La crisis de los treinta y pico tiene sus propias características. En un mundo en el que aún hoy abundan las imposiciones sociales y culturales, los y las jóvenes adultas del siglo XXI enfrentan dilemas que condicionan su existencia. Mantener vivo el sueño de perseguir su vocación o entregarse al mercado laboral para garantizarse un ingreso, hipotecarse durante años para alcanzar la casa propia o hacer un postergado viaje por algún lugar del mundo, formar una familia o mantener la independencia juvenil, aceptar el cuerpo y el paso de los años o luchar por ser parte de un modelo estético excluyente, son algunas de las cuestiones que suelen plantearse entre los que surcan una franja etaria que además lidia con algo mucho más básico: llegar a fin de mes. Esa crisis será el eje de la trama de Supernova, la comedia dramática que Amazon Prime Video, Kapow y Grupo Octubre tienen previsto estrenar el año próximo.

“Supernova es el viaje emocional, y también sexual, de un grupo de jóvenes que atraviesan el umbral de los 30 años y, en el intento por deconstruir la falsa imposición social de que para esa edad todo tiene que estar encaminado, buscarán su propia voz, identidad y a dónde (o con quién) realmente pertenecen”. Así fue presentada la miniserie dirigida por Ana Katz y protagonizada por un elenco integrado integrado por Ruggero Pasquarelli, Carolina Kopelioff, Johanna Chiefo, Nancy Duplaa, Ines Estévez, Marina Bellati, Luis Ziembrowski y Diego Cremonesi. Supernova marca el debut del Grupo Octubre trabajando con y para una plataforma de streaming, en una estrategia conjunta que permitirá que la miniserie se vea exclusivamente en Amazon Prime Video para Latinoamérica y Estados Unidos, y en TV abierta por Canal 9.

Supernova retrata un momento de desequilibrio de tres personajes, en relación con sus amigos, familia y compañeros de andanzas. Nicolasa, Mimí y Yun están en un momento de quiebre en sus vidas, de esos que te obligan a no posponer más una situación de cambio, angustia o excitación”, le cuenta a Página/12 Ana Katz, que además de dirigir la serie es la showrunner del proyecto. “Lo particular de este proyecto -detalla la directora de Una novia errante, Mi amiga del parque y Sueño Florianópolis- es que la serie adquiere un tono que tiene que ver con un pulso anímico muy fuerte. Creo que a partir de las propuestas de este planeta en el que vivimos, hay algo corporal que muchas veces se ve relegado y que de pronto aparece inevitablemente. Esas manifestaciones que causan un cambio en nuestras vidas. El problema es que a veces se dan explosivamente. Por eso el título de Supernova, que tiene que ver con eso nuevo que una explosión genera”.

-¿Lo corporal aparece en la serie como un síntoma o como una herramienta de cambio para resolver determinadas situaciones que atraviesan los protagonistas?

-Las dos cosas. En el rodaje hay muchas situaciones que son muy corporales. En Supernova hay una actriz (Johana Chiefo) que es castigada por el hecho de ser gorda para la cultura actual y el deseo en relación a esto, que está latente en diferentes ámbitos: esta idea de qué significa la libertad respecto del cuerpo, el género, a los tamaños y las formas de los cuerpos. Después, hay otro personaje de otra actriz (Carolina Kopelioff) que es casi su alter ego, ya que tiene una carrera muy afianzada en lo profesional.  Se le presenta un tic repentino en su rostro que interfiere en su vida laboral, porque no es parte de lo aceptado. Y después está Yul (Ruggero Pasquarelli), que es un personaje que tiene una vida compleja, con una familia muy conservadora y que sufre de una diabetes y se hace preguntas por su condición, por información que le llega respecto a alimentación, químicos y todas esas cosas que pasan en la vida real y que generan tanta confusión.

-¿Qué le interesa contar a través de Supernova?

