Hay muy pocas imágenes de archivo de la endemoniada fiebre lesbiana contemporánea a la recuperación democrática de los 80s. Tiempos de recuperar la libertad perdida. Pero para las lesbianas fueron tiempos de comienzo absoluto, porque nunca habíamos vivido en libertad. Con suerte habíamos vivido la libertad de las cucarachas que salen de los zócalos a las dos de la madrugada (era la metáfora que usábamos en Cuadernos de Existencia Lesbiana para referirnos a la indignidad de vivir a escondidas), de locales con alguien haciendo de campana en la puerta, del matrimonio tapadera con un amigo gay o la convivencia con una supuesta prima o amiga. El feminismo también era un pequeño closet posible.

La producción del documental Ilse Fuskova (filmado entre 2018 y 2021, dirigido por Liliana Furió y co-dirigido por Lucas Santa Ana) realizó un trabajo metódico de exhumar piezas inhallables. Fotografías, videos y documentos escritos a máquina que ni siquiera quienes participamos en aquellos años frenéticos recordábamos o sabíamos que existían, o que alguien los conservaba.

La narración cronológica lineal de la biografía de Ilse, a quien en las primeras escenas podemos acompañar en su cumpleaños 90 (hoy tiene 92), cuenta con la contundencia de un archivo que despliega en abanico sus años de crianza, de azafata de Scandinavian Airlines, de cronista para la publicación del dibujante Divito, de fotógrafa artística, junto con los de la militancia feminista, lgbt y ecologista. “De eso no se habla, eso no se hace” es la norma que Ilse se propuso romper a lo largo de su vida.

Ilse y Claudina Marek

EL CARTERO LLAMA DOS VECES

El documental subraya desde el comienzo el origen familiar centroeuropeo (alemán por parte de padre, checo por parte de madre) de Ilse Fuskova, inscripta al nacer en Buenos Aires el 11 de junio de 1929 como Ilse Wünsche -wünsche en alemán significa “deseos”-. El alemán fue su lengua materna, el castellano lo aprendió en la escuela. Me hubiera gustado escuchar a Ilse hablando alemán en el documental (personalmente nunca la escuché). No quiero espoilear, pero me parece que dice algo cuando pasea a su nietito alemán. Aunque no estoy segura. Hace muchísimos años, Ilse me contó que cuando se enteró de los campos de concentración nazis, olvidó el idioma alemán. Con los años tuvo que volver a estudiarlo para reponer la lengua arrancada por el trauma. Es Claudina Marek, la esposa entrerriana de Ilse, quien pronuncia la palabra oma (abuela): Esa es la Oma Ilse.

En el título de la película aparecen tachados los apellidos que Ilse usó antes que Fuskova: Wünsche (el apellido del padre) y Kornreich (el apellido del marido, que usó en sus primeros años de militancia feminista). No son nombres muertos sino vedados. La familia le prohibió usar esos apellidos cuando se reveló/rebeló como lesbiana. Por eso al comenzar la década de 1990 tomó el apellido de su madre checa, Fuskova. Es curiosa la anécdota de cómo el padre de Ilse, ya devenido porteño canchero, “se levanta” a su futura esposa en el correo. La chica no sabía hacerse entender, y en Buenos Aires los empleados de correos podían ser Rubén Darío, Leopoldo Lugones o Ezequiel Martínez Estrada (tomá pa’ vos Hank Bukowski) pero no hablaban una palabra de alemán. El papá de Ilse estaba en la fila interminable y le hace de intérprete a la joven checa. Es curioso como el destino de la familia y los amores de la familia Deseos siguen referidos al correo postal. Claudina Marek logró llegar a Ilse (“leyó mi carta porque le dije que mi abuelito era checo”, le cuenta a Moria Casán) a través de la casilla de Correo 3904 de Cuadernos de Existencia Lesbiana en el Correo Central, hoy CCK o Centro Cultural Néstor Kirchner (otro apellido alemán). Claudina había tomado nota a la disparada mientras Ilse pasó el dato, cuando Mirtha cerraba el programa y ya estaban pasando los títulos.

