“Evita. Eva María Ibarguren, Cholita, Evita Duarte, Negrita, María Eva Duarte de Perón, Eva Perón. Vino al mundo el 7 de mayo de 1919. Y no se fue nunca más”. Estas líneas de la biografía Eva Duarte, más allá de tanta pena (Eudeba) concluyen un trabajo monumental de más de 850 páginas y casi 15 años de investigación del historiador de cine César Maranghello sobre esa joven de Junín que para cumplir su sueño de ser como Norma Shearer llegó a Buenos Aires a los 15 años. En su lucha por ser actriz iba entrando poco a poco en la selva de cemento. “La mesa está servida” es la única frase que dijo, interpretando a una empleada doméstica, durante su debut en la comedia La señora de Los Pérez con la compañía teatral de Eva Franco. Paso a paso fue adquiriendo reconocimiento como actriz de segunda línea por sus papeles en teatro, cine y radioteatros. El libro termina cuando Juan Domingo Perón asume la presidencia del país. “Nada se puede contar. Nada que sea íntimo, verdadero. Durante mi vida de actriz debí ocultar mi infancia en Los Toldos. Y ahora tengo que ocultar mi vida de actriz, al punto tal que nadie osa publicar una foto mía de aquella época -confesaba Evita-. Toda intimidad es un crimen. Estamos en el mundo de la hipocresía en acción”.

Maranghello, autor de Hugo del Carril y El cine argentino y su aporte a la identidad nacional, plantea que “ser biógrafo es ser un poco detective”. “Evita decía que había sido alumna de Alemany Villa; pero curiosamente no lo fue porque él había muerto –aclara el biógrafo a PáginaI12–. Lo que hizo Evita fue comprar los libros de Alemany Villa y practicar recitando frente al espejo. Ella tenía la actuación muy teñida de ese estilo declamativo, que era muy común en la radio. Alemany Villa le enseñó a tener un amplio repertorio; con lo cual ella leía bastante más de lo que dicen otros autores. Evita compraba libros todo el tiempo. Nunca leía algo por placer, ella se obligaba a leer literatura gauchesca, cuentos, novelas que hubiesen sido citados como lo que había que leer”. El detective pone la lupa sobre pequeños detalles que se agigantan bajo su rigurosa mirada. “Irma Córdoba le vendió a Evita un vestido de una película que había hecho en el ‘35 porque las actrices no se podían comprar ropa nueva con lo que ganaban en el teatro. Al mismo tiempo, me llamó la atención que el teatro se manejaba como una estancia: el jefe de la compañía tenía hasta derecho de pernada, como lo ejerce José Franco”. 

Leyó las biografías sobre Evita antes de empezar la pesquisa. “Todas tienen mucho apuro por pasar la etapa de Evita como actriz, como si retrasara su aparición en la política. Al mismo tiempo eran muy crueles, especialmente los investigadores extranjeros, al decir que como en tal período no se sabe que haya hecho nada, seguramente se prostituyó. Esto me parecía muy insultante y me dije que había que pintar mejor esa época, sobre todo el ambiente del teatro y de la radio, en el que estaba despuntando el modernismo. Aunque no pudo llegar a ser una gran estrella, es la argentina más conocida en el mundo. Ahora esto no quiere decir que el libro sea peronista, yo tengo muchas dudas con Perón en cuanto a su autoritarismo militar; pero el libro es indudablemente evitista”, subraya Maranghello, ex docente de la UBA y la ENERC.

–¿Fue un niño evitista?

–Yo estoy fascinado con Evita desde que era chico, como buen niño de la Argentina peronista. Mi papá era muy antiperonista, él trabajaba en Aerolíneas Argentinas. Los familiares de mi mamá eran todos peronistas; entonces había unas peleas tremendas. En 1951 yo tenía 5 años y un día leí –porque a esa edad ya leía– que iba a estar Evita en un acto en Puerto Nuevo y le pedí tanto a mi viejo que me llevara que me llevó. Había muchas escuelas y chicos con guardapolvos. Mi viejo me levantó en hombros y fue pidiendo permiso. Y la vi rubia, espléndida, con un sombrero. La recuerdo como si fuera hoy… Después se mezcló con los chicos y les acariciaba las cabezas. Me da la impresión de que éramos muy felices en esa época. Se cumplía eso de que los únicos privilegiados son los niños.

–¿Cómo era la Evita actriz?

–Algunos dicen que era mala como actriz, que era disfónica, que hablaba mal y se tragaba las eses. Andrés Insaurralde, que la llegó a escuchar en el radioteatro de las diez y media de la noche, me dijo que Evita era muy irregular: si el personaje le gustaba, ella se entregaba, pero si el personaje no le gustaba, pasaba letra. En las críticas de teatro a veces decían que su actuación había sido discreta o que estuvo correcta; en algún momento la calificaron como excelente.

–¿Qué pasó con Libertad Lamarque?

–Es la antagonista de Evita. En el libro la voy haciendo crecer para que se vea que no todo era “miel sobre hojuelas”. Libertad era una persona dura, muy segura de sí misma, a diferencia de Evita, y era bastante tiránica cuando no le gustaban los actores de reparto. En el libro hay dos anécdotas con películas, una de Eclipse de sol y otra de Puerta cerrada, donde ella humilló a Angelina Pagano, que era una gran actriz de teatro. Y lo mismo hizo con Raimundo Pastore; delante de ellos habló con el director sobre la posibilidad de cambiarlos. En La cabalgata del circo Evita la pasó mal con Lamarque. Evita está muy poco en la película porque en cuanto pusieron una bomba en el Gran Palace el día del estreno se dieron cuenta de que explotar la película en el interior iba a ser un drama, entonces agarraron los dos cuadros donde Evita aparecía y los cortaron. 

–¿Por qué en el libro se relata el supuesto embarazo y el parto de Evita, que aparentemente tuvo una beba que nació muerta?

–En Sintonía leí que tres actrices variaron su peso en 1940: Delia Garcés aumentó tres kilos, Marisa Zini casi seis y Evita Duarte 12; es una convención con las lectoras para decir que estaba embarazada. Pregunté quién hacía las apostillas y me dijeron que Carmelo Santiago, un periodista que fue marido de Niní Marshall. Evita había entrado en la compañía de los Simari, una compañía cómica bastante prestigiosa. En septiembre del 40, Evita no trabajó y pidió licencia un mes, aparentemente porque no le gustaban los roles que le daban, cosa extrañísima porque ella nunca hizo eso. En la segunda semana de octubre volvió a la compañía. Pedro Quartucci siempre dijo que tuvieron una beba que sobrevivió apenas unos minutos y murió porque tenía una enfermedad congénita. 

–En el libro muestra cómo los actores estaban muy enfrentados y divididos en los años 40, ¿no?

–Sí. Raúl Rossi, que era muy joven en esa época, recordaba que les dejaban en los libretos notas del tipo “colaboracionista”, “nazi”, porque había una grieta tremenda en esa época, mucho mayor que ahora. Los opositores juntaban orina para tirarla por los balcones cuando pasaban las masas peronistas. ¡La pucha… Hay que tener mucho odio para hacer eso!