“Los efectos del terrorismo de Estado tienen la misma cualidad del delito que los causa: son imprescriptibles. Sus consecuencias perduran y afectan incluso a generaciones que aún no nacieron. Por eso, en los debates culturales estos temas son claves para pensar la realidad actual y el mundo en que vivimos”, afirma Ana María Careaga, psicoanalista, profesora universitaria y ex directora del Instituto Espacio para la Memoria (IEM).

Hija de Esther Ballestrino de Careaga, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, y Raymundo Careaga, Ana María es sobreviviente del centro clandestino de detención Club Atlético. Egresada de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) con Diploma de Honor, es docente de la Cátedra Psicoanálisis Freud I de esa casa de estudios y miembro del Instituto de Estudios en Derechos Humanos de la Universidad Atlántida Argentina (UAA).

- ¿Cuál es el valor del acto de testimoniar en los juicios por crímenes de lesa humanidad, a nivel personal y colectivo?

- Dar testimonio es un acto fundamental y reparatorio, que brinda a cada testigo la posibilidad de poner en palabras los padecimientos sufridos por las víctimas del accionar terrorista del Estado, en los años de plomo. A nivel de cada uno y de cada una, la experiencia siempre es singular, por eso es muy importante acompañar los tiempos y posibilidades de quien atravesó esas vivencias, que son del orden de lo indecible, justamente para que lo que de eso se pueda decir funcione como acto reparatorio y no como efecto contrario. Esto está estrechamente ligado a la dimensión colectiva. Por un lado, porque los hechos que se investigan involucran a la persona en cuestión, a la vez que la trascienden. Esos testimonios inscriben un relato histórico que fue negado por mucho tiempo y reponen un texto en un contexto colectivo que también hace extensivo el efecto reparador de cara a la sociedad. Por otro, la reconstrucción de lo sucedido en los centros clandestinos de detención requiere necesariamente del aporte de todos y cada uno de quienes sufrieron esa experiencia. Es desde esa perspectiva que podemos pensar en cómo la articulación de las memorias individuales contribuye a la reescritura de la memoria colectiva.

- ¿Podría definir la idea de “goce oscuro”, en relación con los genocidas?

- Este goce oscuro da cuenta de la satisfacción de los represores en infligirle un daño sin límite al otro. Lacan hace esta referencia en torno a la experiencia del nazismo, dando cuenta de lo peor de la condición humana, describiendo a estos sujetos como los que sucumben en una captura monstruosa, ante la ofrenda de un objeto de sacrificio a los dioses oscuros. Y Freud va a decir que hay seres humanos que son capaces de cometer las peores atrocidades si saben que no van a ser castigados por ello. En los campos de concentración esto era una práctica permanente. Uno se pregunta cómo es posible que un ser humano sea capaz de torturar, de mortificar, de mancillar a otro, de reducirlo a puro desecho, a puro objeto. En uno de los juicios, una fiscal en su alegato dijo que los represores no eran monstruos, sino seres humanos que cometían actos monstruosos. Gozaban con tener todo el poder sobre sus víctimas, se erigían en dioses dueños de la vida y de la muerte, realmente dioses oscuros. Creo que estos aportes son fundamentales incluso para entender el estatuto del odio también como pasión oscura en la realidad de nuestro tiempo.

“En uno de los juicios, una fiscal en su alegato dijo que los represores no eran monstruos, sino seres humanos que cometían actos monstruosos. Gozaban con tener todo el poder sobre sus víctimas, se erigían en dioses dueños de la vida y de la muerte”.


-¿Cuál es la relación entre el mal y la política, en la actualidad?

-Vivimos en una época de mostración, de banalización del mal, en la que la proliferación de las peores prácticas, de segregación, discriminación y racismo no solo se profundiza, sino que se reivindica obscenamente. Hemos tenido ejemplos recientes de gobernantes en América que muestran cómo los discursos más desembozadamente reaccionarios, los discursos de odio al semejante señalado precisamente en su diferencia, ponen en juego lo peor de los seres humanos. Se puede verificar también en algunas expresiones de los llamados movimientos anticuarentena y tantos otros modos en que los que el poder opera, podemos decir, sobre el cuerpo y el alma de la gente. Hoy, las estrategias de dominación toman formas aggiornadas a la etapa actual, al neoliberalismo, a la voracidad del capital y al sujeto devenido mercancía. La llamada guerra judicial (lawfare), las “fake news” y los “golpes blandos” ponen sobre el tapete la connivencia entre el poder económico, el poder judicial y los medios de comunicación concentrados, y también la metodología canalla utilizada. No tienen reparo ni tampoco límite. Por eso es tan importante el concepto del debate de ideas, la batalla cultural, para ubicar en esa “colonización de la subjetividad” el margen de independencia que puede tener el sujeto en su singularidad. Es ahí adonde apuntan, a la cabeza de la gente. Por eso es clave poder leer la realidad en su complejidad, en el contexto histórico del mundo y la región en la que vivimos, para no confundirse y desgastarse en cuestiones secundarias.

