“Dónde están los chicos de tu edad, qué hacen, de qué se ríen los chicos de tu edad, dónde salen, hacen cola en el boliche con pista de madera y bolas de colores, se quedan tocándose detrás de la colina, cómo hablan, con qué se visten, qué marcas de cigarros fuman. Ya se les aparecen sarpullidos, ya llegaron las poluciones, pueden tener un ciclomotor, a qué hora les hacen volver sus progenitores”, le pregunta a su hijo la protagonista de Precoz, cuando un sábado por la noche se despierta con el adolescente encima suyo, en una casa que no es sinónimo de hogar, rodeada por un paisaje marginal. Durante toda la novela, madre e hijo se debaten entre la simbiosis absoluta y la locura, bordeando los límites del amor. Solos, o acompañados por el abandono absoluto del Estado y del prójimo, que aparecen únicamente para juzgar ese vínculo imperfecto. Cruda: quizá sea ese el mejor modo de definir la nouvelle de Ariana Harwicz que desde este jueves y por al menos dos meses tendrá una versión teatral homónima actuada por Julieta Díaz y Tomás Wicz y dirigida por Lorena Vega.

Desde Bogotá, pasada la medianoche porteña, llegan los audios de Ariana Harwicz, que viajó desde su hogar en Francia a participar de la Feria del Libro de la capital colombiana. “Siempre estoy pensando en teatro, siempre soy una dramaturga en mi cabeza, no creo que haya que elegir. Poeta no, cuentista tampoco, ensayista tampoco: yo me considero novelista y dramaturga. Hay una alianza secreta ahí”. Quizá sea esa energía de origen la que llevó a que la mayoría de sus novelas fuese, en los últimos años, adaptada a otros formatos: Matate amor, La débil mental y ahora Precoz –que suelen pensarse y leerse como una tríada– tuvieron versiones escénicas.

El proyecto fue idea de Natalia Kleiman y Flor Monfort, amigas de Harwicz pero sobre todo, conocedoras a fondo de su trabajo. Ariana enseguida se entusiasmó. Después de la experiencia de Matate amor, la primera novela de la autora que se llevó a escena con Erica Rivas como actriz y Marilú Marini en la dirección, se encendió en ellas el deseo de adaptar la única novela de la trilogía que hasta estos días no tenía una versión teatral. Casi dos años después de ese chispazo de voluntades –con la pandemia en el medio, que obligó a parar por completo los ensayos y posponer más de un año el estreno– las productoras y la autora cuentan que el proceso fue arduo, pero también estuvo lleno de deseo y vitalidad, incluso durante el obligado receso. Finalmente habrá estreno esta semana. Y será en el Espacio Santos, (Santos Dumont 4040)  donde también se estrenó Matate amor.

No es exagerado decir que Precoz está conformada por un dream team. Comenzando por su autora, que puso patas para arriba algunos estereotipos vinculados a la maternidad pero que en su trilogía bucea también otros temas como la migración, las diferencias sociales y la psicodiversidad. Siguiendo por Lorena Vega, una directora que, en los últimos años, sobre todo después de Salomé de chacra, escrita y dirigida por Mauricio Kartun, comenzó a captar cada vez mayor atención por su trabajo como actriz (en el último tiempo en Yo, Encarnación Ezcurra, Todo tendría sentido si no existiera la muerte y en La vida extraordinaria, que sigue en Timbre 4 con entradas sistemáticamente agotadas) pero también por su mirada precisa para dirigir, por ejemplo en el biodrama Imprenteros, que narra de una forma muy sensible y luminosa la historia de su familia o, más acá en el tiempo, en una de las lecturas performáticas de Teoría King Kong que recientemente volvió al Teatro Nacional Cervantes, actuada por Rita Cortese.