Estoy espoileando mucho. Las relaciones intergeneracionales son sumamente complejas. Nunca registré la enorme diferencia de edad que nos llevamos con Ilse (soy de 1963). Pero determinados hechos de la militancia me hacen ver que ella sí la registraba (y mucho) y que en el establishment feminista esa diferencia de edades era crucial en aquel momento, porque se reconocía únicamente la pertenencia de una élite o elenco estable nacido entre 1920 y como máximo hasta 1950, y de clase social oligárquica (como en el caso de María Luisa Bemberg; no incluyo a Josefina Quesada porque ella se desclasó y se hizo anarquista, hay un lindo cameo de Josefina en el documental) y sobre todo de clase burguesa o profesional independiente pequeñoburguesa. Se aceptó hasta cierto punto y por un tiempo a las que se consideraban “amas de casa feministas”, pero era un grupo de mujeres de clase trabajadora de entre 40 y 75 años que no se soltaban de la condición de víctimas y no querían hablar de otra cosa que de cómo las explotaban los maridos, sin intentar nada más o menos osado como para moverse de esa situación. Ilse escribió el poema Amargo versito para el Día de la Madre (segundo premio en el Primer Concurso de Poesía, Cuento y Ensayo para la Mujer Argentina), pero nunca se quedó cristalizada en el lugar de ama de casa víctima. A continuación publicó Luna en la vereda, en coautoría con la poeta y fotógrafa uruguaya Nelda Guixé. Pueden encontrarlos en el archivo lésbico Potencia Tortillera.

Volvamos al tema intergeneracional, el establishment feminista porteño no estaba preparado para recibir a las jóvenes lesbianas molestas, procedentes de los sectores populares medios y medios bajos. Les convenía sostener que “lo del lesbianismo son cosas de Ilse”. Pero se habían terminado los días de comodidad. La combinación de Ilse con aquellas jóvenes resultó explosiva. Algunes veníamos de diferentes experiencias en diferentes espacios y momentos de la Juventud Peronista (Ana Rubiolo, Araceli Bellotta, y quien hoy es Julián García Acevedo). La asociación tan dispar dio sus frutos: el 8 de marzo de 1987, salida a calle de Cuadernos de Existencia Lesbiana con puesto en Plaza Congreso, con las cintitas de Apasionadamente Lesbianas; el 8 de marzo de 1988, Cuadernos de Existencia Lesbiana encabeza la marcha del Día Internacional de la Mujer, no producto de un acuerdo, sino porque el grupo de lesbianas decidió tomar la cabecera.

Hasta 2015 nunca había podido hablar del tema de la Juventud Peronista con Ilse. La JP le despertaba terrores muy profundos, que nunca se atrevió a manifestarlo en público. De ese miedo se habla en un momento del documental. Ilse no se refería al peronismo como algo monstruoso sino a las orgas de la década de 1970 que sentía habían puesto en peligro la vida de sus hijos. Aquella conversación de este tiempo, en la cocina de Ilse, acentuó fuertemente nuestras diferencias. De manera muy inteligente, en los 80s Ilse había evitado el choque y las anarquistas feministas (Josefina Quesada especialmente, y un poco también Elena Napolitano) contribuyeron a unir estas aguas que difícilmente hubieran podido converger en los 70s.

Ilse en sus días de azafata

MITOS EXTRACTIVISTAS

Hubo un episodio de choque muy fuerte con el feminismo del establishment cuando se organizó la exposición Mitominas 2, en 1988. Un grupo que integramos para la ocasión con Ilse, Vanessa Ragone y Marisa Ramos presentó como proyecto la serie de fotografías Los mitos de la sangre. Antes de llevarla a cabo, debatimos la idea de Ilse de fotografiar una performance con una pareja de lesbianas que juega con sangre menstrual. Fue una decisión que al pequeño colectivo que conformamos le resultó muy difícil tomar, porque estábamos en medio de la epidemia de VIH. Pero decidimos hacerla porque todo lo relacionado a la menstruación era considerado asqueroso y formaba parte de las cadenas que pesaban sobre los cuerpos de todas las mujeres (lo explica muy bien Diana Maffía en el documental). Una vez más las lesbianas nos ubicábamos a la vanguardia de las luchas feministas, esta vez de manera explícita, con rostros, cuerpos en acción, nombres y apellidos. En Buenos Aires nunca se habían expuesto oficialmente fotos de una relación sexual lesbiana. Ilse dirigió la puesta, Vanessa Ragone tomó las fotografías, Marisa y yo jugamos una relación sexual con sangre (ficticia) ante la cámara. Las cuatro estábamos desnudas en el dormitorio de Ilse. El documental rescata un pequeño texto escrito a máquina, con una breve fundamentación teórica del proyecto, firmado por las cuatro.

