La belleza de Sharon Olds es luminosa y natural; parece una niña de 77 años que preserva la indómita curiosidad en la mirada y en el tono de voz chispeante y asombrada. “Tal vez una de las razones por las que no uso maquillaje es para asustar a la gente”, sugiere la poeta estadounidense en uno de los poemas que leyó durante su presentación virtual en el 12° Filba Internacional, que se realizará hasta el próximo sábado 24. “La calvinista maldita”, que nació en 1942 en San Francisco, enseña escritura creativa en la Universidad de Nueva York. “Mi consejo es que tomen sus vitaminas, que se cuiden físicamente. El alcohol y las drogas no son tan buenos aliados para la escritura”, sugirió Olds en el diálogo previo que tuvo con la escritora Inés Garland, traductora de La materia de este mundo y La habitación sin barrer, ambos publicados en ediciones bilingües por la editorial argentina Gog & Magog.

Olds recordó que creció en una atmósfera “muy tradicional” en la que sintió el peso de la religión y padeció la compleja relación con su padre alcohólico, que aparece reflejada en sus primeros poemas, y con quien acaso se reconcilió en El padre (1992), un poemario que es una crónica desgarradora de la agonía y muerte de su padre. Pronto tuvo “el deseo salvaje” de cualquier tipo de libertad, ya sea bailando, cantando o escribiendo. “Como artista una intenta exprimir la propia verdad de una misma, vas a sacar tu verdad a través del lenguaje”, explicó la poeta estadounidense, que ha recibido numerosos premios entre los que se destacan el National Book Critics Circle Award, el Premio T.S.Eliot y el Pulitzer de Poesía en 2013 por Stag’s Leap (2012). “Tuve mucha suerte, tuve educación, y algo de tiempo para soñar y escribir. No escribí porque pensé que iba a tener éxito, lo hice porque me generaba placer. No quería ser la misma clase de persona que habían sido algunos de mis ancestros”, reconoció la poeta estadounidense y confesó que a veces se emocionó con el final de un poema que resultó “más emocionante para mí, que lo que supuse que iba a ser para otras personas”.

La poeta –que ha publicado Satán dice (1980), Los muertos y los vivos (1984), La celda de oro (1987), El padre (1992), El manantial (1996) y Sangre, lata y paja (1999), entre otros libros, escribe y descarta muchos poemas. “La autocompasión es un criterio importante para no compartir esos poemas”, admitió Olds sobre aquellos poemas que decide no publicar. “Los poemas que mejor funcionan son aquellos que me permiten salir de mí misma y dejar que el brazo trabaje de alguna manera. Sé que eso no es realmente lo que pasa, pero no puedo estar controlando demasiado porque quiero que la verdad subyacente, cualquiera que sea, musical o moral, salga a la luz”. No es consciente de realizar una investigación cuando escribe sus poemas, por los conocimientos de anatomía que puedan tener. Le encanta leer el diccionario, aunque no busque la palabra específica. “Me gusta descubrir cosas sobre cualquier tema, creo que soy muy curiosa. Y también me considero ignorante para una persona educada porque hay tanto que no comprendo. Creo que no comprendo casi nada”, agregó Olds.

Detrás del libro Odas, publicado por Valparaíso Ediciones, con traducción de Elvira Sastre y Juan José Vélez Otero, hay una pequeña historia. La poeta estadounidense estaba viajando con “su amado novio” cuando entraron a una librería y se cayó de uno de los estantes la traducción al inglés de las Odas elementales, de Pablo Neruda. Compraron el libro y se lo llevaron a New Hampshire, donde entonces vivía la poeta estadounidense. “Nunca pensé: ahora escribiré odas, pero una vez que empezara a escribir no pararía. No lo planifiqué, pero escribí poemas de amor personales, que no eran personales de manera obvia. Los poemas de amor querían salir a la luz y podían surgir en la forma artística, en la forma de una oda, porque sospechaba que no se trataban de odas, y realmente no quería saberlo porque me gusta esa palabra oda. Y quería tener un libro de poemas de amor, que no fuera incómodo para él personalmente, y el libro está dedicado a él”, reveló Olds sobre ese libro en el que escribió odas al himen, al clítoris, al tampón o al condón.

“Si me emociona un poema, entonces estamos ahí. A veces me emociona más, pero tal vez haya otras cualidades que pienso que podrían estar más presentes. Cuando veo cada poeta con su propio lenguaje, melodía y tema, observo cada poema de manera individual. No soy una erudita, no soy una pensadora –aclaró Olds-. No veo tendencias en las personas, estoy concentrada en el momento, y si no es mi verdad, ¡qué interesante! Si me emocionan, quiere decir que esos poemas están vivos”. Apenas comenzó a leer advirtió: “No se preocupen por mis temblores; tengo un temblor inofensivo”. Conviene no tomar al pie de la letra sus declaraciones previas, como cuando afirmó que “soy demasiado vieja, soy del pasado, soy de otra época”. Olds, la poeta sin maquillaje, lanza poemas como alfileres oxidados que se clavan muy hondo en la piel.