También por los dos actores, que se encontraron en momentos distintos de sus respectivas carreras, pero unidos por la ganas de buscar. Por un lado, Julieta Díaz, con años de cine y televisión a cuestas, hacía tiempo tenía ganas de volver a hacer teatro (finalmente se asoció también como productora ejecutiva del proyecto). Por otro, Tomás Wicz, que a sus 24 años navega las aguas del mainstream y del indie con una naturalidad que parece aprendida en vidas anteriores, que además de esta obra muy pronto tendrá en su agenda la campaña de prensa de Días de gallos, la nueva serie producido por HBO Max que protagoniza junto a Ángela Torres y Ecko.

A Lorena le gusta definir la dinámica de trabajo de Precoz con una palabra: encuentro. “Una vez Ciro Zorzoli vino a ver una obra mía y me dijo ‘se nota que acá hubo encuentro’. Cuando pasa eso sucede algo un poco mágico, las obras no tienen ruidos y, a pesar de que los integrantes del equipo artístico puedan tener distintas procedencias, las obras tienen unidad. Aparece, cómo decirlo, ese hecho poético en fusión. Y yo creo que eso fue lo que pasó acá”.

Desde la ventanita de al lado, en la videollamada que comparten para dar esta entrevista, Julieta asiente: “Siento que en otro momento de mi vida me hubiera costado meterme en un proyecto así, porque el costo de entrar en un personaje y una historia tan densas puede ser alto, pero me convencieron muchos factores: las ganas que tenía de trabajar con Lore, a quien considero una actriz, una maestra, una directora muy talentosa y la fusión que se dio con todo el equipo”. También estaba la escritura de Ariana, claro. “Elena Tasisto siempre decía que tener buenos textos, para un actor, es como tener caramelos en la boca. Esta obra para mí es eso. El universo de esta novela tiene algo que a mí me atrapa: es oscuro, es descarnado, pero no es pajero, no se regodea en el dolor. Me parece que estos personajes están, a pesar de todo, buscando la luz, y que la poesía que tiene el texto también es muy luminosa”.

Esa luz fue, tal vez, la que mantuvo la llama del proyecto encendida también durante el año pasado, cuando hubo que cortar con los ensayos. Cuando el equipo entendió que el estreno se iba a postergar mucho más de lo que habían pensado en un primer momento, buscó la forma de mantener de alguna manera la energía de Precoz en movimiento. Primero, juntándose cada tanto de forma virtual para repasar la letra. Más tarde, poniendo la energía de la obra en circulación: bajo el comando de Sebastián Schachtel, encargado de la música, el equipo creó un podcast con algunos textos de la obra e incluso una canción cantada por Julieta y Tomás.

TOMÁS WICZ Y JULIETA DÍAS, EL HIJO, LA MADRE

MADRE E HIJO

Quien haya leído Precoz se preguntará de qué forma se lleva a escena un texto construido a partir de una voz tan singular, tallada a la medida de una protagonista con un pensamiento errático, en una relación intrincada con la temporalidad, sin un hilo conductor en su decir. La construcción de esa voz, que todo el tiempo va al ritmo de los caprichos de una mente indomable, es uno de los mayores méritos de la novela pero también un desafío para quien se proponga llevarla a otros lenguajes. La escritura de Harwicz –que es exigente, que fluye como un río caudaloso y va cargada de información–, a veces pide parar y volver unas páginas atrás en el relato para entender en detalle las decisiones de sus personajes, o alguna escena anterior que conecte con la actual o dé pistas sobre el vínculo de esa madre y ese hijo, o cómo llegaron hasta donde están. Porque, por sobre todas las cosas, Precoz es un viaje, o mejor dicho, un derrotero hacia afuera y hacia adentro: por un lado, a través de distintos paisajes de los márgenes franceses, por los que deambulan los caídos del sistema, y por otro hacia el interior de una vida castigada por la idea del amor romántico, por los deseos truncos, en la que su protagonista sigue el hilo de sus recuerdos y salta al presente sin solución de continuidad. “Lo primero que pensé cuando leí la novela es que los personajes son de alguna manera como formas humanas de emociones”, dice Tomás, embarcado en el proyecto desde el comienzo. “Es casi como si las emociones hablaran y a partir de eso, un torbellino de pensamientos y sentimientos amorfos fueran teniendo que construir una forma, materializarse, para poder ser comunicados”.

