodista y realizadora Géraldine Schwarz -de madre francesa y padre alemán- es la nieta empecinada en no perderse en el laberinto de la memoria ni en sus olvidos. Los indiferentes fueron cómplices de los crímenes del nazismo; no son monstruos ni víctimas trágicas. En Los amnésicos (Tusquets) sigue las múltiples huellas de una familia alemana ordinaria, un Mitläufer de los nazis (aquellos que se dejaron llevar por la corriente) y de un gendarme del régimen de Vichy, para tirar de ese hilo y llegar a la generación de sus padres y a ella misma, “la hija de Europa, una niña que no ha conocido ninguna guerra”.

En 1938 Karl, su abuelo paterno compró una pequeña empresa de productos petrolíferos en Mannheim, que pertenecía a los hermanos Julius y Siegmund Löbmann, cuyas familias fueron asesinadas en Auschwitz. Julius, que sobrevivió y se exilió en Chicago (Estados Unidos), reclamó una compensación económica después de finalizada la Segunda Guerra “en virtud de una ley instaurada en la zona americana que preveía reparaciones para los judíos expoliados bajo el nacionalsocialismo”.

A partir de este dato biográfico incómodo y doloroso, Schwarz cruza la pequeña historia familiar con la Historia con mayúscula. Revisa las cartas de su abuelo y jamás lo disculpa; en el tribunal de las páginas del libro, la nieta reclama a esa generación por no asumir sus culpas. “Muchos de los que se aprovecharon de la arianización reaccionaron como Karl Schwarz cuando se les pidió que devolvieran a los judíos lo que era suyo, haciendo valer sus propias desgracias, su estado de salud miserable o su dificultad para mantener la cabeza fuera del agua. La falta de sentimiento de culpabilidad y la ceguera solidaria permitían al pueblo negar cualquier responsabilidad en los crímenes nazi”, advierte la periodista en uno de los capítulos de Los amnésicos.

-¿Por qué las personas que siguieron la corriente del nazismo después de finalizada la segunda Guerra decían que “no sabían lo que pasaba con los judíos”?

-En la memoria colectiva de las guerras y las dictaduras solemos dividir la actitud de la sociedad en tres categorías: perpetradores, víctimas y héroes. Al hacer esto nos olvidamos de una categoría que es central para comprender a la mayoría de la sociedad: los Mitläufer, aquellos que “seguían la corriente”. Los Mitläufer no suscribían la ideología nazi. No eran los que tomaban las decisiones, los fanáticos, la mayor parte del tiempo ni siquiera sabían sobre la ideología nazi; en otras palabras, representan la actitud de la mayoría de la población alemana bajo el Tercer Reich: sin estar directamente involucrados, se convirtieron en cómplices del régimen criminal, sin empatía, indiferentes, conformistas, oportunistas. El Mitläufer no es específicamente un personaje alemán, lo podés encontrar en todas partes del mundo. Las dictaduras solo pueden consolidarse gracias a un gran grupo de Mitläufer entre la población. Luego de la guerra, la mayoría de los alemanes no se daban cuenta de que, a pesar que el impacto de cada Mitläufer era minúsculo en un nivel individual, sus actos diarios de cobardía, oportunismo y el hecho de “hacer la vista gorda” crearon las condiciones necesarias para el funcionamiento de un sistema criminal.

-Una forma de complicidad...

-El régimen nazi encontró la manera perfecta de hacer que la gente se vuelva cómplice manteniendo su conciencia limpia: haciendo que sus crímenes fueran legales. De esta manera, muchos alemanes luego de la guerra tenían una coartada: decían que simplemente siguieron las reglas, actuando dentro del marco de la legalidad. Otra excusa fue: “no sabíamos el destino final de los judíos deportados”. Lo cual es cierto, no lo sabían. Pero esta falta de conocimiento de la Solución Final no absuelve a la mayoría de los alemanes de su culpa al permitir que sus vecinos, compañeros de trabajo y dueños de negocios de sus calles fueran perseguidos y saqueados. Tampoco los absuelve de culpa el haber participado a veces y de haber sido testigos de las deportaciones sin protesta. La negación colectiva de responsabilidad es un fenómeno psicológico luego de la caída de una dictadura o de un régimen criminal. La población prefiere refugiarse en el lugar de la víctima a tener el coraje de cuestionar su propio rol, aunque solo fuera pasivo, en los crímenes pasados.

-¿Cómo evolucionaron sus sentimientos respecto a su abuelo?

