Georgina Orellano todavía no cumplió los 35 años y ya es una leyenda joven del activismo por los DD HH, en general, y de los derechos de las trabajadoras sexuales, en particular. “Nunca yuta, siempre con las putas” es su refrán-remera. Como Secretaria General del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de la Argentina se convirtió en la persona de menor edad en ocupar un cargo de jerarquía dentro de la CTA. Desde su mirada sobre el trabajo sexual, torneada por 15 años de calle, la violencia y la desigualdad que enfrentan quienes se dedican a él tienen más que ver con la criminalización, y por lo tanto, con la clandestinidad, que con la actividad en sí misma. El grueso de la violencia que las tiene como blanco, dice, es institucional, proviene del Estado en forma de aprietes, coimas y palos. Como sindicalista y como referente con los stilettos en el territorio, Georgina señala que el quid del asunto está en la necesidad de reconocimiento de derechos laborales básicos -ensombrecida por el peso de la doble moral-, en la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo y en la urgencia de que el abuso policial se reconozca como violencia de género.

“Es el trabajo que yo elegí. A veces me gusta hacerlo. A veces tengo días malos, del mismo modo que le pasa a otros trabajadores, que vas sin ganas pero va porque tenés que pagar el alquiler. Valoro del trabajo sexual porque puedo poner condiciones. Se da la contradicción de que yo en la relación con un cliente puedo poner condiciones perfectamente claras. Me ha hecho más daño el amor romántico que el trabajo sexual. Porque en el amor romántico nunca elegí del todo. En el marco de ese tipo de relación romántica quedé embarazada. Pero en el trabajo lo primero que negocio es el uso del preservativo”, dice Orellano.

Sebastián Freire

Y cómo Georgina sabe que los modos de nombrar son cruzadas políticas, se tatuó en el cuerpo el nombre del oficio que percibe como identidad. En su brazo derecho dice “puta” en letras mayúsculas. Una palabra que tanto a ella como a su hijo -Santino, de 14 años- el feminismo les ha ayudado a repensar. Juani Barrientos, su novia, también tiene un tatuaje cerca de la muñeca, con la bandera del arcoíris. Es correntina y trabaja en el Ministerio Público de la Defensa. Se conocieron haciendo trabajo solidario y militante, en pleno epicentro de la cuarentena. Desde la Casa Roja, con sede en Constitución, Georgina y Juani fueron parte del grupo de personas que intentó sostener a trabajadoras sexuales expulsadas por no poder pagar el alquiler, migrantes, vendedores ambulantes y vecinxs del barrio que lo necesitaban. Recolectaron y repartieron bolsones de comida, y fueron a buscar a cada una, puerta por puerta, para guiarlas para tramitar subsidios habitacionales.

Dice Georgina sobre su infancia en Presidente Derqui y la de Juani en Corrientes, durante los 90: “Nosotras venimos del mismo extracto social. Y tenemos la misma edad. Eso nos une mucho porque hay un montón de cosas que pasamos en nuestra infancia que son iguales. Mi mamá nos mandaba a mí y a mis hermanos a buscar yuyos para armar escobas. Hoy lo recordamos en plan de reírnos de nuestras propias miserias”.

Juani: Para mí no son miserias. Yo no reniego de eso. Fue muy cómico porque mi mamá hacía lo mismo que la de Georgi: nos mandaba por el campo a juntar esos mismos yuyos.

Georgina: Siempre le marcamos a mi sobrina todos los privilegios que tienen. Nosotras vivíamos a guiso. Un solo día en la semana teníamos la posibilidad de comer milanesas. A veces veo que mi sobrina no quiere comer algo… y pienso que cuando yo era chica comías mondongo o no comías nada.

J.: Los guisos tenían cinco tipos de fideos distintos porque se hacían con lo que iba quedando. Para mí era el mejor guiso. El guiso de los 90 en Corrientes. Yo me vine para acá en el 2004. Vengo de un pueblito en una provincia súper conservadora y de una familia recontraconservadora. Nunca me senté a hablar con mi mamá de mi sexualidad. Pero lo sabe. Mi viejo, nada que ver. Alguna vez que mi mamá hizo un comentario sobre “el tema de la Juani”, mi papá le dijo “vieja, te quedaste en la prehistoria”. Yo también pregunto por qué estaría obligada a contarlo, ¿no? Me tuve que venir a Buenos Aires para soltarme y hasta tuve que camuflarme un novio.

