“Mono, no sabe lo que me ha hecho llorar cuando vi su película”. A Edgardo Nieva, que siempre será recordado por su extraordinaria interpretación del boxeador José María Gatica en el film de Leonardo Favio, Gatica, el Mono (1993), le gustaba que lo confundieran con el personaje; había puesto el cuerpo y el alma para interpretar ese papel tan soñado como buscado. Hasta los más duros, esos que dicen no derramar lágrimas, deben haber sentido la piel de gallina en esa gran escena de la última pelea, que la ganó por abandono de Jesús Andreoli, en 1956: “No señor, a mí se me respeta. ¡Viva Perón, carajo!”, grita tres veces Gatica. De las tripas-corazón de Nieva, que murió a los 69 años a causa de un cáncer, sale ese grito estremecedor prohibido por la “revolución fusiladora”, que mataba y encarcelada peronistas a mansalva.

El destino de Nieva era la actuación. El actor, que nació en Buenos Aires el 19 de marzo de 1951, vivió su infancia en una pensión en Callao 339, frente a lo que hoy es el hotel Bauen, en una pieza de 4 x 4, sin ventana, sin heladera, sin cocina. Su madre era concertista de piano y su padre mozo del mítico bar Ramos. Para sobrevivir vendió fotocopias, trabajó como visitador médico y estudió Ciencias Económicas, hasta que a los 23 años decidió abandonar la carrera para actuar, elección que no fue aprobada por su padre, que lo echó de la casa. El tiempo cicatrizó ese desencuentro entre padre e hijo porque fue el padre de Nieva, como él mismo contó más de una vez, el que le sugirió hacer de Gatica. Como no conocía a nadie en el ambiente, el actor fue a la Asociación Argentina de Actores para que le recomendaran un guionista con quien trabajar. Entre los nombres que le dijeron, estaba el de Zuhair Jury, el hermano de Favio, con quien se contactó.

Favio, que aceptó formar parte del proyecto, le pidió “un pequeño sacrificio quirúrgico” a Nieva. “Me rasgaron los ojos para tener más cara de tigre, me ensancharon la nariz y me cortaron los lóbulos de las orejas. Un acto de locura total”, confesaba el actor. “Pero no cambió mi rostro sino la expresividad. Mi mirada quedó más estilizada porque a Gatica le decían el tigre. El Mono le decía la contra nomás”, aclaraba el actor que compuso al popular boxeador a partir de la observación de los pocos materiales que encontró --un saludo con Perón y algunas imágenes en el ring— y de las charlas con las personas que lo conocieron, especialmente la viuda de Gatica. La repercusión de su actuación llegó hasta Estados Unidos. Robert De Niro, quien también interpretó a un boxeador en Toro salvaje, lo felicitó: “Tu trabajo es extraordinario. Ustedes se pegaban en serio: a mí las trompadas me pasaban a veinte centímetros”.

El actor ya está en la historia del cine argentino con la que sin duda ha sido una de las mejores actuaciones del siglo XX. “Favio nos cuenta a los argentinos mejor que nadie. Era un visionario –planteaba Nieva-. Y Gatica fue el Maradona de la época. Si viajaba, se llevaba 30 pares de zapatos. Se iba de joda y volvía a las 6 de la mañana y sobornaba al conserje para que no lo delatara. Y a los 20 minutos lo buscaba el técnico para ir a entrenar, y él iba sin chistar. Y nunca fue un desclasado. Ganó cinco millones de dólares en toda su campaña, y pudiendo comprarse un piso en Recoleta, nunca salió de los barrios humildes. Además, su historia de algún modo era también la historia del peronismo”.

Pero más allá de ese papel, Nieva también tuvo una intensa actividad teatral. Durante tres meses, estuvo en contacto con personas que vivían con discapacidades neurológicas para interpretar al discapacitado mental de El dragón de fuego, que estrenó en el Cervantes en 1997, con dirección de Julio Ordano. Para Nieva el teatro fue su lugar en el mundo; actuó en Un tranvía llamado deseo, con dirección de Dora Baret; en Esquirlas, dirigido por Víctor Mayol; Muero por ella, con dirección de Beatriz Matar; en El nuevo mundo, dirigido por Néstor Romano; en La empresa perdona un momento de locura, con dirección de Julián Cavero; en Orquesta de señoritas, dirigido por Jorge Paccini, y La demolición, con dirección de Miguel Ávila. En cine, luego de Gatica, el Mono, trabajó en Tesoro mío (2000), película dirigida por Sergio Bellotti; Ni vivo ni muerto (2002), con dirección Víctor Jorge Ruiz; Expediente Santiso (2015), dirigida por Bryan Maya; y Aníbal, justo una muerte (2019), con dirección de Meko-Pura.

Una cuenta pendiente le quedó: interpretar a Juan Manuel de Rosas. Como con Gatica, contrató a un guionista y empezó a preparar el personaje. Trabajador de la cultura, militante peronista y formidable actor, Nieva no sabe lo que nos ha hecho llorar con su muerte.