Encapuchado y a oscuras podría ser una suerte de guerrillero del teatro. Etapa clandestina que alguna vez Lisandro Rodríguez imaginó en su escritura en las redes sociales o en su propia obra que sabe de expulsiones de los espacios públicos.

Pero en Otro trabajo se produce un contraste entre la imagen, la apariencia y los discursos que se sitúan de uno y otro lado de la pantalla. Rodríguez viene a ser el director de una secuencia que debe llevar adelante Elisa Carricajo, una descripción surrealista de un mundo tomado por los animales. En ese dispositivo, en ese objetivo tenue de realizar el trabajo del título, el personaje que interpreta Rodríguez está desesperado por hablar. En esa palabra aparece (devenida en una escena realizable entre las formas que la cámara le roba al teatro) una crítica tan impactante como extensa de un fascismo incipiente que se desgrana en esta época de protocolos y acciones reglamentadas. Él parece buscar información, mostrar una urgencia en llevar a la actriz a decir o confesar algo que podría dejarla frágil, una bella presa de su discurso confuso. Pero ella tiene una inteligencia infranqueable, La actuación de Carricajo aniquila cada frase de esa voz que se vuelve insoportable, con el solo efecto de su mirada diáfana.

Si Otro trabajo es una nueva versión de Un trabajo, la obra que Carricajo y Rodríguez escribieron, dirigieron y actuaron en el año 2015, cuando el teatro ignoraba que le quedaban pocos años de vida, lo que consigue la dupla de artistas es tomar la coyuntura como un dato donde la urgencia se une con la imaginación.

El personaje de Rodríguez asume el discurso que busca criticar. De este modo se cumple el procedimiento paródico que alguna vez definiera Leónidas Lamborghini para la poesía o incluso también Judith Butler para la teoría social. Este mecanismo no ve el discurso a cuestionar como algo ajeno sino como una especie de performatividad a reproducir, un rol del que habrá que investirse, casi como si se estuviera a punto de perderse en él, de generar la sensación de haber sido tomado por esa lógica. En la interioridad de esa palabra a derribar se provoca una distorsión para que la propia lógica discursiva delate sus contradicciones. Por supuesto que aquí es la actuación de Carricajo la que se muestra implacable, sin llegar nunca a confrontar directamente con su director/contrincante. Ella simplemente rechaza ese juego, no quiere ser capturada por sus razonamientos destemplados. La dramaturgia de Otro trabajo se detiene en el límite de la tentación didáctica o aleccionadora. Siempre se está en el terreno de un drama que se produce en la dislocación del propósito de la trama ( cumplir con el trabajo planteado) y la impaciencia por desviarse que tiene el personaje de Rodríguez.

En los ojos azorados de Carricajo, que podrían formar parte de un animé ,está la trinchera, la muralla que el personaje de Rodríguez no podrá traspasar. El director en las sombras tambalea entre su esmero por mostrarse feminista y su propuesta de salir a matar machirulos, pero lo que está detrás es una crítica a un modo de control que todxs pudimos experimentar por estos días. Otro trabajo (una obra estructurada en cinco capítulos) escenifica una época en la que las conductas están siempre al borde de la amenaza y lo hace sintiéndose parte del parlamento que vulnera.

Los datos fantásticos de la escena suenan a hipótesis, a perspectivas absolutamente reales en este contexto. La obra se sustenta desde estas dos discursividades donde se sintetiza un drama desacoplado, una agonía. Mientras algo en él aparenta terminar, ella demuestra tener todas las destrezas para sobrevivir.

Otro trabajo puede verse en el canal de youtube del Centro Cultural Kirchner.