Sebastián Freire

Juani habla de Georgina como una aplanadora. Georgina entrelaza el diccionario de la calle con un gran corpus que le dio su paso por la carrera de Psicología y de Ciencias Políticas, y sus propias búsquedas. Lecturas que le sirven para discutir con quienes hablan de las putas como nada más que víctimas o como objetos de estudio. “Antes de que empezáramos a salir, a mí me gustaba Georgina pero me inhibía. Tengo una personalidad muy distinta”, dice su novia. No es fácil seguirle el paso a Georgina, que duerme con los labios pintados siempre lista para cambiar de escenario o saltar de la cama de madrugada ante un pedido de auxilio desde alguna comisaria. Cuando empezaron a salir lo mantuvieron en secreto. Eran los momentos más críticos del 2020, Georgina vivía en un hotel de pasajeros de Constitución en el que no podía recibir visitas y Juani había quedado atrapada con una tía en La Reja, Moreno. Verse implicaba un plan de acción muy rebuscado: escabullirse en el hotel de Georgina sin que las viera la encargada. Juani dice que ahora que están juntas siguen compartiendo militancia pero pone una condición: no quiere saber los detalles de su trabajo.

¿Por celos?

J.: Y sí. Nosotras también estamos atravesadas por los celos. Eso de tener que saber dónde está la otra. Todas cosas que están muy ligadas al amor romántico hetero. Incluso decidir que cada una tenga su espacio, no vivir más juntas después de la cuarentena, porque en algunas cosas somos distintas, es algo que nos costó y tiene que ver con esa forma posesiva de vivir el amor.

G.: Con Juani tenemos políticas de autocuidado como no hablar de mi trabajo. Sí de mi activismo pero no de detalles de mi trabajo.

J.: Muy seguido le pregunto si se enamoraría de un cliente. Y enseguida dice que no. Y yo le contesto: “Pero tuviste un hijo con uno”.

G.: Eran otros tiempos. Yo tengo un hijo de un cliente, de una relación que tuve a los 19 años. No me arrepiento de mi hijo pero sí de que haya sido con un cliente. Empecé a ejercer el trabajo sexual de muy chica y no sabía nada. Me enamoré de esta persona. Mis compañeras cuando les conté que estaba embarazada me dijeron: “No conocemos ninguna historia con un cliente que haya terminado bien. Siempre te va a sacar en cara que te sacó de la esquina”. Sufrí violencia y me costó mucho cortar con la cadena porque él me amenazaba con contarle a mi hijo a qué me dedicaba. No quería que se enterara a través de las palabras del padre. Y tal como si me hubieran conocido en un convento, me pidió que dejara de trabajar. Ese es un error que no volví a cometer. Conozco todo tipo de mujeres que se enamoran en el trabajo, de un jefe, de un compañero o compañera. Es algo que perfectamente puede pasar. También entiendo que acá, en mi caso, juega mucho la cuestión de la moral. Trato de aplicar las cosas que aprendí en el trabajo en mis relaciones sexoafectivas.

¿Podrías identificar en tu vida de los últimos años algo así como una salida del clóset?

G.: Yo venía teniendo experiencias con mujeres pero todas dentro de mi ámbito laboral. La cosa empezaba porque una pareja hetero me pedía un servicio. Venían con el discurso de “la fantasía”. Todo estaba mediado por el deseo del varón. Luego, ellas me empezaban a contratar por su cuenta. Es decir casi siempre en esos encuentros con mujeres hubo un marco económico. En un momento ya no tenía que ver con el dinero sino más con mi deseo.

¿Cuándo lo empezás a contar?

G: Yo siempre doy muy minita. Mis compañeras me decían “déjate de joder”. Porque no encajaba en cierto modelo de chonga. Me hago las uñas, voy a la peluquería, me arreglo porque a mí me gusta así. Seguí teniendo novios varones pero mis experiencias eran cada vez peores. Ya no me gustaba relacionarme con ellos. Las historias de celos e inseguridad eran muy repetidas. No porque por ser lesbiana no estés a travesada por el amor romántico. Pero hubo un momento en el que yo ya no me sentí cómoda relacionándome sexoafectivamente con varones. Muchas lesbianas fueron mi oreja durante esos años. De pronto aparecían compañeras bisexuales que me decían “tenés que nombrarte bisexual”. Imagínate que recién a los 30 años empecé a salir con mujeres. Y las veces que lo quise contar sentí que sí o sí me pedían o que me defina o que revea lo que estaba haciendo. Entonces pensaba: ¿necesito en este momento que me aprueben? Si a mí lo que más me castigó, que es ser puta, ya es una etapa superada. De las que mayor acompañamiento recibimos fue de las trans.

¿Y entre trabajadoras sexuales?

G.: Fue tema de debate en el sindicato. Una compañera me dijo “Vos lesbiana no podés ser. ¡Sos la presidenta del sindicato! Todo el mundo va pensar que todas somos lesbianas”. Dejé de hablar del tema. No quería que se enteraran mis clientes. Tal vez les pinchara la fantasía de salvadores que tienen algunos.