-Me interesa compartir preguntas porque no tengo respuestas absolutas. Me llama la atención como de todo se construye una convención que sigue sin expresar genuinamente lo que está pasando. Hay una sensación de que no nos estamos escuchando a una escala más humana, no estamos escuchando al planeta, como que somos parte de un motor en automático que va solo y nos maneja. Es una máquina que no escucha, va sola y que se vuelve difícil frenar. Hay una frase que está presente en todos los capítulos del proyecto, de Samuel Beckett, que sirve como síntesis de la serie. Es una suerte de respuesta a esa idea del “hacelo, vos lo vas a lograr, vos podés”, esa cosa de que con voluntad todo se logra. Yo no siento que, al menos desde Latinoamérica, podamos representar esa idea. En cambio, creo que nos representa más esta frase de Beckett: “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez, fracasa otra vez, fracasa mejor”. Tiene que ver con una resistencia, con un deseo vital prendido que no se debe abandonar o se debe adaptar de la forma en que se pueda pero que más allá de eso, expresa las ganas de vivir.

-¿Siente que no hay tiempo para escucharnos a nosotros mismos?

-Hay que volver a activar la escucha. A mí me resulta muy novedosa y estimulante la experiencia de lo que surge en una charla posterior a ver una película o una serie que en el consumo indiscriminado que no da espacio siquiera a comentar lo que uno acaba de ver. En ese sentido, tanto Amazon como Kapow me están dando un espacio holgado, con un equipo de guión del que forma parte mi hermano Daniel, con el que compartimos muchas batallas, incluso sobre lo que pasa con el cine. A él se sumó Ezequiel Radusky (director de Los dueños, Planta permanente) y Nancy Gay, que es amiga y actriz. Formamos un cuarteto de escritura y nos dimos espacio para describir tribus que forman parte de la realidad pero que no se suelen contar.

-O se cuentan desde los estereotipos.

-Claro. No es fácil tener treinta y pico y llegar a pagar un alquiler, a vivir todos los días tratando de hacer algo que quieras. Es medio un imposible. Y eso en general no se cuenta. A veces siento que si la ficción hace justicia a la realidad se vuelve completamente áspera, entonces se va para un extremo o para el otro. A mí me dan ganas de estar más a tono con una cosa más cercana, menos esponjosa y más honesta.

-En el equipo autoral están su hermano y su amiga Gay. También participan como director Juan Fernández Gebauer, que la dirigió como actriz en Hijos nuestros, y el director de fotografía es Gustavo Biasi, con el que ya trabajó en Sueño Florianópolis y en El perro que no calla, su última película. ¿Necesita rodearse de profesionales cercanos?

-Trabajo todo el tiempo con gente nueva. Lo que sí me pasa es que quiero trabajar con los profesionales que admiro. En relación a los entramados de lo cinematográfico hay algo del trabajo colectivo que me genera un especial entusiasmo, como una sensación de varios ojos juntos puestos a contar. Creo que el trabajo colectivo es lo que más me interesa a mí. Es un armado, opuesto al director que viene a contar lo que sólo él quiere.

-Es interesante ese esquema porque por lo general se percibe la mirada del director como una visión individual y no colectiva.

-Lo que más atención me genera son los ojos de los otros. Yo entro al set y miro siempre a los demás, qué ven, qué observan, qué gesticulan… Es una manera de pensar el trabajo que no tiene nada que ver con aquella.

-Muy comunista lo suyo… (risas)

-Claramente… O más bien anarquista (risas). Me encanta el trabajo en grupo, pero no se trata de conformar un “clan”, sino de bailar en grupo. Si no lo entendés, la serie, película u obra crece menos. Hay algo del patriarcado en la manera en que se piensa el cine, en la formación de un cine que en general a mí mucho no me interesa y que es el que se planta para decirte “vení que te voy a contar cómo es esto”. Eso no solo está hecho en automático y genera miradas automáticas. Y ojo que yo me reconozco como espectadora en automático: sé llorar en automático, sabiendo perfectamente que esa parte de una serie o película está hecha para llorar. Y funciona muy bien. Hasta que estalla algo, como pasa en Supernova, y quedás fuera de eje.

-¿Cree que esa construcción colectiva que propone dejar atrás la mirada omnipresente e imperativa del director en el set forma parte del avance del feminismo en la industria?