Mitominas votó censurar las fotos y no exponerlas. Pero logramos exhibirlas en las Jornadas Feministas de ATEM de noviembre de 1988, un grupo feminista que apoyó la militancia lesbiana y se distinguió por acompañar la lucha de los organismos de derechos humanos cuando ningún otro grupo feminista lo hacía (Iamentablemente, hay que decirlo, adoptó más adelante un posicionamiento biologicista, en la vereda de enfrente del transfeminismo). Dos de estas fotos producidas por el grupo para Mitominas pueden verse en el documental (aquellas en las que no se ven nuestros rostros. Marisa Ramos y yo no tenemos problema con que se expongan todas, siempre que se explique el contexto del trabajo colectivo militante. Y no en Mitominas hasta que presenten una disculpa pública por el acto de censura lesbofóbica de 1988). Es muy fuerte encontrarse de nuevo con fotografías de nuestros cuerpos desnudos, muy jóvenes. Cuerpos de militantes en acción y no de modelos inertes e inocuas para el goce estético heteropatriarcal y capitalista.

Lo que ponemos en cuestión cuando denunciamos estos avatares de Los mitos de la sangre, es lo que hoy denominamos extractivismo académico, que se provee de las identidades oprimidas y colectivos militantes/activistas/artivistas como insumos. La población travesti-trans actualmente está en el centro como objeto de estas prácticas, las lesbianas ya casi salimos de foco, pero aún quedan resabios como este. Aquel feminismo del establishment atribuyó las fotografías exclusivamente a Ilse porque le resultaba ininteligible el arribo de jóvenes lesbianas de clase popular, porteñas y de las provincias, al feminismo. No nos aceptaban como interlocutoras, ni entonces ni ahora que somos lesbianas mayores que no concedemos para “quedar bien”.

Durante 1988, y mientras Ilse se encontraba en San Francisco con Susana Blaustein Muñoz (el documental rescata muy buen material en video de la relación entre ellas), el grupo de jóvenes lesbianas que integramos el Grupo Autogestivo de Lesbianas Feministas tomó una noche la sede de Lugar de Mujer. Allí surgió la consigna “Si Evita viviera sería tortillera”. Luego de aquella protesta, el colectivo de Lugar de Mujer resolvió que los talleres de lesbianismo podían publicarse en el programa de actividades de la casa. Esto no aparece en el documental. Sí el inicio del conflicto en Lugar de Mujer. Después de la toma, creció el colectivo de lesbianas feministas jóvenes, con el arribo de una nueva generación de chicas recién egresadas de la escuela secundaria.

HEREJÍA Y POLÍTICA LGBT

El documental acerca al público las mejores intervenciones televisivas de Ilse, desde el histórico almuerzo con Mirtha Legrand, en 1991. Todavía me causa admiración como lesbianas y gays se acercan a Ilse para agradecerle aquella aparición en la tevé, que les permitió saber que no estaban solos. Fue por aquellos días cuando separamos caminos militantes con Ilse, que prosiguió su ruta con el movimiento de liberación gay, sumándole una línea lesbiana-feminista que hasta entonces no tenía. Carlos Jáuregui contactó a Ilse y a la militante trans Karina Urbina. También se integró a aquella construcción el pastor protestante Roberto González, una pieza fundamental en el combate contra el catolicismo integrista representado por el cardenal Antonio Quarracino, que proponía enviar a gays y lesbianas a un ghetto para limpiar la mancha que representaban para la sociedad argentina. Paradójicamente, Quarracino había empezado su carrera apostólica -junto con Carlos Mugica y Jerónimo Podestá- como miembro del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una agrupación de curas católicos de izquierda (me lo contó Jerónimo Podestá durante una entrevista. Podestá fue removido de su cargo de obispo de Avellaneda en 1967 como castigo por formar pareja con su secretaria Clelia Luro, y con el tiempo se convirtió en un aliado del movimiento feminista).

Todavía nos nombrábamos como “militantes” y no como “activistas”. En lo personal, no comparto la denominación “activista”, porque nos desliga de la línea de las luchas sociales, políticas y económicas libradas por la clase obrera en la Argentina. Mientras Ilse pasaba a lo que ya se configuraba como movimiento lgbt, mi camino fue la militancia feminista y aliada del movimiento lgbt, en el periodismo gráfico dirigido a los sectores populares.

El equipo dirigido por Liliana Furió y Lucas Santa Ana logró recopilar la intervención de Ilse en el programa de Mirtha Legrand -en una mesa donde también estuvo invitado Rafael Freda-; Ilse y Claudina en el programa Amor y Moria, conducido por Moria Casán; en La Mañana de Mauro Viale, y otro programa donde se enfrentan al cura Julio César Grassi (hoy preso por abusador de niños) que sentenciaba, frente a los rostros serios y furiosos de Ilse y Claudina, “las Escrituras dicen que las relaciones homosexuales son contra la naturaleza e intrínsecamente desordenadas”.

