Aunque no lo conocía de antes , por recomendación de un amigo al que le debía favores me hice cargo del Fulano. Me dieron un Duna azul al que invité a subir. 

Lo miró con desdén.

-¿No hay otro coche?

-No, con este pasamos desapercibidos.

-Auto de pobre -comentó y se quedó dormido enseguida. 

Lo dejé una semana en lo mi tía Amancia. 

-Suerte que ya te lo llevás: no hace nada, se queja de todo, no le gusta la comida casera y me quiere dar consejos de como ahorrar electricidad. Además me robó plata del monedero. Lo subí y lo dejé en lo de la Cris, mi otra tía con la cual pasaría otra semana. El asunto era varearlo a escondidas para que no lo descubran.

-Es un vago de mierda este tipo, se quejó a la semana. Pidió un pack de fútbol, un celular nuevo, una buena reposera y lo ví pateando al Chicho porque tenía miedo que lo mordiera. ¡Si el Chicho tiene como mil años…! -y se agarraba la cabeza. 

Se fue para adentro sin despedirse. Traté de calmarla recordándole el dinero que recibirían.

-Que se lo meta en el ojete, fue su poética respuesta. 

Luego lo dejé en casa de Ely, la tía más jovencita. A la semana también hube de oír sus quejas. 

-¿De donde lo sacaste al mamerto este? ¿Para que lo trajiste? Desde que llegó que todos los día es martes 13. Se cayó la banderola, se me murió el Michi de repente, se me secaron las plantas y me falta plata del cajón de mis ahorros. ¿Quién carajos es este pelotudo?  Lo sorprendí probándose mi ropa interior y escarbando en la lata por unas monedas, llevátelo que no lo aguanto más. 

Lo cargué en el Duna y fuimos para el pueblito de Las Pavas donde vive mi otro tío, semi ciego pero entero. Insistió en estrecharle la mano esquiva 

-Tiene la piel suavecita este tipo -me murmuró por lo bajo-. Son manos de garca que nunca tocaron una pala.

-Shh... tío, ya te deposité lo tuyo en el banco, así que callate ahora que en una semana se va.

-A este lo conozco, le reconozco la voz de algún lado.

-Es un pescado importante, tío, usted ni pregunte y déjelo hacer. 

Me detuvo tomándome el brazo. Me miró con sus ojos velados.

-¿Y vos? ¿Vos como es que andás entreverado con esta runfla? ¿En que estás metido o perdiste el honor, che sobrino?. 

Nada sabía él de mis penurias económicas y familiares: la familia que me había echado, deudas a granel y la dignidad por el piso.

-Acá lo dejo con mi tío Adolfo, pórtese bien -le dije al Fulano.

-Siempre me porto bien con la gente como ustedes, tan simples, tan rústicas. 

Lo dejé hablando solo y me fui hacia el centro, donde recibiría el resto del paco con la guita por el trabajito. 

Tras una semana regresé a lo del tío. Un silencio mortuorio me anticipó el mal presagio. El viejo, imperturbable fumaba en la galería. 

-¿Que pasó? -pregunté a boca de jarro.

Por toda respuesta me señaló el sillón de paja.

-Sentate, todavía algo veo. 

Tiene los ojitos celestes el punto y creo haberlo reconocido. Ahora conversemos sobre el paquete que trajiste. Y tranquilo que no lo despené aunque se le merece. Entonces bebiendo una ginebra pausadamente, una tras otra me relató las andanzas del Tipo; que se había emborrachado con Legui una noche viendo a Boca por tele y vomitado en la pieza, que tenía miedo a la oscuridad y de noche gemía para que acompañe y le cuente un cuentito, que se sentía un perseguido político, que le dijo que el tío olía a transpirado y a sucio, que la negrada lo tenía rodeado, que veía en sueños a su hechicera y otras pavadas más. 

Hizo una pausa. 

-Pero la gota que rebalsó el vaso fue la mañana en que lo sorprendí descolgando de la pared la foto de Evita para romperla en pedacitos. Se me hizo un nudo en la garganta. 

-Tío... No me diga… que lo boleteó.

Se río fuerte.

-Ganas no me faltaron. 

Hizo otra pausa. 

-¿Vos te acordás del padrillo negro que me dejaron en el tinglado del fondo? Bueno, mientras dormía unté al mequetrefe con crin de yegua alzada y ahí lo dejé en compañía del caballito ya hace como cuatro días. Hay noches que lo siento aullar, pero sobrino querido, es el viento, debe ser el viento nomás.

 

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