Los libros también mueren; son criaturas frágiles amenazadas por el agua, el exceso de luz, el fuego, los hongos y los insectos. Restaurar, conservar, encuadernar son trabajos que se hacen con las manos y el corazón para devolverle al libro moribundo, dañado, malherido, la posibilidad de una nueva vida en el estante de una biblioteca privada o pública o en una librería anticuaria. Las restauradoras y encuadernadoras Sol Rébora, Flor Goldztein y Fermina Ziaurriz participarán junto a la librera anticuaria Elena Padín de una de las charlas de la 14º Feria del Libro Antiguo, organizada por ALADA (Asociación de Libreros Anticuarios de Argentina), que se realizará por primera vez en formato virtual desde este miércoles hasta el próximo domingo. Bibliófilos, curiosos, investigadores y público en general podrán encontrarse con una diversidad de materiales, que abarca desde el siglo XV hasta primeras ediciones y piezas de colección del siglo XX.

Elena Padín, de la librería Helena de Buenos Aires (Esmeralda 882), introduce la importancia que tiene la conservación del libro. “Los libreros anticuarios tenemos que preservar y cuidar los ejemplares que nos van llegando para que vaya a las manos correctas en el mejor estado posible. Uno de los puntos clave es el contacto con los encuadernadores, restauradores, conservadores y artistas que hacen maravillas con libros lastimados, rotos y desencuadernados. Los libros tienen una historia de estar moviéndose en mudanzas o de manos porque van prestándose. El paso del tiempo los daña, la luz los daña. Estos daños tienen que ser reparados por profesionales, para que los libreros después pongamos en manos de los coleccionistas y de los lectores las obras en el mejor estado posible”, explica la librera anticuaria.

Las restauradoras y encuadernadoras tienen distintas formaciones, pero comparten una misma pasión por el trabajo que hacen. Fermina Ziaurriz, licenciada en Conservación y Restauración de Bienes Culturales, dice que, más allá de las diferencias, las tres tienen la misión de devolver el acceso al libro para que sea un objeto de uso o de admiración. “No es lo mismo estar trabajando para un coleccionista particular o para una colección pública; son diferentes los alcances y la profundidad que una puede llegar a darle a la intervención en sí sobre ese ejemplar. A veces es un ejemplar puntual y otras veces estamos trabajando con colecciones; entonces los recursos que una puede llegar a invertir para esa intervención van a ser diferentes. Eso no quiere decir que nuestro pensamiento sea menos respetuoso; siempre tratamos de transmitir el respeto hacia los ejemplares que estamos interviniendo”, subraya Ziaurriz, especialista en conservación de colecciones en soporte papel que trabaja como restauradora y docente en el Laboratorio de conservación del Fondo Antiguo Jesuita. Flor Goldztein, encuadernadora y restauradora de libros con formación en Bellas Artes, tiene su propio taller de encuadernación, llamado Adoré. “Cada libro trae una historia y una problemática específica. Mi trabajo es estar disponible para poder interpretar la necesidad. Yo restauro y encuaderno, pero no siempre hay un problema. Hay una instancia de observación y de acercamiento a lo que se busca y después todo un proceso de desarrollo que muchas veces requiere de cierta investigación. Hay un momento de mucha intimidad con el libro y con lo que después va a ocurrir”, revela la restauradora.

Flor Goldztein, encuadernadora y restauradora de libros 

“El libro es un artefacto cuya primera etapa es la de impresión. Sin la intervención del encuadernador no se conforma el artefacto. Ahí es donde los encuadernadores y conservadores intervienen y donde se une la encuadernación con la conservación”, comenta Sol Rébora, diseñadora en encuadernación contemporánea con criterio de conservación, que dirige el estudio Rébora. Si tengo que hacer una parte de restauración o conservación, la derivo a un especialista que se dedica permanentemente a eso y yo después lo tomo restaurado y le doy una estructura. El libro no se conforma como tal sin la acción de la encuadernación. Si un libro se rompe y no es intervenido, no se puede volver a utilizar”, aclara Rébora.

