Una mirada vale más que mil palabras porque puede contener mil historias. Claro que para eso hay que saber mirar. Y eso es lo que hace Dolores Alcatena en Manos Horribles, que es la historia de la sabiduría de una mirada. La de un trepador llamado Raro que se cruza con un gigante ornitomimosaurio conocido como Manos Horribles. Raro es un lemur, un primate con ojos gigantes que si bien parecen derivados del manga, en realidad se corresponden más con el tamaño de su sensibilidad, con su particular manera de mirar el mundo que lo rodea. Cuando los ojos de Raro se cruzan por primera vez con los de Manos Horribles, en las primeras páginas de esta historieta, se produce una suerte de hipnosis, un estado de trance que lo lleva a visiones múltiples. Una mirada que contiene distintos puntos de vista, como una alucinación prismática. Y si este libro despliega cantidad de splash, páginas con una sola viñeta donde el dibujo adquiere la máxima dimensión sobre una hoja, no es solo porque es una historia de dinosaurios, de criaturas descomunales, sino porque esa es la manera más grande de mirar: esta es una historieta de ojos gigantes.

Con gran sofisticación narrativa y estética, Dolores Alcatena hace que todas las imágenes de esta historieta parezcan contenerse en el trance de esa mirada del lemur hacia el nuevo monstruo. A diferencia de la mayoría de su especie, Raro no solo no teme mirar a Manos Horribles, sino que ansía el contacto visual. Y esa fascinación de Raro con el monstruo es la misma que le da un espectro estético particular a la obra de Alcatena. Una relación especial con lo monstruoso como motor narrativo y gráfico. En su primer libro, Lovecraft y Negrito (2019), desarrollaba la relación del célebre escritor con su gato, un vínculo de lo humano y lo animal como eje de la fantasía. En Las hijas de Sedna (2020) hace foco en la cetología como origen del mundo a partir de la saga mutante de cetáceos humanoides. En Quetzalli (2020) desata las transformaciones de las tlahuelpuchis, mujeres vampiros que se vuelven pájaros. Esos tres libros y este no se parecen mucho entre sí, los une principalmente la valentía de ir explorando una amplia teratología autoral: distintos relatos donde la tinta se derrama por el papel para darle forma y, al mismo tiempo, acariciar al monstruo, conocer sus movimientos, su apetito, sus huellas, su seducción y supervivencia. Que Manos Horribles se posicione sobre la celebración de la belleza del Deinocheirus, nombre científico del ornitomimosaurio, con su atípica anatomía híbrida de pájaro y reptil, ya es una búsqueda muy personal dentro del universo de las bestias prehistóricas. El personaje de Raro en este libro intenta conocer más a las distintas formas de vida y muerte de los gigantes, de los dinosaurios que considera dioses, su fascinación mística lo lleva hasta lograr mimetizarse y transformarse en distintas criaturas, cambiar su hábitat, su organismo, su género. Una aventura gigante de la alteración.

Libro a libro, Alcatena hace lo mismo que Raro, adherirse a distintas figuraciones, deformaciones, géneros, una exploración gráfica donde los sueños de la tinta producen monstruos. Manos Horribles comienza con un grupo de bocetos como catálogo de las más de 40 criaturas que se harán carne y huesos a lo largo de su relato; esa manada de dibujos rupestres funciona como muestra larvaria que tomará vida en páginas siguientes, porque el dibujo va dejando ver su propio desarrollo, como organismos que avanzan para crecer y cambiar, porque la mutación, que es la base de lo monstruoso, se demuestra andando. Y así, la línea y las tintas se va moviendo para mostrar distintos estilos: hay flashbacks con dibujos simplificados y batallas fotorrealistas, hay contrastes expresionistas tanto como griseados densos, a veces la imagen se congela en la contemplación de paisajes y otras las formas se mueven con la gracia coreográfica del cine de animación. Una influencia confesa de Alcatena es la cadencia de Fantasía (1941), la película de Disney. Es coherente en una historieta así de monstruosa logre un rango visual que también sea mutante.

Los caminos sinuosos con que la historieta cruza al ser humano con los animales, y viceversa, producen recorridos ya inabarcables, un mapa visual y conceptual ramificado donde se pueden enlistar miles de personajes, historias, mutaciones y visiones. Tal vez es en la historieta donde existe la mayor productividad para que lo animal y lo humano planteen un juego constante de mezcla de especies hasta llegar a confundirlas, de Krazy Kat hasta Animal Man, del animal antropomórfico hasta las personas bestializadas, anatomías y comportamientos diluyen todos los límites y crean universos con reglas propias. Esta afición de distorsión zoológica de la historieta se enfrenta a un conflicto al crear historias que crucen lo humano con los animales prehistóricos por la imposibilidad de conexión verídica entre esos universos. Toda visión humana de la prehistoria es pura alucinación, por eso es más que acertado que todo el relato de Manos Horribles esté signado por lo alucinante. Y esa es otra de sus originalidades.