-Me shockeó leer la carta de mi abuelo a Julius Löbmann por su falta de sentimientos de culpa y empatía. Pero su actitud era sintomática de la sociedad alemana en los '50, que en vez de mostrar empatía por las víctimas del nazismo sentía lástima por su propia suerte. Me pregunté a mí misma cómo los alemanes lograron transformar esta amnesia colectiva en un muy profundo sentido de responsabilidad histórica, un trabajo sobre la memoria que permitió a la democracia desarrollar raíces profundas en esta sociedad. Quise escribir un libro sobre los Mitläufer, quienes son frecuentemente olvidados en libros de historia, novelas y películas porque no tienen nada espectacular para ofrecer; no son ni monstruos jugosos ni víctimas trágicas. Sin embargo, en mi opinión, esta categoría es la más importante si queremos aprender de la historia, ya que nos remite a nuestras responsabilidades en la actualidad. Nos ayuda a ser conscientes de nuestras propias contradicciones y las consecuencias de nuestros comportamientos. 

-¿Siente vergüenza por cómo reaccionó su abuelo al ponerse en el lugar de la víctima?

-Mi abuelo Karl Schwarz siguió la corriente no por convicción sino por oportunismo. Yo supe que estaba afiliado al partido nazi y que nunca tuvo una posición oficial bajo el Tercer Reich, tampoco fue soldado en la Wehrmacht. Un día hice un descubrimiento en el sótano de nuestra casa familiar en Mannheim: encontré un documento que afirmaba que en 1938 se aprovechó de las medidas antisemitas de los nazi para comprar un negocio de una familia judía, la familia Löbmann, a un precio bajo. Empecé a buscar rastros de esta familia y encontré un primo en Londres que me contó la historia. La mayoría de los Löbmann murieron en Auschwitz. Excepto por uno, Julius Löbmann, quien consiguió escapar a Chicago. Luego de la guerra le exigió una reparación a mi abuelo. A partir de ahí comenzó una correspondencia entre Karl y Julius Löbmann y sus abogados, de los cuales mi abuelo conservó copias. En la carta queda claro que mi abuelo rechaza asumir su responsabilidad. En su opinión lo que importaba es que lo que hizo era legal en ese momento y que el precio que pagó fue fijado por las autoridades. Yo creo que una parte de él sabía que obró mal y otra parte sintió que otras personas actuaron peor que él. Pero esto no debería funcionar nunca como una excusa. En la mayoría de las situaciones todos tenemos alternativas. Mi abuelo claramente sacó ventaja de la desesperación de los judíos sin haber sido forzado a ello. Lo que más molestó a mi padre no fue que su padre era un Mitläufer durante el Tercer Reich. Cuando joven solía decir a mi abuelo: “Quizá yo hubiera hecho lo mismo, pero lo que me molesta es que incluso años después de terminada la guerra no reconocés tu responsabilidad y no condenás claramente las atrocidades del Tercer Reich”.

Géraldine Schwarz recuerda la importancia que tuvo el juez y fiscal Fritz Bauer (1903-1968), que había pasado la guerra en el exilio en Dinamarca y Suecia. Cuando regresó a Alemania, fue uno de los pocos que comprendió que la RFA (República Federal de Alemania) “debía erradicar las raíces del nacionalsocialismo”. Su primera victoria fue en 1952, cuando logró establecer jurídicamente que el Tercer Reich había sido un “Estado de no derecho” y que, por consiguiente, los levantamientos y atentados contra el régimen y su Führer habían sido legítimos. En 1958 inició un proceso contra diez miembros de un Einsatzkommando acusados de haber asesinado a más de cinco mil judíos en Lituania. Los acusados, que se habían integrado a la vida civil después de la guerra, fueron condenados a penas que iban de tres a quince años de prisión por “participación colectiva en asesinato colectivo”. Bauer, fiscal alemán en Hesse, peleó contra una sociedad apegada a la negación de los crímenes. “Cualquiera que trabajara en aquella máquina de matar era culpable de asesinato a partir del momento en que conocía el objetivo de la maquinaria. Esto no planteaba ni la sombra de una duda para los que estaban en los campos de exterminio o conocían sus existencia, del simple guardián al cargo más elevado de la dirección”, explicaba el fiscal alemán en Hesse, que contribuyó a la realización de los procesos de Auschwitz en Frankfurt.

-Uno de los momentos más conmovedores de Los amnésicos es cuando relata el suicidio de su abuela materna. ¿Cómo interpreta ese suicidio?

-Mi abuela no tenía idea sobre la ideología nazi, pero estaba cegada por la ilusión de que Hitler estaba salvando el país, económica y políticamente. Como muchos alemanes, estaba fascinada por Hitler. Ella también se sentía seducida por el hecho de que, gracias a la institución recreativa nazi Kraft durch Freude (Fuerza a través de la alegría), pudo tomar un crucero subsidiado a Noruega en 1937, un lujo antes inimaginable para una mujer de su clase social. Ella tenía un buen corazón, no tenía educación política y fue seducida por “el sueño” que los nazis vendían tan bien a los alemanes con sus ceremonias, desfiles, su componente socialista (vacaciones subsidiadas para los trabajadores y más cantidad de tiempo libre); también la idea de que eran “personas elegidas” tentaba a los alemanes, quienes habían sufrido mucha humillación desde la Primera Guerra Mundial. El Nacionalsocialismo era muy atractivo para muchos, especialmente para los jóvenes; esto no debemos olvidarlo. Por lo tanto, incluso si condeno el hecho de que mi abuela apoyó a Hitler al mismo tiempo la considero un poco como una víctima y siento empatía por ella. Fue víctima de un sistema perverso de manipulación psicológica de parte del régimen, pero también víctima por haber tenido la mala suerte de nacer en los albores de un siglo maldito, en 1901. Quizás el suicidio sea el resultado de una vida de guerras y posguerras, para quien el siguiente día solo puede ser peor que el actual…

