El 9 de octubre de 2020, Celina Racca anunció en las redes sociales dos proyectos en los que venía trabajando: la sucursal rosarina de la librería y editorial feminista Sudestada (https://www.libreriasudestada.com.ar/, que tiene sedes en Buenos Aires y en Lomas de Zamora), y la productora cultural Aresa producciones. "Con Aresa, el primer proyecto en ver la luz será Flor de bunker, un libro conformado por 13 autores que nos juntamos a escribir en los primeros meses de aislamiento", detalló. 

Coordinado, editado y corregido en colaboración con dos autores más por Racca, quien también es una de las autoras, Flor de bunker vio la luz con una elocuente foto de tapa por Georgina Rivolta, y un prólogo de Marianela Luna que anticipa la franqueza, honestidad y relatabilidad de lo que presenta. Se consigue en la librería Sudestada en Rosario, cuyos pedidos Racca administra desde las redes sociales bajo esa razón social.

El libro lleva el subtítulo de Polifonía literaria, pero en su estructura no se parece a lo que solía circular como obra literaria. "Dispositivo patchwork" y "antología desesperada", como bien lo reseñó Nadia Isasa en un blog local (https://cuidamostucabellopyl.blogspot.com/), el libro contiene en sus 76 páginas textos anónimos y textos firmados; mezcla prosa y poesía, no está organizado ni por autores ni por géneros, y sí por el intento de armar un arco dramático cuatripartito a partir de un no-acontecer que viene fluyendo con la monotonía del infierno eterno: el confinamiento. 

Pero este mosaico de textos no es un libro más sobre la pandemia. Un mismo sentir atraviesa los relatos y confesiones que lo integran, rugidos de encierro de una juventud que hasta hace dos veranos estaba creando su propia cultura: una de encuentros y abrazos, de afectos en rizoma, de calles tomadas por la protesta festiva... es la generación que en 2020 y 2021 ingresó, de la peor forma, al sistema que antes la dejaba afuera y para el que ahora son los esclavos del teletrabajo. El aislamiento social, en estos breves testimonios que a la vez son obras literarias, se lee como catástrofe existencial: una dimensión que con la normalización de estas condiciones se corre el peligro de perder de vista. Estas nuevas escrituras del encierro no vienen de sujetos estigmatizados, recluidos en espacios institucionales, sino de gente común. Y duelen en la piel, en el cuerpo. Así como existe, según Barthes, un granulado de la voz, hay un granulado del estar vivos siendo jóvenes cuyo erotismo y potencia luego se olvidan. Y son esas microscopías las que expresan los versos y crónicas reunidos.

En una entrevista por Whatsapp, Racca contó que nació en 1993 y se crió en San Genaro, un pueblo a 100 km de Rosario, a donde vino en 2011 a estudiar abogacía. "Abandoné la carrera en tercer año y me quedé en Rosario trabajando. En 2019 me quedé sin trabajo y colegas me ayudaron a traer una sucursal online de librería Sudestada a Rosario. El año pasado, cuando nos tocó de repente el aislamiento obligatorio y estricto, yo justo me había quedado sin trabajo y estaba sola en la ciudad. Mi mamá me vino a buscar y me llevó al pueblo, donde hacía mucho tiempo no me tocaba 'vivir'. Estar encerrada en un lugar que me resultaba absolutamente ajeno, o peor, un museo de todo lo que ya no soy, me llevó a pensar estrategias para salvarme de la angustia", relató la autora y editora, quien pasó por los talleres literarios de Maia Morosano, Marianela Luna y Javier Nuñez, y toma clases con Leandro Gabilondo. 

"Así pensé que mi mejor aliada era la escritura y supuse que había gente que podía estar en la misma situación que yo. Por eso se me ocurrió poner en una historia de Instagram que si alguien se quería sumar a un grupo de WhatsApp para escribir y compartir lo que escribíamos, que me escriban al privado. De repente eran gente de todo el país sumándose", recordó. "Me di cuenta que no era algo para Whatsapp y armé un Google classroom. Se anotaron 44 personas de varios puntos del país. Había gente de San Juan, Córdoba, Buenos Aires, y una mayoría de Rosario por una cuestión de alcance de mi cuenta. Ahí nos presentamos y yo empecé a armar disparadores diarios, que subía para quienes quisieran sumarse, y también había un disparador constante que era escribir en modo diario o bitácora de lo que íbamos sintiendo en ese momento", evocó Racca. Esa bitácora, diario o crónica colectiva forma la primera parte del libro, la más interesante y la única anónima: cada participante firma con un alias de "Agente" secreto, sugiriéndose así que podría ser un mismo sujeto asumiendo diversas identidades. A tal punto se generalizó la experiencia íntima individual en pandemia: hasta hacer estallar las escrituras del yo. 

De compartirlas a distancia nació un proyecto colectivo, gestado a través de herramientas tecnológicas que permitieron hacer rizoma pese a todo. Así sus autores fueron creando cultura desde sus casas mediante un proceso horizontal, sin jerarquías. Quienes forman parte del libro, dice Racca, son los trece que sostuvieron la participación en el grupo: "Nos fuimos haciendo devoluciones y comentarios constantes. Se terminó creando un grupo de amigos y contención. Sobre el final decidimos sacar un libro con los textos que más nos habían gustado y como no teníamos editorial que nos respalde, la situación me motivó a mí a crear una (Aresa producciones) que fue el sello con el que terminamos sacando el libro. Es el primer libro en el que participo como autora y como editora. Hoy soy librera, escribo y estoy haciendo un curso de corrección literaria", contó.

"Estos días/ en modo avión", anota Matías Noccelli. "Lo que tenemos a mano/ esta vez/ son nuestras propias manos", resume Maxy Meléndez. "¿Qué hago con este amor?", pregunta Agustina Díaz González. La lírica no se ve tan capaz de articular la paradoja inédita de la soledad colectiva en pandemia como la bitácora o el diario; o bien algo en esta experiencia se sustrae a ser cantado o simbolizado, o más bien la subjetividad ha mutado hasta extrañarse de las formas tradicionales del yo, más allá del saber hacer literario que todos los autores lucen en la crónica colectiva anónima. "No logro hacerte verso", confiesa (en verso) Elena Díaz: "se me acaban las metáforas". Georgina Rivolta se apropia de un género obsoleto y redacta un "no-manifiesto", casi un no-texto, una acumulación caótica en el límite de lo legible. Racca compone un cuento brillante sobre el olvido y la memoria, en un 24 de marzo a puertas cerradas. Escriben también Daiana Wuerich, Javier Gómez, Perla Sequeira, Victoria Flores, Stella Maris Juárez, Melisa Di Plásido y Natalia Llora.