El presidente Alberto Fernández arrancó con su discurso antes de la hora fijada. Hasta en eso fue extraña la jornada. Claro que la mayor anomalía, pongalé, fue el ataque a la web 75octubres. Como uno es garantista no acusará penalmente a nadie. Como no es ingenuo, imagina quiénes fueron. Para el oficialismo quede tal vez una lección: el adversario o el enemigo juegan y son duros. Ni da para indignarse por lo de este sábado: incurren en conductas mucho peores que el hackeo como diremos líneas abajo.

En el Salón Felipe Vallese de la Confederación General del Trabajo (CGT) AF destacó el valor de la unidad peronista, predicó contra el odio, desestimó la opción “anti”. Eludió la confrontación binaria, transmitió serenidad.

“Somos los gobernantes de la pandemia” autorretrató abarcando a los gobernadores justicialistas, incluido el cordobés Juan Schiaretti, muy chúcaro para esos convites que acompañó por Zoom.

Se suponía que el peronismo volvería y sería millones de avatares. Quedó para otra oportunidad. Pero muchedumbres de argentinos en todo el país salieron a la calle, formaron caravanas, tocaron bocinas, le metieron altavoz a la Marcha. Aún en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) tan huraña hacia el peronismo. Ni qué hablar en barrios populares, en ciudades de conurbanos. Las cacerolas resuenan más en determinados parajes y estratos sociales. La marchita y el bombo conservan sonoridad de clase.

Los camioneros conducidos por Hugo Moyano se desplegaron en las avenidas. Los taxistas se dejaron ver, con esos colores es sencillo.

La fiesta virtual se diluyó pero la militancia disfrutó y activó a través de las redes sociales. Celebró su pertenencia, como también lo hizo Fernández. Se dio manija, seguramente fortaleció la autoestima. En una de esas es hora de pensar movidas menos ambiciosas en tamaño, más frecuentes, igualmente identitarias.

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Gestión, “política”, calle: “Vamos a salir” propuso el Presidente y comparó a la pandemia con el terremoto de San Juan. Fernández convive con la tragedia: recibió un país devastado y topó con la pandemia a poco de asumir. Desde entonces el primer objetivo es minimizar daños, elegir paso a paso el mal menor. Se atraviesa la peor etapa de la peste. Las medidas económicas de alivio no bastan.

Hace bastante rato que el gobierno no mete un gol, por ahí desde el cierre del canje de deuda con bonistas privados. Los escollos son tremendos, la oposición obstruccionista, el establishment juega la suya apostando a la devaluación. De cualquier forma, cuando se conversa informalmente con la primera línea del oficialismo, surgen coincidencias: falta gestión, falta “hacer política”. Sumar voluntades, construir consensos en opinión pública, trenzar mejor en el Congreso.

Las carencias apuntan al espejo, fuerzan a hacer autocrítica como la que motivó la formación del Frente de Todos (FdT). Faltaba, todavía (ayer hubo apenas un ensayo) disputar el espacio público.

Se chimenta que largó la carrera electoral para 2021. Chocolate por la noticia. Con comicios cada dos años, se vive en campaña permanente. El oficialismo cuenta con una ventaja o, quién sabe, un karma. En sistemas políticos estables, las elecciones las ganan o las pierden los gobiernos. Casi siempre se los evalúa por las realizaciones. “La gente” analiza sus intereses y se pronuncia. No lo resuelve un año antes de la votación pero ese veredicto se va construyendo todos los días.

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Conserve su derecha: Es valioso que el oficialismo se cuide de salir a la calle. Es racional que lo anhele: el espacio público sirve para construir poder. Hasta la derecha argentina lo sabe y ejercita desde hace años: Blumberg, “el campo”, el tramo final de la campaña electoral macrista de 2019. Hasta ayer Juntos por el Cambio (JpC) sacaba ventaja por monopolizar la revuelta callejera. Avanzaba por dos flancos. Mientras ostentaba su desdén por las reglas de cuidado sanitario afirmaba (de distintos modos) su versión del clásico “si este no es el pueblo/el pueblo donde está”.

No es para tanto. Ni ahí. De todas maneras, participaron miles de argentinos en el banderazo del 12 de octubre, en especial en la CABA y en Córdoba. Al día siguiente, en esa ciudad muchos cambiemitas fueron a hisoparse gratis por cuenta y orden del estado provincial. Una confesión implícita que contradice sus consignas: el peligro de contagio acecha, las aglomeraciones lo potencian. Los negacionistas precavidos se negaron a ellos mismos… un lujo que podían darse tras demostrar su fuerza.