En la experiencia teatral, a diferencia de lo que pasa con la literatura, es imposible rebobinar: aquello que no encuentra un anclaje directo al corazón o a la razón del espectador en el momento en que está mirando, se pierde sin posibilidad de ser recuperado. Ese fue uno de los grandes desafíos para Juan Ignacio Fernández, el dramaturgo a cargo de la transposición. “Me acuerdo de que cuando agarré la novela, mi primera sensación después de leer tres páginas fue ‘bueno, la llamo a Lore y le digo que esto es imposible de hacer’”, se sonríe. Después, claro, el trabajo fue encontrando su tono y su forma, su forma de desplegarse sin perder complejidad pero ganando en precisión para la expectación teatral. “Por supuesto que la obra y la novela comparten un universo. Es ese mundo el que se cuenta, son esos personajes, son las palabras de Ariana, su poética. Porque, si la poética de Ariana nos parecía tan contundente e interesante, era medio estúpido perdernos eso”.

Uno de los cambios más significativos respecto de la versión original fue la decisión de darle cuerpo y voz al hijo. “Desde el principio, la idea de Lorena fue incorporarlo como un personaje presente en escena, y esa voz hubo que armarla”, cuenta Juan Ignacio. “Lo que conocemos del hijo en la novela lo conocemos a través de esta madre recontra particular, y el primer trabajo fue tratar de encontrar sus palabras, partiendo de lo que la madre dice que el hijo le dice. Fue un proceso muy divertido”.

Lo que se mantuvo intacto, casi como leitmotiv, fue la idea de errancia: la intención de que aparecieran los distintos escenarios planteados en el texto original nunca fue puesta en duda. “La novela es un viaje y en la adaptación eso se mantiene: la obra te lleva por todos lados”, comenta Juan Ignacio. Esa fue una de las lianas de las que Lorena se agarró fuerte para saltar hacia el trabajo de puesta en escena, para empezar a desplegar los sentidos en el espacio. “Veníamos ensayando las escenas y en algún momento armamos un boceto, empezamos a marcar dónde sucedía cada acción, y eso nos dio una claridad enorme sobre el trabajo” recuerda la directora. “Ese procedimiento de boceto empezó a ser el lenguaje de la obra, porque los actores se apropiaron de eso y empezaron a encontrar juego ahí. Fue mucho más poderoso que decidir ‘el arranque es allá atrás, la escena de la escuela acá en el medio, la colina está en el otro vértice’. Ganamos en claridad: la obra se empezó a ver”.

Esos paisajes evocados en la novela que los personajes transitan, conforman el imaginario de una marginalidad europea que en la adaptación queda desdibujada para evocar un territorio menos específico, más universal. “No trabajamos con la idea de que los personajes están en Europa, pero tampoco los ubicamos en el conurbano bonaerense”, explica Lorena. “La madre y el hijo están como en una suerte de no lugar, que podría ser cualquier margen urbano habitado por personas desclasadas, caídas del sistema, que quizá en un momento tuvieron un origen distinto, una pertenencia a un espacio determinado pero fueron perdiendo relación con lo institucional, un poco por lo embates económicos, otro poco por las caídas emocionales, las psiquiátricas. En este sentido, creo que la obra tiene un abordaje muy político porque Ariana escribe desde lo político. A veces me parece que su trilogía se reduce a ‘un conjunto de libros sobre la maternidad’ y en realidad hay mucho más contenido ahí”.

De todas formas, los vínculos familiares, los recuerdos pero también los nudos del presente, aparecieron en toda su magnificencia durante el proceso de creación. Tanto Julieta como Lorena coinciden en que esta obra las llevó a hablar mucho más sobre sus propias maternidades que cualquier otro proyecto. Precoz abrió, para ellas dos, espacios para pensar, un canal de ida y vuelta entre la maternidad real y la ficcional.