-Es una pregunta que todavía me estoy haciendo. A priori, lo que tengo para decir es que cuando yo estudié cine había muy pocas mujeres y ahora hay un montón. Eso es maravilloso y ya sucede. Lo que hay que cuidar es de no repetir el modelo patriarcal, más allá del género. En el set se necesita un orden, pero no necesariamente ese orden se debe organizar a los gritos y con esa mirada que se impone desde un lugar. Siempre ayuda una mirada que desarme la mirada autoritaria. Prefiero pensar que la mirada más inclusiva puede surgir de una mujer o un hombre. Todavía es muy difícil tener un espacio en el cine si no tenés muchos privilegios. Hay una historia universal que hay que reescribir para que las mujeres puedan ser unos ojos a través de los cuales mirar.

-¿Los protagonistas de Supernova son rehenes de sus cuerpos y de la estética que impone el modelo cultural establecido?

-La serie se pregunta por esos cuerpos que se imponen como modelos únicos. A mí, de cualquier manera, lo que me interesa defender es una intimidad del cuerpo. No tanto lo que se establece como hegemónico, sino un derecho a la intimidad.

-¿A qué se refiere con “intimidad” del cuerpo?

-Es una buena pregunta porque no lo sé. Siento que para defender una causa tenés que construir un manifiesto. Desde el cuerpo, me resulta un poco inhibitorio construir un manifiesto, porque no se qué cuerpo quiero tener o lograr. Y valoro la idea de no tener que dar explicaciones a nadie sobre lo que deseamos corporalmente. En no expresar algo y guardárselo para una está también la libertad. Vivimos en tiempos en los que se impone la obligación de mostrar lo que uno cree sobre cualquier cosa. En mi caso, hay muchos no se, si sé que no tengo claro si lo quiero contar… Respecto a todo.

-La época -redes sociales mediante- impone la idea de tomar posturas contundentes y expresarlas todo el tiempo sobre todo.

-Por eso los confusos quedamos medio rebotando (risas). Hay muchas personas que tienen más preguntas que certezas. En ese sentido, el elenco de Supernova se está abriendo con muchísima generosidad, porque también puede ser que una actriz o actor no quieran ir más allá en escenas vinculares o sexuales. Y por suerte acá estamos jugando y explorando sobre el desarrollo de personajes que las series permiten. Mientras las pelis piden síntesis condensada, en las series probás ir a la pesca, de poner a los personajes en un espacio para descubrir más cosas.

-Es interesante el camino que abren las series en esa nueva era.

-Sí, me encanta estar atravesada por el guión y tantas preguntas sobre el relato, que es muy voluminoso para lo que estoy acostumbrada. Suelo trabajar cada guión de cine 3, 4 o 5 años. En Terapia alternativa, que filmé para Star+, fueron 500 páginas en paralelo. Ahora también y con mucha intensidad. Y también en lo actoral, donde podés jugar en un terreno más de potrero. Pero tampoco sé si quiero hacer solo series.

-No se excluyen.

-No, para nada. A veces los tiempos son más de consumo que los del cine. Me encanta ir a la Lugones a ver una peli de cine mudo. Estoy en pleno rodaje y hubo un ciclo de Kurosawa y no pude ir… Me gustan los tiempos ”perdidos” también. Los tiempos de realización de una serie son intensos y hay que estar a la altura.

-¿Siente que la maquinaria la arrastra?

-No por ahora. Hice Ruido capital en Colombia como directora invitada, también Terapia alternativa y quedé conforme. Se me está dando espacio y eso hace que me guste.

-¿Es muy diferente desarrollar una idea para las plataformas que para el cine, en relación con los productores?

-Los tiempos cambian mucho. En el cine son muy largos, por cuestiones artísticas y porque nos cuesta encontrar financiación. Por otro lado, los intersticios en el cine de lo que querés contar pueden no tener tan en cuenta lo que se quiere consumir. No es un espacio que me genere especial interés lo que se quiere ver para decidir qué es lo que voy a hacer yo. Formo parte de un colectivo y voy reconociendo algunos temas en los que me interesa profundizar.

-¿Pero es receptiva a la mirada “comercial” del productor?

