Habría que ponerle una mano en el pecho a 2020 y detenerlo: pará, stop, hasta acá llegaste. Pero no, faltan todavía 23 días para que se acabe, que se hacen una eternidad de muertes multiplicadas por millones y entre ellas, una más, en nuestro país-fútbol tan castigado después de que falleció Maradona. Tal vez porque alivie hablamos de nuestras desgracias, decía Corneille, colega contemporáneo de Moliére y por eso contamos lo que nos llega la partida de Alejandro Sabella. Un jugador distinto, un entrenador sabio, un ser humano respetuoso, caballeresco, jamás apegado a las palabras altisonantes. El elegía aquellas que le dan un significado de gratitud a la vida. Las que llegan por su simpleza y eso nos remite al 23 de agosto de 2018.

Ese día, en el edificio Sergio Karakachoff, y ante una multitud de alumnos y autoridades que lo aplaudían de pie, se despidió muy conmovido en un acto homenaje que le hizo la Universidad Nacional de La Plata (UNLP): “Las adversidades forman parte de nuestro camino y nos obligan a ser mejores. Y no se olviden nunca de dos palabras que son fundamentales: Por favor y muchas gracias”. En ese instante, “abrumado” como dijo sentirse por el reconocimiento en esa casa de estudios “pública y gratuita”, Sabella ya estaba complicado de salud.

El 15 de julio de 2014, cuatro años antes y apenas después de haber sido finalista como director técnico en el Mundial de Brasil, escribí una columna en este diario cuyo título repetiría para esta: “El técnico que no rifaba las palabras”. Su sabiduría provenía de decir lo justo y necesario, sin precipitación ni alevosía, como se vomitan hoy frases sin sustento, vacuas e inconsistentes. Las que están hechas a medida para redes sociales que alimentan el consumo de vanidades en este mundo narcisista y obsceno.

Sabella siempre estuvo en las antípodas, como si susurrara a media voz la canción Los gurdianes de Mugica de León Gieco, que dice: “Por favor, perdón y gracias/tres palabras mágicas/ para la vida, el amor y el corazón”. Era una persona comprometida, que se involucraba en causas justas, pero de perfil bajo, de esas que transitan la vida más con el ejemplo. Dieron testimonio de eso las queridas Abuelas de Plaza de Mayo: “Despedimos a Alejandro Sabella, un deportista enorme, de profundo compromiso social. Siempre recordaremos su acompañamiento a nuestra lucha y el gesto de acercar a los jugadores del seleccionado de fútbol argentino a la búsqueda de lxs nietxs. Gracias y hasta siempre”.

El técnico y ex futbolista era un guardián de Mugica, por lo mismo que escribió León: “Desdiosan dioses, son leales a la lucha…”. Quizás porque no lo abrumaba tanto ser suplente en River del Beto Alonso o ayudante de campo de Daniel Passarella en la Selección Nacional. Sabella tal vez comprendió que su propio destino llegaría con el tiempo, inevitable, por su destreza de futbolista exquisito y por su capacidad como entrenador después. Brilló en las dos áreas con Estudiantes y salió subcampeón mundial con Argentina en 2014. Un logro en un país exitista que solo obtuvieron como conductores, Francisco Olazar en 1930 y Carlos Bilardo en 1990 (aunque campeón en el ’86). La historia no siempre la escriben los que ganan.

En su caso, la dimensión de hombre íntegro supera a las demás. Sabella será recordado por su trayectoria deportiva, pero también por su don de gente y su compromiso con las causas que, desde un lugar como el suyo, muy pocos son capaces de abrazar.

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