“La palabra conservación es un término paraguas porque el objetivo de la conservación es la salvaguarda del objeto en su formato original para extenderle la vida útil”, precisa Ziaurriz. “A veces no hay un deterioro significativo y entonces hablamos de conservación curativa y esto refiere a cuando tenemos un proceso de deterioro en curso, como hongos, plagas, un libro mojado, un deterioro que si yo no lo detengo va a progresar. Yo puedo estabilizar el libro que está con ese proceso de deterioro activo y dejarlo estable y no proceder a una mayor intervención. Si voy a avanzar en eso, empiezo a hacer una acción de restauración, cuando el libro está perdiendo información por sí mismo. Los libros impresos tienen mucha información escrita que uno puede leer, que tiene que ver con cuándo fue elaborado y cómo”, agrega Ziaurriz, que trabajó con conservadora en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Goldztein coincide con el planteo y advierte que muchas veces el deterioro del libro es invisible. “El libro está entero con sus partes originales, pero fue concebido de una manera que quizá no fue la mejor y tiene problemas en su construcción, como si fuera algo congénito, su propia manera de estar armado atenta contra sí mismo. Si una registra ese potencial problema futuro, tal vez si interviene antes de que ocurra, está ayudando a la buena conservación. Puede haber una pérdida de material si no se interviene, pero a priori parecería que no haría falta porque está entero y no le falta nada. Los deterioros son múltiples, algunos son evidentes: un libro mojado o que le falta una tapa; hongos, incendio, lo que se te ocurra. Otras veces, que es lo menos común, está la opción de intervenir cuando aparentemente no es necesario, como atajando un problema”.

¿El daño del libro se borra por completo o la belleza de la restauración consiste también, como hacen los japoneses en el kintsugi, en mostrar el daño y lo que estuvo roto? “Se deja todo porque es la historia el libro –responde Rébora-. Cuando restaurás, hay un punto sutil, que cada una lo encuentra en su propia mirada, donde hacés una intervención, pero tenés que dejar huella de cuál fue la intervención porque si no estás entrando en una falsificación. Hace unos años hice un curso sobre estructuras históricas y la maestra que daba la clase mostraba estructuras históricas muy antiguas, del siglo IV y el siglo V, y decía que las restauraciones que se habían hecho eran tan impecables que era difícil ver si el cuero que se había utilizado era auténtico de la época o no. Eso es una lástima porque perdés el registro de lo que le pasó realmente al libro. La historia del libro es tan valiosa como su contenido. Me interesa que la estética y el cuidado no esté por sobre el valor de la historia”, aclara la encuadernadora.

La belleza de la cicatriz

Ziaurriz recuerda que hubo un cambio de mentalidad. “Antes, cuando una recibía un libro para restaurar, se pensaba cómo puedo hacer para devolverle su estado original. Hoy se piensa más en el objeto de uso, donde la historia le agrega una carga y un valor en sí que va más allá de su elaboración inicial. Cuando te llega un libro, ¿qué es lo que una está reparando? ¿qué es lo que vas a sacar? A veces nos llegan libros con muchas capas, con muchas intervenciones anteriores y agregados. Como fue pensado originalmente hoy en día es hasta contraproducente para el propio libro por su estructura, por su materialidad, por lo que sea”, reflexiona la restauradora. “La pregunta hasta dónde llegar con la restauración no es solamente un diálogo con el libro sino con el dueño del libro o la institución. Es una discusión respecto de los alcances y nosotras como profesionales tenemos una responsabilidad muy grande porque somos las que metemos mano sobre el ejemplar”.

