¿Qué ven en ella les jóvenes, niñas y adolescentes que le piden sacarse selfies en las marchas? Con esta pregunta como impulso, Martha I. Rosenberg, feminista, psicoanalista, médica graduada en la Universidad de Buenos Aires en 1963 e integrante de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, se decidió a encarar la tarea de reunir sus escritos, producidos a lo largo de cinco décadas. El resultado es el libro, un grueso volumen, titulado Del aborto y otras interrupciones. Mujeres, psicoanálisis, política (milena cacerola). La pregunta no ha sido respondida (no era el objetivo), pero sí ha funcionado para elaborar una “satisfacción genealógica”. Este es un concepto que lanza en esta entrevista y que se ajusta de maravillas a ese ejercicio de “autobiografía intelectual” en el que inscribe su labor. Recorrer lugares y tópicos ya transitados, reponer lecturas vividas, recolectar debates lanzados y, al mismo tiempo, disponerlos al hoy, donde las condiciones de audibilidad son otras, donde los s85uelos compartidos son más extensos. Esa satisfacción genealógica no se da “bajo la figura del dedito levantado: te lo dije”, como quien viene a certificar que no hay nada nuevo bajo el sol. Sino, por el contrario, con la generosidad de quien, desde dentro de la marea, se sorprende cuando la verdad por la que lucha hace tanto tiempo toma cuerpo desmesurado y multitudinario.

La primera vez que Rosenberg escribió sobre aborto fue en 1969, para el periódico de la CGT de los Argentinos. El último texto incluido en el libro es de 2019, prólogo a otro libro: Martes Verdes Federal. En ese arco, toda una vida o, como prefiere ella, un ritornello. Esa es la figura musical con la que identifica el ritmo de su escritura. El ritornello refiere a la repetición pero también designa el silencio que permite retornar a la voz, darle aire. Desde la filosofía esa imagen conceptual da cuenta de la generación de un territorio donde, a través de la creación de paisajes, de idas y retornos, finalmente se arma un espacio en el que pasan (en el doble sentido: suceden y transitan) cosas.

Ahora nos encontramos en el feriado con el que empieza esta semana de subidón en el agite abortero, frente al voto de diputadxs en el Congreso. Casi no estuvo saliendo, dice, durante la pandemia. Pero el viernes pasado no pudo contener las ganas de ir a la plaza y con todos los recaudos ahí estuvo. Hubo fotos y hasta alguna que otra selfie, con prudente distancia. Mientras nos sentamos en el bar destella como telón de fondo un cartel verde que pide poner fin a la clandestinidad del aborto con el dibujo de la percha. Esos afiches empapelan las avenidas de Buenos Aires. “Hoy el aborto se ha instituido como tema político y teórico como nunca antes”, dice con certeza depositada en cada una de las palabras. Así arrancamos.

Una comunidad para sobrevivir

“Creo que armamos una especie de comunidad, en la Campaña y en el movimiento, para sostener con nuestra tozudez estos años de lucha. Esa comunidad fue nuestra condición de supervivencia”, narra -antes de empezar el café con leche- para enhebrar cómo fueron los orígenes de esta experiencia hoy conocida mundialmente, sus antecedentes pero, también, para reflexionar sobre la manera en que durante este 2020, en plena crisis profundizada por la pandemia, se ha logrado insistir en que el aborto es urgente, en medio de la excepcionalidad sanitaria.

Rosenberg estuvo siguiendo el debate parlamentario de estos días de manera virtual. Siente que la retórica anti-derechos, comparada con su performance del 2018, se ha renovado y ha afilado su ofensiva. “No fueron dos años cualquiera los que han pasado desde entonces. La profundización de la crisis económica y social es enorme. Es algo que tenemos que seguir pensando para comprender su verdadera magnitud”, señala. Siente que se pasa demasiado rápido el debate sobre la normalidad que se añora y también la que se busca desarmar e impugnar. “Es profundamente inédita la situación que se abre con la pandemia y no podemos confiarnos sólo de lo que escuchamos en nuestras cercanías”, vuelve a remarcar.

Dora Barrancos, Nelly Minyersky, Martha Rosenberg y Nina Brugo el 14 de junio de 2018

Las páginas de su libro son más de quinientas. Aun así, confiesa que siempre se sintió escribiendo en los márgenes. Dice que en el ambiente de psicoanálisis al hablar de feminismo, quedaba afuera. Y en los de feminismo, al escribir ensayos en clave de integrar el punto de vista psicoanalítico, siempre la hacían sentir “fuera del tarro”. “Ahora es distinto. Mejor dicho: recién ahora ciertos planteos que vengo trabajando hace muchos años tienen escucha”.

La autobiografía, que en este caso es también un testamento político, insiste sobre palabras clave: no es lo mismo reproducir que generar, porque uno alude a la repetición y el otro término confía en trasmitir una dinámica de movimiento y transformación, apunta Rosenberg. La interrupción (palabra llave para pensar el aborto en sus múltiples dimensiones) y la insistencia que empujan a un devenir, dice, son obra del tiempo, que se empecina en la enunciación de una verdad que moviliza el deseo de actuar. El aborto es interrupción, argumenta, porque es una práctica contra-hegemónica, que cambia la gestión y regulación de la reproducción (familiar y heterosexuada), interrumpe el destino mandatado y resignifica los vínculos y el deseo, la comprensión de sí.