¿Y con tu familia?

G: A mí me costó mucho decirle a mi mamá y a mis hermanos que era trabajadora sexual. Me aceptaron pero fue dificilísimo, entonces pensaba: “si le tengo que decir a mi mamá que me gustan las mujeres… tal vez sea ¡demasiado!” Demasiado para una familia tradicional, con muchos hermanos y una mamá empleada de casas particulares. Había ido a visitar a mi mamá con otras parejas pero nunca se las presenté como “mi novia”.

J: El hijo de Georgina quedó al cuidado de la mamá de Georgina en la pandemia y cuando lo íbamos a ver, Santino le decía “La abuela espera que te cases con un hombre y que tengas otro hijo. Pero yo ya le dije que tu novia es Juani y que yo no voy a tener más hermanos”. Los chicos de esa edad, 14, e incluso menos vienen con las cosas muy claras.

Sebastián Freire

EL JUEGO DE LA CALLE

Hace pocos días la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), a través de la legisladora Victoria Montenegro, presentó un proyecto de ley para derogar artículo 86 del Código de Convivencia de la Ciudad de Buenos Aires. Para hostigar a las trabajadoras sexuales en la calle la policía se vale principalmente de ese artículo, que si bien no prohíbe la actividad, sí penaliza ofrecer servicios sexuales “de manera ostensible”.

¿Qué sería la ostensibilidad?

G.: Según el artículo 86, nunca puede estar referida a la vestimenta, ni a los modales, ni a la identidad de género. Es decir, no te pueden hacer un acta contravencional porque estás con un vestido corto parada en la esquina. Ni porque te vieron haciéndole señas a un cliente para entrar al hotel. La ostensibilidad es que te agarren con un cliente y con un testigo que vea que le estás ofreciendo el servicio sexual en la calle. Eso nunca pasa porque el cliente nunca está en la escena. Va a ser muy difícil que se derogue ese artículo sobre todo en una Ciudad que tiene el gobierno que tiene y en un año electoral. Siempre la cuestión de la “limpieza” del espacio público es caballito de batalla electoral. Y en esa volteada caemos vendedores ambulantes, prostitutas, senegaleses. Lo presentamos para visibilizar qué es lo que hace la policía en nuestra vida cotidiana.

¿Decís “el cliente nunca está en la escena” porque los dejan seguir de largo?

G.: Una sola vez recuerdo que me hayan agarrado con un cliente. Yo estaba con el brazo apoyado en la ventanilla del auto. Estábamos hablando. Y ahí apareció un policía en moto. A él le empezaron a pedir los papeles y al toque se fue. Pero a mí me hicieron un acta contravencional. Y yo le discutía al policía: “¿Cuál es la ostensibilidad? Él me puede haber estado preguntando la calle, podría haber sido un Uber, podría haber sido un conocido. Eso se llama portación de rostro y apariencia. Él no puede poner en el acta que yo parezco puta.

Es decir, con ese artículo como argumento la policía se porta como si el trabajo sexual estuviera prohibido…

-Sí. Y es lo que les dicen a todas: “Lo que vos hacés es un delito”. Muchas que desconocíamos eso, hemos pagado coimas. La existencia de estos códigos mantienen intacta la caja policial. Les sirve para hostigar. “Tenés que caminar”, “No te quiero ver acá”, “Esta no es zona de trabajo”. El juego de la calle es quien tiene más poder. Y parte del poder de la policía es ampararse en estos códigos. Parte de los abusos de la policía tienen que ver con la ignorancia que nosotras teníamos sobre nuestros derechos. 

No debe ser tan fácil plantarse, ni debe alcanzar con tener razón para ganar esa discusión...

-Muchas veces si les discutís sobre la ostensibilidad, te aplican otra figura, “Resistencia a la autoridad”, y ahí ya tenés una figura penal. Entonces muchas incluso con información prefieren firmar el acta contravencional para que no les abran una causa penal. Nosotras buscamos un motón de mecanismos. Fuimos a hablar muchas veces a las comisarías de la zona. Cambiamos formas de trabajar.

¿Cómo cuáles?

 

-La policía te dice que ellos actúan porque los vecinos denuncian. Se quejan por ejemplo de que en horario escolar estás con un vestido muy ajustado. Listo: en horario escolar, todas caminamos. Y ninguna para cerca de la escuela. Es algo ya bastante incorporado. Las que trabajamos más dentro del barrio estamos cerca de los hoteles transitorios y siempre charlamos con los vecinos para ver si le molesta vernos ahí. Pero sorpresa: cuando pedimos un informe al Ministerio Público Fiscal sobre la procedencia de las denuncias, nos dijeron que sólo el 0,7 por ciento de las actas son a través de denuncias de los vecinos. Es decir, es todo un invento de la policía.