La derecha autóctona profiere proclamas genéricas, difusas. No todas, hay una muy precisa: quieren ver presos a sus adversarios políticos. A la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner antes que a nadie.

Hoy se vota en Bolivia. El ex presidente Evo Morales fue perseguido, su libertad y acaso su vida estuvieron en peligro. Alberto Fernández le concedió asilo. El ex presidente brasileño Lula da Silva estuvo encarcelado, fue proscripto. Al ecuatoriano Rafael Correa le armaron una versión local de la causa de los cuadernos y lo excluyeron con trampa de la competencia electoral.

Cristina evitó ese destino latinoamericano. Confluyeron, seguramente, varios factores, entre otros la decisión de los senadores peronistas de no desaforarla desde que ocupó una banca a fines de 2017. Pero si hacemos un repaso cronológico, el primer aval, el primer freno a la persecución fue el apoyo multitudinario que la despidió el 9 de diciembre de 2015 y que la acompañó a la primera citación propinada por el juez federal Claudio Bonadio. La concurrencia rebasó la zona de Retiro rodeando el serpentario de Comodoro Py. El apoyo temprano, en los primeros meses de 2016, desafió al tropel de dirigentes peronistas que le daban la espalda a CFK transitando por la ancha avenida del medio. O que la enfrentaban desde la vereda de enfrente. En el primer choque bancaron las bases y un sector de la militancia... después se fueron acomodando las cargas.

Desde el vamos, la calle y las plazas le complicaron la existencia al ex presidente Mauricio Macri, mucho antes de que el peronismo se anoticiara de la necesidad de la unidad, asumiendo que sin Cristina no se podía.

La derecha nativa la quiso encanar, aunque tal vez le dio hándicap los dos primeros años. Es propensa a encarcelar a sus rivales, cualquiera se da cuenta. Básicamente porque lo ha hecho y sigue intentándolo aún como opositora.

Milagro Sala sigue presa sin condena firme desde 2016. La Corte Suprema demora un pronunciamiento, deja dormir al expediente. El club de juristas cambiemitas (confesos o camuflados) brama por los “tres jueces federales desplazados” pero guarda silencio respecto de la dirigente social.

El diputado Waldo Wolff y el fiscal Carlos Stornelli, merecen un párrafo propio en esta reseña.

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Dos inquisidores en acción: Wolff denuncia a tres periodistas por informar, dos como cronistas uno como editor de El Destape: Ari Lijalad, Franco Mizrahi, Roberto Navarro. Solidaridad para los colegas a quienes se acusa, para colmo, en base a datos falsos. Wolff y un conjunto de legisladores macristas quieren criminalizar la libertad de expresión. Cárcel para “los otros”, de nuevo.

Carlos Stornelli, fiscal de La Nación (del diario, se entiende), promueve una denuncia penal contra la Defensora del Público Miriam Lewin. Su presentación es técnicamente una vergüenza. El modo en que está redactada, un encefalograma del fiscal: casi una línea recta. Alusiones al Medio Evo, a la Mazorca. Dispendio generoso de signos de admiración. No se molesta en ofrecer una evidencia, una cita de derecho. El objeto del furor es el Observatorio NODIO, uno de tantos en el planeta, en especial en las democracias occidentales.

La jueza María Eugenia Capuchetti le dio una lección de derecho en pocas horas. Repasó la experiencia comparada, le exigió que cumpliera con su carga acusatoria señalando los hechos en que se funda. Le señaló que no aporta “ningún elemento que evidencie siquiera hipotéticamente el perjuicio alegado”. Remató “nada hizo para explicar por qué entiende que los hechos ocurrirían del modo en que lo dictan sus predicciones”. En otras palabras: labure de fiscal, doctor.

Stornelli perdió esa costumbre. Funge de inquisidor. Como tal prepeó con la ley del arrepentido, apretó acusados para forzarlos a buchonear a funcionarios o “empresarios K”. Los encerró en celdas hediondas, los chantajeó con dejarlos meses o años. El prófugo recordman, hizo un nuevo papelón. Se lo ve sacado, tendría que calmarse. En ejercicio de su idiosincrasia, agredió a un periodista.

