Juan Carlos Bustriazo Ortiz fue un poeta pampeano nacido en diciembre de 1929 y fallecido hace diez años, en 2010, siempre en Santa Rosa, a la edad de 80 años. Dejó una obra inmensa constituida por más de ochenta títulos de libros de poemas, de los cuales la mayoría están inéditos. Solo vio publicados apenas seis: “Elegía de la piedra que canta” (1969), “Aura del estilo” (1970), “Unca bermeja” (1984), “Los poemas puelches” (1991), “Quetrales” (1991) y “Libro del Ghenpín” (2004). Sin embargo, sus poesías fueron publicadas puntualmente en distintas revistas de circulación en el campo cultural, tales como La Danza del Ratón, Alguien llama, Bardo, Carpeta de poesía argentina, Diario de Poesía, Patagonia/Poesía, Museo Salvaje, Alter Ego, y en los suplementos “Confines” (diario El Patagónico, Comodoro Rivadavia) y “Caldenia” (diario La Arena, Santa Rosa). Tenía, al fallecer, una edición de la antología Herejía bermeja, preparada por el poeta Cristian Aliaga (autor de La sombra de todo, Lejía, No es el aura de Kant, entre muchos otros).

 

Este es un poema temprano, exactamente del día y año del golpe de la dictadura, y de su lectura se deduce todo: “Águeda Franco: ahora que estoy preso/ que este homicida late consumido,/ yace oxidado, occipital, confeso,/ occidental, poniente, sol caído,/ y parietal, decúbito, poseso/ de su fatal, de su hecho renegrido,/ lástima, sí, Águeda Franco, de eso/ que el hombre llama crimen,/ de eso he sido/
un elegido más, ni pan ni hueso/ tengo el roer, y el carcelero, ido/ en su pensar, su vuelo, pasa tieso,/ talón, talón, borceguí negro, hundido/ en lo betún, la sombra, fuerte, ileso,/ Águeda Franco: bésote, sentido. (Cárcel de Encausados de Santa Rosa, 24 de marzo de 1976)”.

“Esquela endecasílaba para Águeda Franco, tierna muchacha de General Pico, escribidora de floridas cartas y de bellos poemas pintados”, “Vigésima Cuarta Palabra”. Efectivamente, Águeda Franco, poeta más joven radicada en General Pico, publicó, entre otros textos, Laberintos Antiguos, Fondo Editorial Pampeano, 2000 y No le digas, Fondo Editorial Pampeano, 2010, y continúa escribiendo.

 

No simplemente seco sino árido, como buena parte de la región pampeana y, como ella, cruzado por vientos inhóspitos, su lenguaje es sobrio, elemental, duro y opaco. Hay en su poesía una verdadera búsqueda de un lenguaje material para que, más que tocar o aludir a la materia, sea ella misma. Sorprendente, sorpresivo, en la utilización de las palabras conocidas, sacadas de contexto, deformadas, convertidas, invertidas, cambiadas, retorcidas. Descongela, así, el sentido conocido y gastado de las voces y les da un nuevo sentido, una nueva significación en el conjunto de reveses y de neologismos que produce. Esta subversión contra el uso normativo de la lengua, al mismo tiempo que rompe con la idea de la poesía como representación, produce quiebres que la hacen reflexionar sobre sí y sus infinitas posibilidades.

 

La poesía de Bustriazo Ortiz pone de relieve lo que ya marcaba Julio Cortázar en las relaciones entre la literatura y la música. Recordaba aquél sus vastas afinidades con la música, en un encuentro con el poeta Andrés Cursaro (El pecado de soñar, Prolegómenos, mamotretos y reluctancias), quien tuvo a su cargo la producción del disco Hereje bebedor de la noche (editado por Espacio Hudson en 2007) con grabaciones de Bustriazo leyendo sus obras: “Allí tocaba la guitarra mi querido amigo, el finadito Guillermo Jesús Mareque. A él le enseñó el Temple del Diablo el indígena don Juan Huala. En ese lugar nos juntábamos todos, muchos amigos: Enriquito Fernández Mendía, mi amigo de siempre. Con él recorríamos los boliches y donde llegábamos nos convidaban un vaso de vino tinto. Anduve por todas las peñas que había: El Camaruco, La Querencia, el Boliche de los Cabrales, de mis amigos Juan y Carlos Cabral. Ese boliche quedaba un poco lejos, para el lado de Villa Parque y yo me iba caminando. Nunca aprendí a manejar autos y a caballo tampoco andaba. Había otra peña que se llamaba El Encuentro, que empezó a funcionar en forma contemporánea al Temple del Diablo. Yo salía a caminar en la noche, en las madrugadas. Andaba con mi linterna y cuando venían los perros los alumbraba y se asustaban y corrían. Y por ahí venían tipos extraños, delincuentes, me saludaban: ‘buenas noches, maestro’, me decían; ‘buenas noches’, les decía yo y seguía caminando lo más tranquilo, jamás me faltaron el respeto, ni me tocaron ni me golpearon nunca, nunca. ¡Hasta los perros me conocían! /.../ Andaba yo por la noche, recorriendo las peñas. Y después me iba solo por ahí a buscar inspiración. Y ahí nacían los libros. Me acuerdo que me venía la inspiración de arriba, como que me bajaba del cielo y yo escribía sin ningún error ortográfico”, recordará en la entrevista que realizó Andrés Cursaro. Muchos de sus poemas llevan música y han sido transformados en piezas folklóricas: De Guatraché y Ranquelina” (música de Humberto Urquiza), Del solito” (música de Gury Jáquez), Los manantiales” (música de Argentino Calvo), Del colorado” (música de Ernesto Del Viso).

 

Bueno tener dos imágenes que traza de sí mismo y de su escritura: “Primera Palabra”: Y aquí estoy yo, / pensoso y descendiente, / junto a esta luz meralda que se mece, / el juan azul, el carlos marilloso, / espiando aquí, dentrocullá, qué tonto. Quién me dirá qué-buscas-en-lo-huyente? / -la-cepa-o-ya-la-borra-de-tu-gente? Aquí estoy yo, racimo alabancioso. / Fantasmas más, fantasmas menos, duermen”.

 

Como legado (toda escritura es testamentaria, enseñó Jacques Derrida), nos deja también imagen de su obra y de su persona, en este poema que transcribo: “Cuadragésima Primera Palabra”: pasa bustriazo el viejo con el joven / bustriazo azul de serle el sentimiento / la flor la luz el agua en el momento / de la enjutez del vago pensamiento / la sangre infiel bustriazo el viejo el joven / en paz en pos de su destino el reto / de su vivir bustriazo el viejo el joven / cristal de roca ya cuarzo coleto / tan pedernal de sí el viejo el joven / bustriazo va le brilla el esqueleto”.

Mario Goloboff es escritor y docente universitario.