Las galerías de arte de la Ciudad de Buenos Aires empiezan a hacer uso del permiso para recomenzar su actividad y, siguiendo los protocolos sanitarios, funcionar con citas.

Es el caso de la galería Pasto, de César Abelenda, que se mudó del barrio de Recoleta al de San Telmo, en la esquina de Paseo Colón y Brasil, en diagonal a uno de los vértices del Parque Lezama.

Se trata de un enorme local de planta baja (de un edificio nuevo) que había sido pensado para otros fines, pero la pandemia cambió casi todos los planes. El local luce como un híbrido, en obra, despojado y árido, con grandes ventanales (blanqueados) y fuertes columnas que van ritmando el espacio.

Allí se exhibe la primera muestra individual de Mayra vom Brocke (Buenos Aires, 1991) bajo el título de “Recipientes y gatos”, que consiste en una veintena de cuadros que la artista pintó en gran parte allí mismo durante el verano, utilizando el local como taller.

Para el montaje de la muestra, como el gran sector del local en esquina destinado a la exposición no cuenta con paredes (porque hay ventanales y puertas de vidrio), la decisión fue que las obras pendieran del techo y en varios se genera un efecto de fusión con el ambiente, por color o por su ubicación en relación con las columnas. Una de las consecuencias del montaje, producto de la necesidad, genera un efecto de suspenso  que se suma al de las escenas pintadas.

Con literalidad, la pintora se atiene a la temática del título, en variaciones muy diferenciadas, casi como dos maneras de pintar: hay cuadros con gatos, los hay con recipientes, y también presenta obras en las que los temas convergen, porque en ese caso los recipientes son cacharros en donde los gatos comen, o contenedores donde se colocan las “piedritas” sanitarias. Hay recipientes para la comida y para los desechos, marcando una especie de transformación de la energía en su paso y asimilación por el cuerpo (de los gatos), que luego los expulsa como desperdicios. La energía como tema relaciona ambas series de pinturas.

La ausencia humana de todas las pinturas es tan notoria, que invade y logra tematizar fuertemente la exposición. Lo humano está aludido o emulado, especialmente por las actitudes de los gatos, que por ejemplo invaden un auto, o una casa, u ocupan, como una pandilla, una estación de subte, utilizando los molinetes como eje de la diversión. Por otra parte, hay toda una mitología gatuna (gato lanzallamas, por ejemplo).

En las obras con gatos, lo que se acentúa es la “personalidad” de los animales, el matiz felino de emulación de las personas.

Los recipientes aislados lucen, en principio, como un pretexto para tematizar la materialidad de la pintura: formas, colores, texturas; juegos de superposiciones y transparencias en relación con la escena, el ambiente, los campos de color, el entorno, de cacharros, contenedores, jarras, vasos, cuencos, vasijas o, también, ollas al fuego (que denotan lo humano). Los juegos pictóricos destacan distintos contextos: por momentos realistas, que a veces se fusionan o confunden con el recipiente y también por el ambiente real de la sala de exposiciones; por momento, imaginarios, con colores que se vuelven autónomos y muestran los recipientes en estado de flotación (como sucede con el propio cuadro, que cuelga del techo). Los recipientes son espacios que reciben (como también el auto o la casa, que reciben a los gatos). En algunos cuadros, los límites de los recipientes están trazados como una silueta hueca, que en parte interrumpe y en parte obstruye el color que hay por delante/detrás.

Pero volvamos a la clave de la muestra: la ausencia humana. Y al mismo tiempo la presencia del mundo que lo humano, por colocarse en el centro, suele definir como contexto de sí mismo.

La obra propone, con la época, una ampliación de miras, una serie de solidaridades que incluyen a lo no humano: los animales y las cosas, como parte de un mundo inclusivo que las pinturas buscan con mirada propia.

Aquí se ve una cooperación, entre los temas, los colores, el tratamiento democrático de animales, espacios y objetos. Una cooperación que, en sentido amplio, incluye una política, porque de ese espacio se predica la sustracción de lo humano, que hasta el presente estado de cosas, ha construido una hegemonía con resultados catastróficos.

Podría decirse que esta serie de pinturas se corre de la falsa tensión entre naturaleza y cultura. Aquí lo que se ve es la construcción de una cotidianidad que amplía el campo de acción hacia lo no humano. Se trata de una muestra que desde lo cotidiano supone una reivindicación del mundo animal y de las cosas. Pero al mismo tiempo, puede verse como una crítica a la era del antropoceno (el dominio de las actividades humanas sobre el ecosistema) en la que los humanos y no humanos se encuentran finalmente afectados por las consecuencias desastrosas de una maquinaria que todo lo subsume a los fines de la explotación y el aprovechamiento. 

* En la galería Pasto, Paseo Colón 1498. La exposición  continuará durante varios meses y se podrá visitar de lunes a viernes, de 14 a 18, pidiendo una cita al correo [email protected] o al IGdm @pastogaleria.