Asambleas, talleres y mesitas

“Para mí fue muy importante el Foro Social Mundial de Porto Alegre de 2002. Ahí empezó a forjarse una convergencia nueva. Estaban las militantes feministas de envergadura, que venían de hacer un gran trabajo en la Declaración de El Cairo (1994), como Gina Vargas y Sonia Correa, pero también quienes empujaban la articulación Mercosur y sobre todo los movimientos sociales de ese momento. Además, Brasil era un lugar donde las feministas tenían un trabajo muy importante sobre el sistema único de salud y se sumaba la presencia de la CUT (Central Unica de Trabajadores). Quiero decir que ahí se armó una acción en consonancia, donde se concretaba la crítica de la representación política tradicional junto con la fuerza de los movimientos sociales que se oponían al neoliberalismo. Nosotras estábamos en el clima ¡Que se vayan todos! Creo que es entonces cuando se densifican formas de movimientos que tienen que ver con armar redes y con la transversalidad. Hay que pensar que en ese momento, por ejemplo, nos costaba mucho conseguir firmas de dirigentes varones importantes. No consideraban al aborto como un tema relevante”.

En el libro de Rosenberg, al final hay un dossier fotográfico que empieza con una foto donde se ve las espaldas de seis Madres de Plaza de Mayo, caminando hacia la Casa Rosada, con los pañuelos ya calzados. Se las ve a todas abrigadas, en blanco y negro. Esa foto ilustra un artículo de la autora publicado en el diario La Razón en 1986 y titulado “¿Quiénes son las Madres de Plaza de Mayo?”. La foto que cierra las páginas en papel ilustración es de la propia Rosenberg, también de espaldas, con un pañuelo verde sobre la cabeza pero no calzado, sino levantado y extendido entre sus manos (foto tomada por Graciela del Valle). Es durante el pañuelazo del 19 de febrero de 2020 (que es difícil asociar como el mismo año de la pandemia). Se ve en ese primer plano por atrás su pelo recogido con ranitas y pequeñas peinetas que le sostienen su característico rodete gris que hace asociar su estampa con las sufragistas del siglo anterior.

“Muchas feministas participamos en las asambleas barriales después del 2001 y en la asamblea de asambleas, que se llamaba Interasamblearia y se reunía en Parque Centenario. Fue allí donde Dora (Coledesky) planteó hacer una asamblea por el derecho al aborto. Mabel (Belluci) y yo, y supongo que otras, también veníamos planteando el tema en nuestras asambleas. Nos empezamos a reunir en el local Matrix, en Avenida Entre Ríos. De ahí surgió la idea de ir al Encuentro Nacional de Mujeres que tocaba en Rosario en 2003 a proponer una asamblea. Yo había estado en un seminario de “estrategias por el derecho al aborto” que se hizo en Sudáfrica en el año 2000 y al año siguiente estuvo María Alicia (Gutiérrez). Tradujimos y difundimos un libro que se hizo con el mismo título. Y de hecho en Rosario lo que hicimos fue, además de la asamblea inicial, los “talleres de estrategias para el derecho al aborto”. De las conclusiones asamblearias surge la recomendación de armar una Campaña Nacional federal para unificar los distintos grupos existentes. En el 2004 tuvo lugar un Encuentro preparatorio en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, previo al ENM de Mendoza y en el 2005, se concreta en Córdoba el surgimiento oficial de la Campaña Nacional por el Derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Como primera acción, recuperamos la tradición de la Comisión por el Derecho al Aborto de poner mesitas en las esquinas y juntar firmas: hablábamos con la gente, eran como talleres en la calle”, recuerda. Reconstruir los pasos, los enlaces, las contingencias y las decisiones estratégicas es parte de la historia que hace leer retroactivamente lo que finalmente se acumula como experiencia y se despliegan como metodologías feministas. “Cada cosa que dicha así parece obvia -desde armar un taller hasta elegir el nombre de la Campaña- fue algo que llevó un enorme trabajo de militancia”, apunta con razón.

Crecimiento continuo

Su libro es un manual de historia, un tratado psicoanalítico, un diario de viaje que recorre conferencias y manifestaciones, y también la cocina de una experiencia política que se hace campaña nacional primero, internacional unos años después. No hay linealidad en esta autobiografía, como episodios que irían explicando una línea sucesoria coronada por la realización. Hay una reivindicación de experiencias y lecturas “vividas”. Vivir una lectura y hacer de la escritura acción directa. Esos podrían ser los foto-epígrafes de esas imágenes del del final. Algunas de las más recientes las tenemos en la memoria cercana, las hemos visto viralizarse en redes. Por ejemplo, la que en la Marcha Ni Una Menos de junio de 2019, Rosenberg camina junto a Elsa Schvartzman y Nina Brugo detrás de una bandera enorme o la postal ya histórica de “Bailando ‘el patriarcado se va a caer, se va a caer” junto a Dolores Fenoy el 8 de marzo de 2019 y en otra también famosa ellas dos junto a Dora Barrancos y Nelly Minyersky.

