Un intenso tráfico de ideas y sensaciones se embrolla y se desmadeja antes, durante y después de la visita de Silvia Rivera Cusicanqui y Suely Rolnik, brujas, chamanas, médiums; catalizadoras de una agitación que excede a la lengua y a la vez, pide por ella. No una lengua madre, porque esa habla demasiado aunque sea la única capaz de mixturar sonidos y vibraciones que no nombran si no que son. Llegaron las dos cuando la lluvia arreciaba sobre Buenos Aires y una manifestación se había reunido en el Obelisco para llorar la muerte de Micaela García, y con ese duelo de fondo y con la revuelta que ese duelo hizo y hace eclosionar, anduvieron la ciudad para sentir su latido, reconocer el trauma, inventar formas posibles de tramitarlo. 

El día de la primera asamblea en la que participaron, el cielo todavía se dolía. Y las preguntas que se pusieron en común desde los colectivos feministas y travestis que intervinieron eran urgentes como esa necesidad de ponerse a reparo cuando arrecia el temporal. Es que el cuerpo masacrado de Micaela pone en cuestión de la forma más dolorosa las herramientas que venimos poniendo en la calle en los últimos años: las movilizaciones masivas, los procesos asamblearios, el profundo cambio en la consciencia colectiva en relación a la tolerancia a la violencia machista y los modos de gestión de la autodefensa colectiva a través de la organización, la puesta en común, la necesidad de seguir activando más allá y más acá del momento de poner el cuerpo en la calle. La revolución de la que hablamos el 19 de octubre pasado, cuando se hizo el Paro Nacional de Mujeres, está en curso; se la reconoce en micro estallidos dentro de las casas, en las camas, los lugares de estudio, de trabajo y de militancia. Las voces de las mujeres y de los cuerpos feminizados se escuchan con fuerza. El movimiento feminista irrumpió en la escena pública produciendo dislocaciones en las formas tradicionales de leer la política que remiten a otras experiencias de resistencia -como los procesos callejeros y asamblearios del 2001- pero a la vez nos obligan a preguntas urgentes. Y cómo no formulárselas a Suely Rolnik que alumbró los procesos de hace 15 años atrás en sus diálogos con Félix Guattari mientras hacían cuerpo en la geografía y los movimientos populares de Brasil el concepto de la micropolítica. Y cómo seguir alimentando el deseo de un porvenir que se viva ahora mismo, en el proceso, sin la angustia de inscribirse en el sistema binario de éxito y fracaso. No esperábamos una respuesta, aunque algunas llegaron. Porque ya en la enunciación de las preguntas está el germen de lo que más necesitamos: hacer cuerpo colectivo, sostenernos en el tembladeral que provocamos para que el miedo a esa inestabilidad no obligue a quedarse al costado del camino, a buscar un fusible tranquilizado como el miedo al otro (a las otra), un pánico que no es difícil leer en las salidas punitivas -e inútiles- frente a la violencia machista. Que queden aquí las preguntas, así como fueron planteadas, como provocaciones, como estímulos, como búsquedas que quedarán reverberando en el cuerpo y en la lengua mientras la marea del deseo avanza y se cuela entre nuestros cuerpos, nuestras ideas de futuro, de un futuro feminista ahora mismo:

“¿Que hacer cuando aparecen demandas que expresan el deseo colectivo que no pueden ser explicitadas o directamente dichas? ¿Que peligros enfrentamos cuando usamos las palabras de las que disponemos para nombrar este momento o bien cuando otros intentan nombrar nuestros desplazamientos? ¿Podemos leer la emergencia de una potencia colectiva solo en términos de capitalización o representación? ¿Como logramos sostener los momentos en que desestabilizamos las formas en las que el poder nos sujeta? Y más aún ¿Como podemos pensar esas desestabilizaciones en nuestras vidas personales y en nuestros entornos afectivos?”