¿Cuáles son los lugares de nuestra adolescencia que jamás se olvidan? Todos tenemos un espacio, nuestro club de barrio, nuestro rescate emotivo.

Fue sacerdote, maestro y político, formó parte de la Asamblea de 1813, que lo envió a las cortes de Gran Bretaña y Francia, y fue redactor de normas. Valentín Gómez era su nombre y es también la calle donde nací y crecí en barrio Sarmiento, en una casa cuyo terreno de fondo terminaba en las vías del ferrocarril. El ruido del paso de la locomotora y sus vagones con pasajeros –El Estrella del Norte- debe ser mi primer ruido internalizado en esas noches de insomnio juvenil.

Enfrente de la casa natal, se levantó una panadería enorme de la familia Benvenuto. Me gustaba ver fabricar el pan nuestro de cada día, meterme en "la cuadra", escuchar hablar a los artesanos panaderos mientras daban forma a un trozo de masa que estiraban hasta que tuviera forma de pan, bizcocho, galleta…

Esos días de olor dulce a pan mientras amanecía está impregnado en mi ropa. Nunca se me fue. Y mucho menos el nombre de la panadería: La Marchegiana, que fue abierta por un grupo de inmigrantes italianos y vecinos de la zona norte.

A una cuadra de la panadería, por calle Maciel 1075 (en honor a Cosme Maziel, el vecino ilustre al que Belgrano le pidió “ate bien la bandera” un 27 de febrero y luego fuera un general de Estanislao López contra los porteños) levantaron en 1945 en un terreno prestado una humilde construcción de chapa y madera que llamaron club La Marchegiana. 

En ese lugar entendí el arte del casín y la carambola, y el de la mentira con esos viejos fumadores y bebedores que se divertían con los naipes del truco.

Un día hubo que renovar la comisión directiva y me eligieron secretario de Actas. Tenía 19 años. Creo que fue el primer oficio de escritura que tuve antes de ser periodista. El trabajo consistía en escuchar atentamente las discusiones sobre el orden del día de los integrantes de la comisión, y escribir en un libro de tapas negras los comentarios y las aprobaciones de los directivos. 

Una vez terminada la reunión, me llevaba el trabajo a casa. Unos días pues volvía al club, orgulloso, para que los queridos viejos estamparan sus firmas en el libro de actas a modo de aprobación fidedigna a lo que yo había escuchado y anotado.

“Declárese institución distinguida al club Atlético y Social La Marchegiana”, dice la ordenanza 58504 de este año firmada por las concejalas Susana Rueda, Mónica Ferraro, Verónica Irizar, María Eugenia Schmuck, Alejandra Carbajal y Daniela León y el concejal Fabrizio Fiatti al cumplirse 75 años de su fundación y de reconocer el rol social de los clubes de barrio.

 

Los pibes de ayer, los directivos de hoy –Rolo, Enzo, Mamerto, Cucho Chico, Gringo De Piazza, entre otros- están felices. Yo también.