- Ninguna construcción social erradica el mal de los seres humanos, pero, innegablemente, hay sociedades que facilitan la expresión de esas pulsiones. En el caso argentino, ¿qué rol cumple el paradigma de los Derechos Humanos?

-Creo que el caso argentino es, desde esa perspectiva, paradigmático. La lucha del movimiento de derechos humanos en nuestro país, en su expresión más emblemática, las Madres y las Abuelas, fue decisiva en torno a la inscripción local del paradigma de los Derechos Humanos. Las Madres salieron al ruedo ante la pérdida de lo más preciado, por eso dicen que fueron paridas por sus hijos, y dieron una respuesta sin precedentes, directamente proporcional a la magnitud del horror. Desde la tríada Memoria, Verdad y Justicia, construyeron un capital simbólico tangible e intangible, fundaron un pacto civilizatorio que hizo de los Derechos Humanos la respuesta por excelencia al malestar en la cultura. Para los familiares, el reclamo de los juicios funcionó como lo no negociable. Era reconstruir la verdad, el juzgamiento de los hechos y la memoria como sostén del Nunca Más, aunque ese Nunca Más sea algo por lo que hay que velar todo el tiempo. El llamado “caso argentino” enriqueció, por esa posición inquebrantable, las herramientas de la justicia universal para juzgar y sancionar crímenes de esa naturaleza. En este sentido, la vigencia de los derechos humanos, el acceso a derechos, la inclusión social, la posibilidad a una vida en dignidad, es decir, la construcción de sociedades más justas y equitativas es la mejor respuesta a ese goce oscuro, a la pulsión de muerte, al malestar en la cultura. Sociedades que velen por el bienestar de su gente pueden acotar eso peor de la condición humana que está al acecho.

- ¿Cuáles son los ejes del proyecto de investigación sobre los efectos subjetivos del terrorismo de Estado en el Partido de la Costa?

- Esta investigación reconoce sus antecedentes en el proyecto que venimos llevando adelante desde la Cátedra Psicoanálisis Freud 1, a cargo de Osvaldo Delgado, en la UBA, sobre las consecuencias subjetivas del terrorismo de Estado y se vincula estrechamente al peso que la metodología represiva adquirió en la zona. La “solución final” de la que los represores se jactaban fue el deshacerse de los cuerpos de los detenidos-desaparecidos, arrojándolos con vida al mar desde los “vuelos de la muerte”. Algunas personas vieron los aviones, hubo bomberos que recogieron los cuerpos, fotógrafos que los registraron y sepultureros. Diversos testigos del paradigma del mal que durante muchos años no hablaron. Eso fue cambiando mucho con el tiempo. Volviendo a los efectos subjetivos en relación con los delitos de lesa humanidad y su alcance, es fundamental pensar la importancia que tiene para esta comunidad poder decir algo sobre lo imposible de decir. Cómo ponerle palabras al horror, cómo dar cuenta de estos límites que trascienden las fronteras de lo soportable al punto de que lo que genera en la gente es ni siquiera un “no querer saber”, sino un “querer no saber”. Hay un trabajo muy interesante también allí que se viene desarrollando desde hace varios años, desde la Intendencia y la Dirección de Derechos Humanos, que vienen plasmando en políticas públicas de memoria la lucha histórica del movimiento de Derechos Humanos. Y la intersección con los saberes que impulsa la Universidad, desde el Instituto de Estudios en Derechos Humanos, ocupa un rol fundamental en este sentido, porque propicia desde un ámbito académico lazos con la comunidad que permiten, al mismo tiempo que profundizar las investigaciones en esta materia, que la sociedad participe en una relación dialéctica necesaria en estos procesos de reconstrucción histórica.