Sobre esta inconexión entre lo humano y los dinosaurios, escribió el historietista Jack Kirby, en el primer capítulo de su Devil Dinosaur (1978): “Los cazadores de fósiles proclaman que nunca nos encontramos. Según ellos, los hombres se perdieron cualquier encuentro con la Edad de los Dinosaurios por varias eras geológicas. Y para decir verdad, a esta altura de la historia, no hay ninguna evidencia que el Hombre, o algo como él, alguna vez co-existió con los más grandes animales terrestres que alguna vez pisaron el planeta. Sin embargo, esos mismos especialistas insistieron en que el Ceolacanth, un poco menos que atractivo pez prehistórico, había estado extinguido por 26 millones de años. Al menos, eso es lo que proclamaron hasta 1938, cuando un espécimen vivo del antiguo lenguado fue sacado de las aguas de la costa de África del norte.” En este texto, Kirby señala un rasgo que se va a repetir en los relatos de dinosaurios: la temporalidad extraña y desconocida de ese mundo perdido. Historietistas de distintas épocas intentaron usar la fantasía para desafiar a la ciencia, creando un verosímil propio, la mayoría de las veces insertando la tecnología en medio de los relatos con dinosaurios como para enrarecer y crear un contraste dramático en ese mundo primitivo, como hace Kirby en Devil Dinosaur, que lleva su comic hacia la ciencia ficción.

Si bien Kirby inventa personajes simiescos encabezados por Moon-Boy para acompañar al T-Rex protagonista de Devil Dinosaur, su desenlace juega con la posibilidad de abrir un agujero temporal para que el dinosaurio conviva en el siglo XX. El viaje en el tiempo, una de las recurrencias en los contenidos y formas de la ciencia ficción, es un atajo que soluciona la coexistencia humana en las historietas de dinosaurios. Diez años después de que Kirby haga viajar a su T-Rex diabólico a nuestros días, los diseñadores de figuritas Topps, entre quienes se encontraba Art Spiegelman, crearon Dinosaurs Attack!, una parodia a las figuritas de Marte Ataca, pero ahora no había marcianos sino dinosaurios que asolaban el mundo actual a través de experimento tecnológico que fallaba llamado Time Scanner. La serie de figuritas narrativas se volvió de culto y en 2013, celebrando el 25 aniversario, la serie original se adaptó en versión ampliada en una historieta escrita y dibujada por los principales creadores originales: Gary Gerani, Herb Trimpe y Earl Norem.

En ese 1988 donde los dinosaurios atacaron el presente, diferentes dispositivos tecnológicos hicieron posible que la She-Hulk de John Byrne se enfrente a un T-Rex y que la energía espacio-temporal de la nave los valorianos abra un agujero en Dino Riders y los lleve a una tierra de dinosaurios creada por George Carragone y Kelly Jones. El viaje de pop prehistórico se irá instalando para pisar fuerte en la historieta a lo largo de los años: el Madman de Mike Allred en 1992 cae en aguas profundidad habitadas por criaturas prehistóricas de colores luminosos; el Plastic Man de Kyle Baker viaja a distintos momentos de la historia en las fauces de un dinosaurio cartoon en 2004; Superman, su hijo Jon y su perro Kripto terminarán accidentalmente en 2016 en la Isla Dinosaurio enfrentando criaturas dibujadas por Doug Mankhe. El truco narrativo de una imaginación tecnológica sin límites permite acceder a distintas aventuras de dinosaurios mezclados entre seres humanos, y prueba de ello es el más célebre T-Rex de la historia de los comics: un dinosaurio robot que acompaña a Batman en su baticueva desde 1946.

Manos horribles excluye tanto las marcas registradas de la ficción tecnológica y del pop prehistórico pero su originalidad es tanta que igual puede construir un relato donde la temporalidad y el encuentro de lo humano es más complejo que la de los relatos estándares de viajes por el tiempo. Porque Dolores Alcatena juega más en los campos de la literatura fantástica, de la ambigüedad y la confusión de lo soñado y lo vivido, para que aquello que el lemur Raro alucina a través del encuentro con el ornitomimosaurio se vaya convirtiendo en un viaje temporal en zigzag, donde presente, flashback y futuro son territorios que se superponen. Salir de la linealidad narrativa, transformar el tiempo para imaginar la extraña Edad de los Dinosaurios con una claridad y lucidez gráfica pero sin develar todo el misterio, restituyendo el espesor de su incógnita. Mirar el tiempo con ojos extraños para construir la ciencia de una ficción prehistórica. Hay algo lisérgico en lo que alucina Raro, como si la mente se expandiera hasta deshacer la percepción ordinaria del paso de las horas, los años, la eras. Una percepción que llega por una sensorialidad del shock, que desvía de lo rutinario, de lo aprendido o impuesto, para hacernos entender y abrazar el accidente, la catástrofe, lo extraño, lo excepcional. Otra forma de abrazar lo monstruoso.

Dolores Alcatena

Por eso el desmayo de Raro luego de cruzar por primera vez la mirada del ornitomimosaurio es éxtasis puro, es la pequeña muerte luego del orgasmo. Porque Manos horribles, en un universo de bestias donde el instinto parece depredar todo sentimiento, también inocula en la amplitud de su mirada una historia de amor. Esos ojos se encuentran como planetas alineados, un cosmos donde lo monstruoso, lo híbrido, vive y muere para cruzar el límite de las especies como un accidente que abre una ensoñación de la sabiduría y la trascendencia como sentido afectivo de la historia. Ojos que absorben la gloria del instante efímero y de lo infinito, ese tiempo suspendido y paradójico que fluye raro y se siente evanescente y eterno a la vez, y que a tantas veces llamamos amor.