Se fue. Seguramente con una sonrisa de arroz con leche y con un puño en alto. Se fue en primavera cuando la vida renace, explosiona, a contracorriente; con la esperanza de que sus paraísos perdidos abrieran las puertas que daban al interior de su belleza. Nos fuimos con él, con el dolor de hoy que es furia de perro lobo, de tristeza desamparada; de lágrimas, lágrimas muertas, negras. Lágrimas humanas contadas una a una para descubrir cuáles pertenecen al miedo y cuáles al espanto. Es el dolor de hoy que reclama sus ceremonias: que te abracen, que te rodeen, que te sostengan; liturgias para llorar juntos, para celebrar lo vivido, y dar por supuesto un mañana, un pasado mañana. 

Hay que escuchar este silencio, viscoso, rotundo, que descansa en las orillas serenas de un mundo paralizado, sin aliento. Baudelaire dejó constancia de las delicias de los pasos sin rumbos: de los falsos “yo”: yo no soy yo, sino lo que piensan que soy. Es la vida que te cuece por dentro, la amenaza en el interior de uno mismo, el estar de rodillas y no saberlo, el realismo infiel. La verdad no cabe en un solo deseo. Diego se fue con el tiempo por delante para dejarse seducir, se fue como huésped de la pobreza, saliendo de las ataduras de sí mismo para alumbrar un universo imaginario propio. El mundo se ha parado y él sigue caminando, rehaciendo una y otra vez el camino, domesticando demonios: ¿para ser qué?, para ser él mismo.

En la voluntad de creer besó el sueño sosegado de los humildes, las vidas de aliento hondo, durmiendo en los sueños de los otros. Cuando los ojos te dicen “no me hagas daño” empiezas a vivir en el otro. Se trata de soñar lo soñado, de arropar los silencios, de exhumar la memoria individual y colectiva. Si un día regresas al mar de tu infancia Diego, debes saber que ese mar no te ha olvidado. Por muchas vueltas que hayas dado por el mundo ese mar de tu niñez te tendrá siempre en su memoria. Como un Dios presocrático de luz, de sol, de agua, de tierra y de fuego, este país fatigoso te recordará siempre, en cada sobremesa, con un mate en la mano, debajo de un limonero, para justificar toda la existencia del mundo.

* Ex jugador de Vélez, y campeón Mundial Tokio 1979.