Pueden verse en la película momentos memorables de organización del movimiento lgbt. Reuniones en el departamento de la calle Paraná 157, con Carlos Jáuregui, Marcelo Ferreyra, Alejandra Sardá, Ilse, Claudina, Roberto González, Lohana Berkins, María Rachid (son los rostros que alcanzo a reconocer). Un video en blanco y negro, con Ilse y Lohana oradoras durante el Primer Encuentro Nacional Lésbico Gay Travesti Transexual Transgéneros. La Primera Semana del Orgullo Gay Lesbiano 1992, que desembocó en la primera marcha del orgullo.

Hacia el final, activistas lgbt analizan la intervención de Ilse en el movimiento. No puedo dejar de detenerme frente a estos análisis. Son correctos en cuanto a los resultados de la acción de Ilse. Pero pierden de vista el aspecto subjetivo desde donde Ilse lleva adelante sus militancias, muy por fuera de la instrumentalidad del pragmatismo político. Diana Maffía comprende esta dimensión cuando dice que “para nosotras Ilse cobraba un significado de abrir puertas, de dejar volar la imaginación utópica más allá de los manuales, de una manera muy rebelde y muy personal”.

María Rachid usa varias veces el término “articular”. Destaca de Ilse la “voluntad de estar articulando entre los movimientos” y “la articulación con los medios de comunicación, el esfuerzo para tener presentes los propios intereses, la organización por la que estás yendo y pensar en toda esa gente a la que estás hablando”. No coincido con María. Ilse jamás hubiera sacrificado ni un ápice de su libertad en una articulación, por necesaria que fuere desde lo que nosotras llamaríamos “objetivo político”. Lo probó en cada momento de su vida desde que decidió romper con las cadenas patriarcales. Hacer política con Ilse, para las que sí somos pragmáticas –o al menos funcionamos desde un pragmatismo sometido a crítica desde la ética-, desde el vamos implicaba saber que ella no iba a hacer nada con lo que no estuviera íntimamente de acuerdo. Y eso es muy interesante, porque es absolutamente raro (subrayo “raro”) en política. Pero no es raro, en cambio, en los movimientos místícos heréticos. (Imagino los ojos muy abiertos de Diana Maffía ante esta mención de la mística).

De manera intuitiva, Ilse heredó la espiritualidad introspectiva herética que dio origen a la Reforma protestante. Desde allí cuestiona el orden vigente y toma la responsabilidad de transformar lo que considera injusto y pobre en sentido vital, estético y espiritual. Ilse tomó como tarea personal contribuir a la liberación de las mujeres de las cadenas patriarcales llevándoles su mensaje, y luego, a la liberación de las fuerzas sexuales creativas de la humanidad en toda su amplitud. El principal argumento de Ilse frente a las controversias sobre tácticas y estrategias es “yo hago esto porque lo siento” (una y mil veces nos enfrentamos a esta respuesta). Mabel Bellucci lo dice de otra manera en el documental: “Siempre hizo lo que quiso. Eso de Ilse yo lo admiro. Frente a la adversidad y la oposición, y el tema de sus privilegios, cómo los supo socializar. Eso me parece maravilloso. Por eso es tan querible”.

La militancia de Ilse siempre se desarrolló desde la fe (una fe estética, crítica e introspectiva, nunca dogmática) y no desde la política concebida en términos convencionales. Ilse predica desde su herejía ecofeminista, y por eso la vemos rodeada siempre de teólogas feministas, de sacerdotisas de la Diosa, de ex monjas lesbianas feministas. Pero es una herejía que combate a los victimarios pero no predica desde el lugar de víctimas, como algunos feminismos tan en auge en nuestros días. Nunca va a confiar en las fuerzas represivas del Estado como garantes de la vida de las mujeres y de las personas lgbt, ni en los partidos políticos, ni en nada que sea externo a la libertad y a la decisión de cada ser humano reunido en comunidad amorosa de seres libres. Ilse enfrenta a los patriarcas para decirles “estamos completamente fuera de su alcance, gozamos entre nosotras (hoy diríamos nosotres) y los excluimos para siempre de nuestras vidas”. Y ya no tienen el poder de enviarla a la hoguera. 

Ilse Fuskova de Liliana Furió y Lucas Santa Ana se proyecta el domingo 31 de octubre, a las 20, en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), dentro de la Competencia del Festival Asterisco. Más información en el sitio de Festival Asterisco