El pasado 8 de noviembre, en una videollamada con el diputado Fernando Iglesias, la ministra de educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Soledad Acuña, expresó afirmaciones polémicas sobre el cuerpo docente. Pasan los días y como mamá no puedo dejar de pensar en sus declaraciones por lo tristes, escandalosas e indignantes.

Mi memoria emotiva me hace viajar en el tiempo y recuerdo a dos docentes con mucha vocación que fueron muy importantes para mí: una, la seño Margarita de cuarto grado; más que maestra para mí era una vidente por la sensibilidad que tenía para percibir si algo no estaba bien en casa. Ella te miraba y siempre te daba una palabra o un consejo justo. Una vez teníamos una excursión muy esperada por todes mis compañeres a la fabrica de la Serenísima, yo moría de ganas por ir, pero mis zapatillas estaban muy rotas y no quería que se burlaran de mí. Ella me vio diferente esa semana. Yo no le había contado nada y un día, sin que nadie lo notara, me trajo de regalo unas zapatillas blancas. Jamás olvidaré ese gesto, lloré de felicidad.

El otro fue Fernando Tranfo, profe de Filosofía en cuarto año. Un tipazo que lograba lo que ningún otro: captar la atención de todes con clases que te hacían amar la filosofía. Nos dio ESI cuando no existía, nos habló sobre la diversidad en tiempos sin leyes y lo más importante: nos enseñó a pensar.

Hoy en Argentina la carrera docente se sigue (¡y se persigue!) exclusivamente por vocación, porque si fuera por ambición material, aquellos que la eligen se morirían de hambre o se dedicarían a otra cosa. Nosotres, como sociedad, tenemos que mirar diferente la triste situación de les docentes: debemos aspirar a que sean los mejores pagos, junto con los médicos y con todes aquelles que trabajan sirviendo a la sociedad. ¿Acaso no estamos de acuerdo en que les educadores deberían recibir las mejores capacitaciones? ¡Un docente debe estar bien pago, tiene que recibir formación constante y, sobre todo, debe sentir nuestro respeto!, porque en definitiva es quien dará crianza a las nuevas generaciones de argentines y es muy probable que algune de elles nos gobierne. Plantear la discusión en términos de «elección por fracaso en otras carreras», en realidad no es proyectar las prioridades que deben considerarse para la verdadera Argentina que queremos.

Hacerles sentir a les pibes que van a estudiar que sus maestres son unos viejes fracasades que quieren meterles una ideología en la cabeza y no enseñarles es ya ponerles en situación de desprecio, es decirles que lo que se les ofrece es mezquino: mirá quiénes te están educando, ¿qué respeto pueden tener por eses docentes? A esto hay que sumarle la existencia de padres y madres que piensan que esos educadores están para servirles a elles, que con dos o tres firmas pueden llamar al colegio y decidir si un docente se queda o se va de la institución. No son todes, pero muches actúan de esta forma, y lo digo con conocimiento de causa. ¿Qué lugar de

respeto hacia la docencia les dejan a les pibes? Creen que son sus sirvientes y no aquellos que les van a abrir la cabeza a sus hijes con educación.

Es realmente triste que alguien que ocupa ese cargo tenga ese pensamiento. Está claro que esas declaraciones, en este momento, son desafortunadas. No contribuyen, generan más división, no terminan de ver la cuestión de fondo de esta crisis educativa, que no ha surgido ahora sino que viene deslizándose, por lo menos, desde los últimos treinta años. La pandemia, en todo caso, terminó de explotar la gran desigualdad de conectividad, expuso que existían estudiantes que no tenían ningún tipo de contacto con la escuela, que los docentes no habían sido capacitados en las tecnologías de la comunicación virtual o que no todes habían incorporado en su pedagogía las herramientas necesarias para llevar a cabo clases a distancia.

No me quiero poner nostálgica y decir que antes todo era mejor, pero debo reconocer que cuando yo era chica y la maestra ponía una nota en tu cuaderno o citaba a familia, una inmediatamente pensaba: «¡Agárrate!». Quizá sea exagerado e ingenuo seguir pensando que la palabra docente deba ser «palabra santa», pero tampoco podemos admitir que ante un llamado de la escuela, les adultes a cargo respondan con un: «¿Qué quieren ahora? ¡No me rompa los quinotos!»

Es muy propio de determinado sector poner el ojo en un supuesto enemigo. En vez de brindar elementos para mejorar la educación, se pretende que sean señalados uno por uno aquellos que no deben impartir clases. Lo único que tienen les maestres hoy en sus manos (porque muches no cuentan con los elementos necesarios para sostener esta modalidad) son las ganas del alumnade (y muches ni siquiera respetan su rol como para prender la cámara y decir: «lo estoy escuchando, profe»). Están en soledad, vapuleades por padres y madres y, a veces, por algunes alumnes, y encima no bancades por la ministra de educación. Todes les docentes se deberían levantar y pedir la renuncia de esta señora.

La triste realidad parecería ser que nadie de la dirigencia política toma en serio cuál es el tipo de educador que debemos tener en Argentina: bien pago, bien capacitado y, sobretodo, considerado por toda la sociedad. Les politiques que no respetan la educación no tienen respeto por nada: sin educación no hay futuro.