Pil Trafa decía que la gran estafa del punk fue que había prometido la muerte joven pero no se había muerto práctimamente nadie. Casi todos habían sobrevivido incluso a su propia rebeldía. Ahora que Pil Trafa se acaba de morir a los 62 años, le cabe a medias aquella cita que patentó Ian Anderson, de Jethro Tull (que no era punk ni mucho menos) cuando tenía 30: "Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir". Le cabe a medias porque hoy incluso a los 60 se es demasiado joven para morir, pero no demasiado viejo para el rock and roll.  

Lo que Pil Trafa no quería era convertirse en un "viejo patético", a propósito del título de una de las canciones emblemáticas de Los VIoladores. En la década del '80, para Pil Trafa los "viejos patéticos" eran los hippones de 40, "lo establecido" en términos culturales. Nunca habrá imaginado, por entonces, que Los Violadores terminarían tocando en el coqueto Gran Rex para celebrar los 30 años de Mercado Indio, su mejor disco. Mucho menos que los Premios Gardel, es decir la odiada industria de la música, distinguiera hace 15 días un disco de Pilsen, su banda alternativa a Los Viola. Entre contento e incómodo, Pil escribió entonces en su muro de Facebook: "lo que más me hace ruido es que un álbum de estas características resulte premiado". Porque Los Violadores, o Pilsen, da lo mismo, históricamente no habían "encajado" en el sistema. Pero jamás encajaron menos que cuando parecía que se habían adaptado a él. Y nunca les fue mejor que cuando patearon por primera vez el tablero. No se extinguieron del todo: fueron languideciendo en sucesivas reencarnaciones que ilusionaban a sus fans (entre ellos este cronista). 

Porque la vida va poniendo a la gente en diferentes lugares y la invita a adaptarse, a resistir o a "renunciar". Pil Trafa hizo las tres cosas, de manera aleatoria, a veces superpuesta, pero no se lo sentía demasiado cómodo en ninguna de esas opciones. Sentarse a charlar con Pil Trafa implicaba asomar a una cabeza insatisfecha inclusive con la revolución que había desatado a principios de los '80. Se notaba siempre en su discurso un desacople entre lo que decía y lo que se esperaba que dijera. Acaso de eso se trate verdaderamente el punk. 

Hizo con Los Viola algún que otro disco "comercial" del que renegó y al que luego reivindicó. Se acercó al budismo zen, hizo yoga, cantó tango y punk con la Fernández Fierro. Su vida fue un intinerario de saltos al vacío y pasos en falso, pero nunca guiados por la irracionalidad. Pil Trafa iba en busca de algo y nadie sabe si lo encontró. En ese camino irregular nos mostró las miserias del sistema y sus propias fisuras. Ahora llegará el momento de extrañarlo, de ejercitar la nostalgia por los viejos shows en Cemento y de "añorar", inclusive, los futuros perdidos: la posibilidad de la enésima reunión de Los Violadores. Pero para mitigar esos vacíos están, ya se sabe, los recitales de homenaje. A Pil no le hubiese gustado leer todo esto.