-Sí, claro. A mí me interesa la llegada de la comunicación a un potencial espectador. No es que no me interesa la lectura o escucha de eso. Me interesa generar algún movimiento en alguien que vea, que le genere alguna pregunta o que le permita reflexionar sobre tal o cual libertad, o cuestionar sobre tal cosa moral. Hay convenciones de la sociedad que a mí no me cierran, muchas y cada vez más. Pero eso lo quiero contar y quiero llegar a muchos y muchas. Por eso no estoy lejos de poder entender lo que puede pretender una plataforma. Yo quiero que se entienda lo que hago. No es que quiero vivir sola en una isla y no me importa nada. Pero nobleza obliga: muchas veces la identidad cultural de un pueblo representa cuestiones que no tienen que ver con lo que se vende sino con necesidades de procesar algo, que a veces ni se entienden en el momento. Por eso me parece tan esencial la presencia del Estado defendiendo esa identidad cultural. Se desarman o se arman grandes movimientos en función de esa identidad cultural que está en el aire y donde no necesariamente está el mercado.

-Ahí es cuando uno piensa que el Estado debe expresar una identidad y el mercado, en todo caso, tiene la opción de abordar determinadas cuestiones.

-El Estado debe ser como un gallito ciego que no mira quiénes vieron la obra ni cuantos. Tiene otras razones. Por algo hay tanta cautela sobre qué se acompaña y qué no, porque la cultura tiene una potencia enorme. Charly cumplió 70 años y "Los dinosaurios" es una canción que puede ser un himno de nuestra identidad, que trasciende generaciones. En el mercado es una opción, por la cual yo milito, pero en el Estado es un deber.

-¿Cómo ve la actualidad del cine argentino y la política que implementó el Incaa?

-Muy preocupada respecto a lo que sucede con los proyectos y las operas prima. Se necesita mucha más financiación. El dinero tiene que estar. De hecho, está. Muchas veces el Incaa se ve atacado por intereses que van en contra de esa identidad que necesitamos construir y reflejar. Los artistas, empresarios y el periodismo debemos empezar a acompañarnos para defender a ese Instituto que debe ser independiente del gobierno del momento. Hoy la frase que más se escucha es que “no se sabe qué pasa ni qué pasara”, pero mientras tanto no escuchamos nada y falta fomento audiovisual. La industria cinematográfica ha sido muy castigada. El cine es esencial en la identidad nacional. Y no encuentro casual lo que pasó en Brasil con Bolsonaro, respecto de una cultura que se había independizado de lo estatal para representar al país. Está muy ligada la fuerza y el impulsado que se le da a lo cultural con lo que después le pasa a una nación. Por eso estoy muy preocupada con la actualidad del Instituto de cine.

Una nueva película

En pleno rodaje de Supernova, Ana Katz está a la espera del estreno de su última película, El perro que no calla, que llegará a la pantalla grande a finales de noviembre. “Es una película que se filmó como una suerte de ensayo con una cámara en la Universidad del Cine y después se fue rodando a lo largo de tres años, con elipsis enormes, al punto que se ven los cambios físicos del protagonista. Tengo ganas de verla acá en el cine, porque yo ni siquiera la vi en pantalla grande”, confiesa la directora. Distinguida en el Festival de Rotterdam, El perro que no calla está protagonizada por Daniel Katz y cuenta con un elenco conformado por Valeria Lois, Julieta Zylberberg y Carlos Portaluppi, entre otros. “La peli -cuenta Katz- tiene la particularidad de que si bien se filmó antes de la pandemia, la trama tiene zonas de contacto muy impresionantes con la vida en clave Covid. Tiene preguntas relacionadas con los sentimientos y con el trabajo. Está protagonizada por un varón que busca trabajo y a la vez dar espacio a una manera de vivir. Se pregunta por esos tipos de varones que existen pero que son rechazados por este sistema, en el que se ve el avance del feminismo y a la vez da muestras de retroceder a diario. ¿Cómo se hace para vivir en este mundo trabajando y a la vez cuidar algo, sea un hijo, un perro o una planta?”.