Dos argentinos se cruzan de casualidad en un bar en Miami. La pandemia no terminó, pero igual comienzan un diálogo de mesa a mesa. Uno es periodista y está de paso; el otro vive ahí hace unos años y no se sabe bien a qué se dedica. Es la primera vez que se ven y su conversación se va enrareciendo a medida que profundizan en la historia reciente de su país: el atentado a la AMIA, la muerte de Carlos Menem Jr., el asesinato de José Luis Cabezas, el caso del no-ingeniero Blumberg y la muerte del fiscal Alberto Nisman, entre otros. ¿Qué une esos hechos? “Quería escribir una obra que tuviera que ver con el caso Nisman", confiesa a Página/12 Mario Diament, autor de El fixer (sábados a las 20.30 en El Tinglado, Mario Bravo 948). “Para mí es un caso muy importante en la historia de la política argentina y ninguna respuesta me satisfacía. Y el teatro era una buena manera”, sostiene. “Tenía un personaje interesante como el service, el resumen de muchas características de los argentinos que me son familiares”, detalla el dramaturgo.

“Soy un fixer, un arreglaquilombos. Me especializo en arreglar las cosas que no tienen arreglo, porque arreglar lo que tiene arreglo lo puede hacer cualquiera con un poquito de ingenio”, dice el personaje. Su historia podría ser fruto de la conversación de Diament con algún agente charlatán o de la imaginación del autor, que a la par de su actividad dramatúrgica también fue periodista en la Argentina y en el extranjero, como corresponsal o enviado especial. “No me encontré con un tipo que me contó esto, pero sí a lo largo de mi carrera con tipos que me contaron muchas cosas extraordinarias, así casualmente”, aclara Diament, que vive en Miami desde 1995 y recuerda su encuentro en un restaurante de Nueva York con Jorge Antonio, empresario muy cercano a Juan Perón. “No me conocía, pero me contó cosas que creo que no le dijo a nadie. Nunca sabés por qué te están contando lo que te están contando. Con estos personajes sentía que estaba trabajando con un material muy familiar”, concede.

-En la obra se recuperan hechos de la realidad y se les da un contexto verosímil para pensar que lo que se ve también ocurrió. ¿Cuál es la relación entre ficción y realidad en el teatro? ¿Cuáles son los límites entre una y otra?

-El teatro en particular, y también la literatura y el arte, te permite una descripción más profunda de la realidad, precisamente porque incorpora la ficción. Y en este siglo XXI, como hemos visto en muchos lugares del mundo, la ficción está tomando el lugar de la realidad. Acabamos de terminar cuatro años de ficción, de un presidente que sistemáticamente mentía. Y eso crea una realidad paralela: los argentinos tenemos mucha experiencia en esto. Entonces, creo que el teatro tiene recursos para incorporar elementos de la ficción y la realidad. A veces con más profundidad que la no ficción y el periodismo.

El texto de El fixer utiliza hechos de la historia argentina reciente y los hilvana entre pequeños gags y referencias cómplices. También construye personajes complementarios: el periodista Ricardo Klein haciendo preguntas que le dan carnadura a lo que cuenta quien dice ser Francisco Real, secretos de haber transitado lugares muy oscuros. Sin embargo, también hace cosas de las más mundanas: destruyó vidas pero hace de “che pibe” de su esposa, una ambivalencia que impide encasillarlo fácilmente. Para ello, la puesta en escena es despojada: dos mesas, unas sillas y la iluminación que construye distintos focos de atención de acuerdo a las necesidades del texto. Ese minimalismo inmobiliario crea un clima intimista que, bajo la precisa dirección de Daniel Marcove, las actuaciones de Edgardo Moreira y Enrique Dumont convierten al público en una especie de espía que desde la mesa de al lado escucha la conversación de estos dos personajes.

“Yo no existo”, repite un par de veces Real, y refuerza: “Me vas a googlear y no va a aparecer nada de mí”. Pero el personaje se ve involucrado en cada hecho que menciona, que cuenta canchero y un poco sobrador. Sin embargo algo le pesa en la conciencia, y no es el daño que pudo causarle a un montón de gente, o la información que manejaba ni las personas que conoció. Es un error que cometió y las consecuencias que según él tiene ese error. Porque a los que no se les escapa nada no les duelen tanto las heridas que puedan llegar a producir como el darse cuenta de que alguien los usó. “Sabía que estaba escribiendo algo que aborda de frente a la realidad argentina y que solo podía hacerse en la Argentina”, asegura Diament. “Mis obras se estrenaron en muchos países, pero ahora estaba escribiendo una obra delimitada a esta realidad. El desafío me parecía interesante, porque además era una forma de llevar el periodismo al teatro”, se entusiasma el autor de El libro de Ruth, Escenas de un secuestro, Cita a ciegas y Un informe sobre la banalidad del amor, entre otras.

Diament tiene una amplia trayectoria en redacciones, que se inició en el diario La Opinión, en paralelo con su producción teatral. “Uno es la extensión del otro, en una relación reversible”, analiza, y cuenta que “una vez (Jacobo) Timerman dijo refiriéndose a mí: 'Diament no es un periodista que escribe teatro; es un dramaturgo que hace periodismo'. El teatro le dio al periodismo una vena creativa, una capacidad de apreciar la realidad de una manera más creativa. Y el periodismo le dio a mi teatro un rigor y una necesidad de investigar, técnicas que utilizo mucho en el teatro, que me son muy útiles. Estas dos vertientes se retroalimentan”, afirma sobre la imbricación de dos de sus pasiones.

-¿Cómo ve el periodismo hoy?

- Lo veo mal. La grieta en la sociedad tiene que ver también con el periodismo, que esas dos partes de la grieta frecuentan. Cuando entrás en el campo de la mentira dejás de ser periodista. Parte de la grieta que existe en laArgentina, acá, en Israel, en Polonia, en Hungría y en todos los países donde existen formas de gobierno populistas, es que la gente no busca la verdad, busca confirmar lo que piensa. Cada uno se queda con ese mundo reducido que, en definitiva, no es lo que la prensa le propone sino lo que el lector le está poniendo a la prensa y eso es muy diferente de leer para informarse. En Estados Unidos es una locura: la gente quiere creer lo que está creyendo y busca la prensa que le confirma lo que está pensando. Es un fenómeno muy preocupante.