¿Cómo definirías las claves de organización política en la Campaña?

Nuestra definición de partida fue su carácter federal, la democracia participativa y el pluralismo de todo orden. De ahí surge también la cuestión de la integralidad de nuestro reclamo, plasmado en la consigna “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Nos organizamos con plenarias anuales para definir las líneas principales de acción. Pero con el crecimiento que empezamos a tener esto se convirtió en fuente de tensiones. Especialmente cuando se incorporaron partidos, que presuponen otras metodologías. La otra definición importante fue la estrategia parlamentaria. Desde el inicio dijimos que necesitábamos una ley y desde 2007 presentamos nuestro propio proyecto de IVE.

En el medio crecieron también las prácticas autónomas. ¿Cómo impactaban en la propia demanda de la Campaña?

Sí, creo que tiene que ver con la combinación de varias cuestiones. Por un lado, la rigidez parlamentaria. Es decir, que teníamos cada vez más firmas de diputadxs de los partidos mayoritarios pero al mismo tiempo había una negativa desde el ejecutivo hacia la legalización. Por otro, los contactos y las experiencias que se iban conociendo de otras partes del mundo y los fondos conseguidos. Insisto, con la experiencia de Brasil con el misoprostol hubo intercambio con feministas de Ecuador y con la organización holandesa Women on the Waves que promovía el aborto con pastillas. Y también la radicalización lesbiana. Recuerdo las reuniones con Verónica Marzano y Sonia Gonorazky, cuando decidieron salir de la Campaña y lanzar la línea de información gratuita y segura.

¿Cuándo y por qué se dan los momentos de crecimiento?

Fines del 2015 y principio de 2016 con la expansión de la participación con base territorial de ILE, el impulso de las distintas redes de la campaña (profesionales de la salud, docentes, fotógrafas, etc.). Y luego con la confluencia en 2016, cuando se acuerda la consigna NiUnaMenosPorAbortoClandestino…, me acuerdo de una reunión en el bar La Opera. Y, claro, entonces la expansión de las redes virtuales y la internacionalización del feminismo que empieza a darse desde aquí. Creo que esto demostró la latencia política y la potencia de un movimiento que se integra y se expande. Además, aquí se suma un elemento intergeneracional que es clave.

Que es el que finalmente explota en 2018.

Sí, y que implica la presencia de otras lógicas políticas. Otras formas de comunicación y otros usos de símbolos. Por ejemplo el glitter, que para mí es un misterio. Quedan aún por investigar los modos en que se van inmiscuyendo los cambios, como capas tectónicas que van haciendo pequeños movimientos imperceptibles y en un momento cambia todo. Pero cambia todo porque se venían acumulando incontables desplazamientos.

Allí por ejemplo también el desplazamiento de hablar de cuerpos gestantes…

Sí, aunque es evidente que la militancia LGBTIQ+ estuvo siempre en la Campaña, desde el primer momento, con figuras tan importantes como Lohana Berkins y Diana Sacayan. A mí me parece bien agregar y no sustituir, y decir mujeres y cuerpos gestantes, para seguir con la idea de que lo que no se nombra no existe y nutrir la expansión de la diversidad del movimiento.

¿Cómo sentís que el debate masivo sobre aborto ha cambiado las definiciones y percepciones sobre la maternidad?

Siempre digo que la maternidad es un derecho y no una obligación. Y que todas las personas tenemos derecho a nacer (todes nacemos) de un deseo que acompañe el hecho de la gestación. El derecho al aborto califica las decisiones de maternidad como una elección ética enriquecedora y no como la evitación del castigo, el estigma y la carga de una imposición sociocultural y religiosa. El Estado debe proteger la salud integral de las mujeres y personas con capacidad de gestar y eso implica proporcionar los medios y condiciones para tomar decisiones libres sobre su proyecto de vida. La penalización del aborto es un castigo por la sexualidad ejercida con fines no reproductivos, la negación del derecho al placer sexual de las mujeres construidas en el orden heteropatriarcal hegemónico. Y su abandono en los casos en los que la violencia machista se prolonga en un embarazo.

¿Cómo pensás lo que viene, nuestro futuro próximo?

 

Estoy firmemente esperanzada. Veo hacerse real lo que siempre me interesó sobre formas interseccionales. Para mí no se pueden reducir los debates del feminismo a una cuestión subjetiva, pero tampoco a dimensiones sólo económicas o políticas. Y hoy todo eso se lee junto, se comprende y se vive en simultáneo. Considero que hay una elaboración muy interesante que es lo que hace, como decía al inicio, que el aborto esté instalado de la forma sin precedentes, como búsqueda de autonomía, tal como hoy está. Como componente insoslayable de una democracia vivible.