“Ariana habilita un canal para sentir lo que una siente y permitírselo. A mí eso, en lo personal, me alivia”, dice Julieta. “Yo sigo trabajando con mi terapeuta, conmigo misma, con mis amigas que son madres y también con las que no, sobre mis partes difíciles como madre para teñir lo menos posible al otro de las propias dificultades. Leerla me volvió más piadosa con mis partes oscuras”.

Si a la romantización de la maternidad le siguió una suerte de romantización de la desromantización, el vínculo que construyó la autora de Precoz y sobre el que se montan Julieta y Tomás no puede pensarse en ninguna de estas dos claves. Esta es una de las aristas más interesantes de la versión literaria y la versión teatral de Precoz: es imposible pensar este vínculo desde las categorías preconcebidas de maternidad. “Nada más penoso, más mediocre, nada menos interesante para mí en términos artísticos que empezar a reproducir en las obras arquetipos de madre, de mujeres que traten de hacer justicia a reclamos sociales: la escritura no es un sindicato. Para militar existen muchas posibilidades, ¡hay tantos modos de hacer justicia!, no me parece que el ámbito deba ser la escritura” sostiene la autora. “La madre de Precoz es muy border, muy marginal, no entra en ninguna categoría de lo que se suele decir sobre las madres, porque tampoco es necesariamente una ‘mala madre’. A veces mirás a estos dos personajes y dejan de ser madre e hijo, hay algo que se deshace ahí. Creo que ser madre y ser hijo es algo muy misterioso. Y Tomás y Julieta exploran ese misterio”.

BAILAR PEGADOS

Si la tradición de las familias disfuncionales en el teatro por lo general tomó ciertos elementos, lenguaje y estética del realismo más costumbrista, la adaptación escénica de Precoz se para en un lugar algo distinto para narrar a esta familia de dos. Una de las grandes diferencias con respecto al universo tan transitado en el teatro argentino de los últimos años es que acá no estamos en el interior de una casa sino en lo que parecería ser un paisaje de chapas, de autopistas, aunque la obra nos va a llevar después por otros paisajes y escenarios: la escuela a la que asiste el hijo, los viñedos, las colinas de las afueras de la ciudad. Todas esas locaciones se crean, en un escenario tan despojado como elegante diseñado por Rodrigo González Garillo, a partir de los cuerpos de actor y actriz en escena.

Cuerpos que están, a su vez, permanentemente en contacto entre sí, casi pegados el uno con el otro. “Desde lo físico trabajamos mucho con Jazmín Titiunik, buscando los encastres, los apoyos, la compensación del peso, el desplegar en los huecos que deja el otro cuerpo, con muchos criterios del contact”, cuenta Lorena. A veces, en escena, parecería que esos dos cuerpos en simultáneo fuesen una misma masa que se va moviendo. Esa búsqueda de fusión, que por momentos evoca el forzoso contacto entre una madre y su hijo cuando éste todavía está en la panza, en Precoz adquiere otros ribetes: en muchos pasajes de la novela se sugiere que los roles de madre y de hijo a veces se difuminan para encontrarse en roles más cercanos a una amistad, a una enemistad, a una pareja. En la adaptación, Lorena eligió no desplegar ese elemento incestuoso a fondo, aunque algo de ese orden permanece: “Trabajamos sobre todo desde la idea de dos cuerpos simbióticos, que por momentos son un solo cuerpo. Una mirada más social hablaría de un comportamiento incestuoso, pero en este trabajo se narra como uno conflicto familiar más, algo que tiñe la relación, pero no es el vector a través del que contamos todo”.

Cuando después de la cuarentena, pudieron volver a ensayar, una de las tantas preguntas que le surgieron a la directora fue si no debería intentar una puesta con los cuerpos más distanciados entre sí, incluso en detrimento de un mecanismo que había funcionado tan bien durante los ensayos de la primera etapa. Lo probó, pero algo no terminaba de cerrar. “Los cuerpos de Tomi y de Julieta se buscaban, aunque yo les pautara distancia, los cuerpos iban solos a tener contacto. Era una mezcla, para mí, de la memoria del trabajo que habíamos hecho antes y algo que ese vínculo y la obra piden: nos fue imposible contarla sin los cuerpos juntos”.