¿Hasta dónde llega la intervención de una restauradora? ¿Cuál es el límite? Goldztein advierte que el problema es cuando el cliente pide algo imposible. “¿Por qué no es posible? Por la identidad del libro. Si intervenimos a fondo, borramos la identidad del libro. En ese sentido, para mí hay un límite, pero cada profesional tiene su propio criterio de abordaje y llegará hasta donde cada uno considera. Las tres tenemos un respeto por la identidad del libro y su historicidad y siempre que podamos mantener las partes originales que no atentan contra su estabilidad y conserve su identidad lo vamos a hacer”. Rébora recuerda que la agrupación de encuadernadores internacionales Tomorrow’s past, de la cual es miembro y participa de las exposiciones que ellos organizan, trabajan la encuadernación contemporánea para libros antiguos. “Hay libros que están realmente deteriorados, me viene a la cabeza el libro de una italiana, un librito pequeño, tapas de cartón finito forrado en papel, que se rompió un poco en la tapa. Ella lo dejó tal como está y le hizo un lomo nuevo porque el lomo estaba perdido. Muchas veces podés dejar cosas sin embellecer y usarlas estéticamente y potenciarlas; entonces la historia del libro está intacta. Lo normal dentro de la conservación y la restauración sería que al tener un faltante en la tapa el planteo sería restaurar todo el faltante para proteger el cartón que está al descubierto. Ella dejó el cartón descubierto, así encontró al libro, eso es lo que le pasó después de cien años, pero le dio un lomo nuevo que le permitiera funcionar”.

 

La restauración, en su dimensión excesiva, puede modificar la identidad de un libro y merodear la falsificación. “Toda nuestra vida está concebida en el siglo XXI; es imposible pensar, sentir y actuar con nuestras manos como si estuviéramos en el siglo pasado. Ni siquiera cincuenta años atrás. Querés hacer algo de los años cincuenta y no te sale porque no es propio de la época. Podés actuar sobre un ejemplar antiguo de manera contemporánea, pero tenés que ser auténtico con la época para que tenga un criterio estético, técnico y funcional”, afirma Rébora. “Tenés que ser un gran falsificador para hacer una encuadernación como si fuera del siglo XV en el 2021”, concluye Rébora. 

El raro de la familia

La Feria del Libro Antiguo no se realizó en 2020 por la pandemia. Del 1º al 5 de septiembre los libreros anticuarios se reunirán virtualmente para volver a celebrar este encuentro que busca, edición tras edición, ampliar públicos y no pensar exclusivamente en el bibliófilo y coleccionista. A diferencia del “libro usado”, el libro antiguo tiene más de cien años y se caracteriza por su rareza, escasez o singularidad, por las ilustraciones originales de un artista o porque tiene una dedicatoria manuscrita de su autora o autor en ediciones limitadas y a veces hasta enumeradas. Los expositores que participan este año son Aizenman, Alberto Casares, Alberto Magnasco, Antiqvaria Duran, Aquilanti, El escondite, El farolito, El ventanal, Estudio Bibliográfico Los siete pilares, Galería Mar dulce, Helena de Buenos Aires, Hilario, La librería del Ávila, La teatral, Librería de Antaño, The Antique Bookshop, Librería del Suburbio, Libros del ayer, Luis Figueroa, Martín Casares, Obras en Papel, Poema 20, Rayo rojo, Rua Vidueiro, Terra nova y The Book Cellar & Henschel.

Vidas paralelas

 

A través del canal de Youtube se podrán seguir las charlas y presentaciones programadas para esta 14º Feria del Libro Antiguo. Víctor Aizenman, en diálogo con Juan Pita de Obras en Papel, hablará del mundo de la bibliofilia. En “Vidas musicales. El biógrafo como historiador cultural”, Karina Micheletto, periodista y editora de Página/12, entrevistará a Sergio Pujol. Rafael Spregelburd, el reconocido autor teatral y actor, conversará sobre su vínculo con la lectura, los libros y los diversos formatos y problematizará la relación entre la edición escrita y la dramaturgia, la interpretación y la traducción, los textos y las imágenes. Habrá también una charla sobre la historia del libro infantil, del libro impreso en colores del Siglo XIX al libro-álbum contemporáneo, con Natalia Méndez, Juan Olcese y Daniel Zachariah; y un diálogo con la escritora Mariana Docampo por la colección Las Antiguas, que se dedica al rescate de títulos de escritoras argentina nacidas en los siglos XIX y anteriores, y publicadas hasta mediados del Siglo XX.