Una de mis películas favoritas es El perfecto asesino o El profesional, de Luc Besson con Jean Reno, Natalie Portman y el tremendo Gary Oldman, desde la primera vez que la vi en un transporte de larga distancia yendo a hacia la costa argentina, en busca de un amor, allá por los 90.

Una de las escenas que más me emociona es la de Mathilda volviendo de hacer las compras. Al llegar al pasillo del edificio donde vive, ve a su familia masacrada y a los asesinos aún ahí. Entonces desvía su rumbo para engañar a los matones y sigue hacia donde vive León, un asesino a sueldo. Toca el timbre. Él levanta la mirilla y ve el rostro de la niña que le implora con los labios mudos y los ojos llenos de lágrimas que le abra la puerta. León, vacila hasta que decide abrir.

Otra escena que tengo marcada a fuego es cuando ella, con 12 años sin otro patrimonio más que su propio cuerpo, se lo “ofrece” a León, quizás afectada por algo parecido al síndrome de Estocolmo. Él, en lugar de abusar de ella, la protege, cubriéndola, con un gesto de respeto, que da comienzo a un vínculo en los que ambos se dan lo mejor de sí.

Mientras seguía en viaje, pensaba que mi relación con ese amor, al que iba a ver, se parecía bastante a esta historia que sucedía en la ficción. Y recordaba otros amores, y casi todos tenían algo parecido a este vínculo. Giré mi cabeza y vi pasar a mis distintas edades en el horizonte verde de lo que la ventanilla de mi historia me mostraba. Recordé a las tantas personas que me alojaron en momentos muy duros. Es cierto, la presencia del Otro suele incomodarnos, casi siempre. ¿Cómo “funciona el amor”? ¿Podemos dar lo que nunca recibimos? ¿El amor es instinto? ¿O es una construcción cultural? Cómo es posible que una huérfana educada sin amor y un asesino a sueldo puedan ser capaces de tanta ternura. ¿Acaso estamos expuestos a la generosidad de los extraños? ¿El amor surge a veces del más profundo dolor?

A medida que transcurre la película, la de la ficción, León le enseña a Mathilda a usar sus armas, para vengar la muerte de su hermanito. Le enseña a defenderse. Esto me maravilla. Esto es algo muy importante para mí porque a las mujeres, de niñas, no es frecuente que nos enseñen a defendernos. Nos enseñan a someternos y ser objeto de deseo de los hombres, como un producto en la góndola plausible de ser consumido por ellos. Cerrando el círculo perverso del capitalismo, el de ser objetos por un lado, y el de dar lo que no queremos dar. Siempre el capitalismo pide más de nosotros. Miré por la ventanilla y me vi a mis 11 años, con el guardapolvo blanco junto a mi maestro de 6° grado, Un león, pero este no como el otro, este salvaje, (a veces las películas son menos duras que la realidad). Ese león si tomó el cuerpo que yo no le ofrecí, pero que el patriarcado, con su machismo, sí. Y recordé que no pude defenderme, porque no lo había aprendido de mis otras mujeres que no lo habían aprendido tampoco. Recordé que mi cuerpo quedó inmóvil, sin la mínima defensa, solo esperando que pase ese momento y así conservar mi vida. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sabido defenderme? ¿Qué hubiera sido de mi mujer, ahora, presente, si esa niña ayer, me hubiera defendido? ¿Era posible? ¿Estaría hoy viva escribiendo estas palabras? ¿O estaría muerta como asesinadas están las víctimas de femicidio? Es la duda que me quedará a fuego. ¿Existe el “instinto de supervivencia”? ¿Fue casualidad que Mathilda saliera diez minutos antes de que entraran los matones a masacrar a su familia, salvando su vida? ¿Fue casualidad que ese día le haya pedido en la escuela a mi amiga Mónica que se quede junto a mí? Aunque el adulto logró persuadirla alejándola del aula para quedarse a solas conmigo, su presencia tal vez salvó mi vida.

Hoy, varios años después, en este 2020 tan particular que nos toca vivir, leí una declaración de Natalie Portman que cuenta sobre el impacto negativo en el desarrollo de su sexualidad que provocó el haber realizado esas escenas con un hombre mayor a tan temprana edad. Jugando esas escenas tan sensuales (Hay una escena que fue censurada por el alto voltajel). Y pienso en que tengo mucho más en común en esa niña actriz real que con su personaje. Pienso en las víctimas de abuso, físico y psicológico, que fabrica la industria de cine y televisión. Y de como la sociedad le cierra las puertas. Pero también pienso y siento en el feminismo, de cómo logró formar parte del relato colectivo y nos permite, mirarnos desde otra perspectiva. Y poder nombrar nuestros propios relatos, sin vergüenza.

No recuerdo hacia qué partido de la costa argentina iba allá por los 90 cuando en el transporte de larga distancia pasaron esta peli. Tampoco recuerdo quien era ese amor con el que iba a reencontrarme.

Hoy, gracias al colectivo de mujeres, ya no busco asesinos perfectos que me salven la vida. Tal vez uno que otro tropezón, pero la mano de una mujer siempre está cerca para levantarme. Ya no espero que sea un hombre armado al que tengo que seducir para que me salve de otros hombres. Aprendí a mirar por la mirilla y a verme detrás de ella, empapada de llanto queriendo salvar mi propia vida, mi propia infancia y a abrirme la puerta las veces que sea necesario. Hoy estoy armada, pero de ellas. Hoy aprendí. En este gran viaje, encontré ese amor que tanto buscaba, el propio, estaba más cerca, en la costa de mi propia vida. Puedo mover mi cuerpo, disfrutarlo, sacudirlo, y nadar en las aguas profundas, a la orilla de mi identidad. Hoy pienso en Mónica, en aquella niña que tomó mi mano y me consoló hasta llegar a mi casa. Perdí su rastro. Si alguien la ve, por favor díganle que la estoy buscando.

Florencia Aroldi es dramaturga, autora de Molinete conventillo, Celosía 15/20, Ochava. En el 2019 fue una de las escritoras más representadas en la Argentina. Este año dos de sus textos fueron llevados a escena en Madrid y en Nueva York. Scalabrini será estrenada en el 2021 con las actuaciones de Alejandra Darín y Pablo Razuk, Caprichosa con la dirección de Daniel Hendler. Y prepara su próximo libro de obras que representó en MicroteatroBA titulado Dintel.