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Logro al cubo: La disputa por el Olimpia de Platino en macrismo explícito hervía. Mauricio Macri, un deportista al fin, decidió salir a la pista. Rompió el silencio, una vez más. Recorrió sets amigables, pronunció frases para enmarcar. “No logramos lograr ese logro” constituye un hallazgo o un logro si usted prefiere.

El ex presidente culpó a ex integrantes de su equipo, a aliados. Reincidió en monsergas sobre el populismo. Resolvió que “mi gobierno económico” finalizó en agosto de 2019. Dibujó estadísticas sobre pobreza o crecimiento tan burdas como la frase de los logros.

Los aliados marcaron distancias, cada cual atendiendo a su juego.

El Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta está en carrera. Su gestualidad apunta a diferenciarse tanto de “Mauricio” como del Presidente aunque no lo diga. La ex gobernadora María Eugenia Vidal intenta hacer del silencio un arma cargada de futuro.

JpC disiente pero no se fragmenta, la conveniencia común cohesiona. El oficialismo carece de habilidad y de operadores para mortificarlo por líneas internas o para atraer personajes desencantados. Macri y Vidal, a esta altura de sus mandatos, habían sido más pícaros, más eficaces. Sacaron provecho de las discordias peronistas y del apuro de varios compañeros para jubilar a Cristina.

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A polarizar, a polarizar: Alberto Fernández es pasional, se sulfura o emociona rápido. Sin embargo, sus réplicas a Macri provienen más del cálculo que de la bronca. El presidente y su elenco suponen que ese rival los favorece, que polarizar con MM es pura ganancia. Quid pro quo: Macri hace la misma cuenta. Si ambos contendientes buscan lo mismo, uno se equivoca. Por lo menos uno. No está escrito en la piedra que la polarización extrema del año pasado perdure en las elecciones parlamentarias de medio término.

Los legisladores se eligen en 24 comicios, uno por provincia. Se abren oportunidades para terceras fuerzas, crece la influencia de los gobernadores.

Se renueva la mitad de los diputados, quienes entraron en 2017 cuando el macrismo hizo una gran elección y el peronismo (dividido en facciones) logró floja cosecha. Así mirado el Gobierno tiene chances de conservar su bancada o de mejorarla… si no hay virajes bruscos del electorado.

Se reemplazan senadores de ocho provincias, un tercio del total. Dos para primera minoría, uno para la segunda. Número corto, peliagudo que haya cambios catastróficos. Complicado que el FdT pierda su mayoría. Casi imposible que consiga los dos tercios.

En esta semana ardiente los dos bandos juegan a la polarización. En el cuarto oscuro el Gobierno será juzgado más por lo que hizo que por la herencia que dejó Macri.

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De Coloquio a la CGT: Fernández y el ministro de Economía Martín Guzmán expusieron en el Coloquio de IDEA emitiendo una señal de diálogo y tolerancia. Le contestaron con soberbia, en el límite mismo de faltarles el respeto. Una patota de CEOs corrobora cuán difícil es articular o hasta conversar con el establishment. Y siembra dudas acerca de la conveniencia de ir al pie, a sus cónclaves.

La dirigencia sindical le dio una idea a Fernández: el acto de ayer. Resultó muy bien. Las conducciones gremiales aportaron a la movilización. La coalición de gobierno no se cuartea en una coyuntura espantosa. Sentido común, desde ya. La unidad fue clave para volver, es esencial para sostenerse. 

Sería presuntuoso y prematuro formular un balance de un hecho colectivo tan extraño y sin precedentes como este 17 de octubre. La mezcla de virtualidad y cuerpos dificulta cualquier síntesis. A primera vista, fortaleció al oficialismo en un trance difícil. Siempre suma reencontrarse, autocelebrarse. 

Las competencias políticas a veces se asemejan a las futboleras. Habrá macristas felices porque a los peronistas se les aguó parte de la fiesta. Brotarán discusiones clásicas, sobre el número de participantes. Las hay cuando son presenciales y se puede estimar cantidad de personas por metro cuadrado. Cuando los participantes van en auto se puede sanatear más, casi hasta el absurdo. En todo caso, el oficialismo concretó una primera salida, festiva y no violenta, que fue in crescendo durante todo el día.

Con el ensayo general de ayer a la vista nadie duda de que el peronismo congregará multitudes presenciales cuando las circunstancias lo permitan. Nadie sabe, ay, cuándo llegará ese día.

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