La nieta escribe con una honestidad insobornable sobre su familia, algo que no resulta frecuente en nombre de la llamada “lealtad” respecto de sus antepasados. “Pude escribir porque apenas conocí a mis abuelos y fui capaz de reflejar sus actitudes con la mente clara, poniendo la búsqueda de la verdad por sobre la emoción –subraya Schwarz-. Pero los hechos por sí solos no son suficientes. Para ser justos con ellos hay que poner sus actitudes en el contexto histórico, y sobre todo tomar en consideración las estrategias de manipulación del régimen y el mecanismo sociopsicológico que influyó en el comportamiento de la población. Pero esto igualmente no debería ser una excusa para la cobardía y el oportunismo. Por supuesto, muchos de nosotros quizás hubiéramos tenido la misma postura en ese tiempo, y siempre deberíamos estar advertidos de algunos factores antes de juzgar el pasado o destruir estatuas. Pero si no podemos saber lo que habríamos hecho, eso no significa que no sepamos como deberíamos habernos comportado. Y como debemos hacerlo hoy día.

-La confesión de Günter Grass, que se había alistado en las Waffen-SS cuando tenía 17 años, suscitó la indignación de la sociedad alemana en 2006. ¿Cómo vivió el debate que se generó a partir de la revelación de Grass?

-Este es un muy buen ejemplo para pensar la cuestión de la responsabilidad. Para mí, siendo un hombre muy joven, fácilmente influenciable y manipulable, Günter Grass no es culpable de haberse unido a las Waffen SS a los 17 años. El problema es que esperó hasta ser muy viejo para contar la verdad sobre su pasado. Pero, de nuevo, su postura luego de la guerra compensa sus mentiras: fue una figura central en el trabajo sobre la memoria, que permitió a los alemanes construir una democracia fuerte. Él inspiró a la generación de mi padre. Nacido en 1943, mi padre era un adolescente cuando empezó a leer libros prohibidos sobre los crímenes del Tercer Reich y cuando enfrentó a su padre a mediados de los '50. Un poco después, a finales de los '60, en el contexto del levantamiento de los estudiantes en Alemania, una parte importante de la generación nacida en los '40 comenzó a sublevarse contra la amnesia política y la impunidad de la que se beneficiaban los anteriores nazis, y exigió que se ponga luz sobre el pasado nazi. No solo en un nivel oficial sino también en un nivel personal. Muchos empezaron a preguntar a sus padres sobre lo que hicieron bajo el Tercer Reich. Probablemente no fue fácil cuestionar a sus padres, pero este quiebre generacional era necesario para sentar las bases de una nueva sociedad democrática que rechazara claramente al nazismo. Günter Grass contribuyó a esta consciencia.

Memoria viva

Enfrentar las sombras de la historia

-¿Qué aspectos le parecen cruciales para evitar que triunfen los partidos políticosamnésicos en varios países europeos?

-En una democracia debemos aprender a identificar y combatir la manipulación, las mentiras, las teorías conspirativas del revisionismo histórico; reconocer cuándo estos partidos populistas están distorsionando el significado de las palabras: el odio se convierte en libertad de expresión, el autoritarismo se convierte en democracia liberal. Si prestás atención, la mayoría de los partidos populistas tiene “demócratas” o “libertad” en sus nombres, a pesar de que están amenazando a ambos. El objetivo es reasegurar y volver aceptable lo inaceptable. El último paso de esa manipulación es revertir nuestros valores morales: lo bueno se convierte en malo y lo malo se vuelve bueno. Es una vieja técnica del Tercer Reich, pero también cuando el régimen estalinista imperaba. La mejor herramienta para combatir a los partidos políticos o a los movimientos con nuestras libertades y nuestra democracia es (tener) una memoria de trabajo inteligente que demuestre cómo podemos aprender de nuestro pasado para el presente. Muchos países, incluidos algunos en Sudamérica, tienen problemas para entender que para poder transformar el peso del pasado en riqueza hay que enfrentarse a las sombras de la historia, no ignorarlas. El negar las sombras del pasado revela un profundo malentendido sobre la importancia de llegar a un acuerdo con el pasado para la maduración democrática de un país. Mantener la memoria viva no es un accesorio moral para verse bien. Nos ayuda, estando juntos, a darle forma al futuro. Nos guía para entender el mundo en vez de sufrirlo, para evitar errores, identificar peligros, aquellos que vienen de otros pero, sobre todo, aquellos que vienen de nosotros mismos.