Otra gran marca del proceso, que todo el equipo considera fundamental, es la presencia de Harwicz, que siguió el proceso de cerca, aún estando lejos. “Ariana fue una autora presente en el mejor de los sentidos. Nos nutría, nos mandaba material para entender. De pronto nos llegaba un video de un viñedo en Francia con un mensajito que decía ‘acá escribí Precoz’; nos mandaba música, fotos de chicos tirados en la calle que podrían ser ese hijo”, cuenta Lorena. “O a veces nos devanábamos los sesos analizando alguna parte de la novela, pensando ¿pero qué querrá decir acá cuando dice tal cosa? Y al final la conclusión siempre era ‘bueno, preguntémosle a Ariana’. Y Ariana te explicaba todo de una manera muy sencilla. Siempre te da la llave para entender”.

 

 

>Julieta Díaz y Tomás Wicz actúan y también graban su propia música

MEJOR QUE DECIR ES CANTAR

Además de su trabajo como actores, tanto Julieta Díaz como Tomás  Wicz empezaron a desarrollar hace tiempo una curiosidad por la música que el año pasado los llevó a encarar sus respectivos proyectos propios como letristas y cantantes.

Julieta ya venía probándose en algunas colaboraciones con artistas y el año pasado finalmente grabó su primer EP junto al cantautor uruguayo Diego Presa. El revés de la sombra está hecho de seis canciones con voz de ambos, que van del pop a las melodías rioplatenses. Como casi todo lo que tuvo su inicio durante el año pasado, el ida y vuelta entre ambos comenzó de forma virtual. “Nos empezamos a escribir porque me encantaba lo que hacía y, como vio que yo también estaba escribiendo, me dijo ‘mandame un texto tuyo, que yo le pongo letra’. Medio sin darnos cuenta, en un mes de empezar a intercambiar textos, melodías, nos dimos cuenta de que teníamos un par de canciones que nos gustaban”. Cuando pudo viajar a Uruguay por trabajo, Julieta aprovechó para grabar las voces y Diego convocó a un grupo de músicos que la acompañaran. Lo que sigue: empezar a planificar shows, en cuanto se abran las fronteras de Uruguay y puedan encontrarse.

Más o menos por la misma época, Tomás empezaba a darle forma a su banda Plastilina en conjunto con Paloma Sirvén, también actriz. Tomás tenía muchas ganas de cantar, pero también de aprender a producir. “Grabamos en cuarentena, cada uno con su teléfono, casi sin vernos”, cuenta. Escribieron, compusieron, pidieron ayuda a amigos músicos y Tomás finalmente se ocupó del diseño sonoro. Entre el indie y una inspiración soft de los ritmos urbanos, Tomás y Paloma compusieron durante el año pasado canciones que pueden pensarse como pequeños himnos de acompañamiento durante la etapa de ASPO para muchos chicos de su generación: “Vas a cumplir años atrapado en tu cama / Y no te pongas triste, estoy acá / Vas a ver que después de un tiempo este cuarto / Va a girar, mirá cómo cambiás / No voy a decir que estoy feliz / Pero puedo con esto”.

 

Esos caminos que venían trazando Julieta y Tomás se juntaron cuando Lisa, la hija de Sebastián Schachtel (a cargo de la música original de Precoz), leyó la novela de Harwicz y enseguida pensó en escribir un poema inspirado en el texto. Padre e hija le pusieron música y voz respectivamente, y compartieron la creación con todo el equipo. Así surgió la idea de que Julieta y Tomás cantaran una versión de esa canción que, finalmente cierra el podcast que el equipo artístico produjo el año pasado como una forma de mantener vivo el proyecto. Igual que las canciones de Plastilina y el EP de Julieta, el podcast puede escucharse en Spotify.