La encíclica Fratelli tutti, un texto de 84 páginas, distribuido en ocho capítulos y 287 parágrafos, firmada la semana pasada por Francisco, constituye un documento para el análisis social, político, económico y cultural de nivel internacional, que se ubica mucho más allá de los límites de un pronunciamiento de la Iglesia Católica y aún del mundo de las creencias y las religiones. Se trata de una presentación de los problemas de la sociedad contemporánea redactado en primera persona –algo poco común en los documentos magisteriales de la Iglesia- escrito “desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren” pero “de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (n. 6). 

Jorge Bergoglio decidió enviar un mensaje al mundo, a sus actores y protagonistas, con sentido analítico crítico pero también propositivo, asumiendo su papel de liderazgo global por encima de su condición institucional. Más allá coincidencias o discrepancias con lo que allí se afirma, la encíclica está llamada promover el debate y el intercambio, a partir de un lenguaje sencillo aunque no exento de los balances y equilibrios ya conocidos en los documentos eclesiásticos.

Rescate de la política

El Papa habla de un mundo ganado por el “globalismo” en el que prevalece lo individual por encima de lo comunitario, en medio de un escenario donde priman los mercados y “donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores”, mientras se refuerza a los más poderosos y “la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el divide y reinarás” (n. 12).

En un documento que está atravesado por numerosas críticas al individualismo se hace un fuerte rescate de la política para diferenciarla del marketing y del “maquillaje mediático” (n. 197), reconociendo sin embargo que para muchos hoy la política es una “mala palabra”, porque detrás de ella existen casos de ineficiencia y corrupción (n. 176) y porque ya no se trata de una discusión de proyectos a largo plazo, para el desarrollo y el bien común, “sino sólo de recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz” (n. 15). 

Para Francisco el mundo no puede funcionar sin política, pero esta no debe someterse a la economía y tampoco a la tecnocracia. Por ese motivo hace un llamado a “rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (no. 180). Y define al político como “un hacedor social”, un “constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática” (n. 188).

Retomando probablemente su propia experiencia política en la Argentina y su tradición teológica, el Papa hace un encendido rescate de la categoría “pueblo” por oposición al populismo, dado que “si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra pueblo” (n.157). Sostiene que resignar la noción de pueblo y al adjetivo popular sería renunciar “a un aspecto fundamental de la realidad social”.

Hay además una advertencia para no esperar todo de los que gobiernan (n. 77) apelando a la responsabilidad de las personas y las comunidades a través de la participación en el tejido social, rescatando el concepto de ciudadanía, que “se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia” (n. 131).

La pobreza y el mercado

Como era esperable en un documento de Francisco los temas de la pobreza, la exclusión y “el descarte” son transversales también a todo el texto. En principio para demandar que se redoble la lucha contra las causas estructurales de la pobreza (n. 116), pero también para relativizar el derecho a la propiedad privada, al que califica de “secundario” porque por encima de aquel siempre está el “destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso” (n. 120). También porque –afirma– todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente (n.107). En consonancia, si bien se reconoce la libertad de empresa, se alega que la misma “no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres” (n. 122).

En el marco de este discurso la encíclica señala que “el hambre es criminal y la alimentación es un derecho inalienable” (no. 167). Según el Papa, sin negar la importancia de la ayuda social, la respuesta a la pobreza es el trabajo (n. 162) porque se trata de “la mejor ayuda para un pobre” y “el mejor camino hacia una existencia digna” (165). Reforzando también desde este ángulo la crítica al neoliberalismo, afirma que “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” N. 168). A ello se suma la demanda de un “Estado presente y activo” que, junto a las instituciones de la sociedad civil orienten su acción a las personas y al bien común.

Hay también una crítica muy directa los mecanismos de especulación financiera y una fuerte valoración de la economía popular y la producción comunitaria, y de los movimientos populares a los que Bergoglio califica de “poetas sociales” (n. 169).

La sociedad internacional

Francisco asume que el mundo vive hoy “una guerra mundial en pedazos” (n. 259) reclama “una nueva red en las relaciones internacionales, porque no hay modo de resolver los graves problemas del mundo pensando sólo en formas de ayuda mutua entre individuos o pequeños grupos” (n. 126) y porque la justicia supone el respeto de los derechos de los pueblos para atender, en base a la solidaridad entre los pueblos, problemas tales como las migraciones. Esto supone asumir que ningún Estado puede asegurar por sí solo el bien común (n. 153), descartando el uso de la fuerza para imponer la razón (n. 174). El Papa destaca allí la importancia de los acuerdos multilaterales entre países y se lamenta que algunas alianzas regionales se encuentren en crisis o subvaloradas (n. 174).

Reconociendo que la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política se reclama por organizaciones mundiales más eficaces (n. 172) y una necesaria reforma “tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones” (n. 173)

También respecto de la situación internacional hay una referencia a la presión que la deuda externa ejerce sobre los países limitando y condicionando sus posibilidades de desarrollo. Sobre el particular Francisco sostiene que ”si bien se mantiene el principio de que toda deuda legítimamente adquirida debe ser saldada, el modo de cumplir este deber que muchos países pobres tienen con los países ricos no debe llegar a comprometer su subsistencia y su crecimiento” (n. 126).

La comunicación

En otra parte del documento el Papa habla de “la ilusión de la comunicación” para señalar, entre otras cosas, que no cabe ignorar que “en el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático” (n. 45) y que presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad (n. 33).

Y desde una concepción sobre la comunicación muy cercana a la de los y las intelectuales latinoamericanos en la materia, Francisco se aleja de una mirada meramente instrumental para rescatar la necesidad del encuentro entre personas. Dice que “la conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad” porque no construyen “un nosotros” para lo cual “hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (n. 43).

En otro momento el Papa hace una encendida defensa del diálogo, en particular del diálogo social, pero admite que para que comprender su propuesta hay que entender que se trata de “otra lógica” y que si no se intenta entrar en ella “mis palabras sonarán a fantasía”. Sin embargo, agrega “si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad” (n. 127).

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